La escopeta.

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Yo nunca hablé demasiado con mi suegro, el papá de Harry, teníamos una relación extraña; tan extraña que podría asegurar que nuestra relación era inexistente.

Una noche, un par de meses después de la muerte de Harry, llegó a  mi casa y me despertó tocando el timbre muchas veces seguidas.

Salí a abrir y lo miré. Todo estaba oscuro pero aún así me pareció observar que estaba vestido. Me refiero a que llevaba ropa de calle y no un pijama, lo cual era bastante extraño teniendo en cuenta que eran casi las cuatro de la madrugada.

-¿Qué ocurre? –le pregunté

-Si pudiera responder esa pregunta fácilmente, no llevaría una mochila a la espalda.

Subimos al coche y arrancó el motor. Circulamos en silencio por las calles vacías. Después nos adentramos en la antigua carretera de los pantanos y abandonamos la ciudad a más de ciento cuarenta kilómetros por hora.

Cuando la carretera dejó de estar iluminada, el señor Des detuvo el vehículo, dejándolo estacionado en la cuneta, y apagó las luces. No podía ver nada.

Todo estaba oscuro y silencioso.

-Bájate del coche. –me dijo.

Y, aunque no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, obedecí sin atreverme a mirarle siquiera. Colocó la mochila sobre el capó y abrió su cremallera. Dentro había una escopeta con los cañones recortados y media docena de cartuchos.

-Mi padre me regaló esta escopeta el día que me casé con Anne.

Después de eso introdujo dos cartuchos y tragó una bocanada de aire.

-Algunas veces vengo aquí –continuó diciendo-, y disparo al aire en mitad de la noche.

-¿Y no le preocupa la posibilidad de herir a alguien? –le pregunté yo.

-Claro que me preocupa, por eso lo hago. Si un desconocido pudo arrebatarme a mi hijo llevándoselo por delante con su coche, ¿por qué no voy a poder hacer lo mismo con otro desconocido?

Levantó la mano con la que estaba empuñando el arma y apuntó hacía la oscuridad. Después apretó el gatillo. Una pequeña nube de humo se formó a nuestro alrededor.

-Creo que sólo ha conseguido herirse a sí mismo con ese disparo. –le dije

-¿Y por qué piensas eso? –me preguntó.

-Porque si quisiera herir a otra persona, no recorrería noventa kilómetros para disparar a la mitad de la nada.

Guardó  la escopeta en la mochila y volvimos a casa sin pronunciar una sola palabra durante todo el trayecto.

Mi suegro estacionó bajo una farola y apagó el motor.

-Nosotros no podemos decidir lo que es justo e injusto –me dijo-. Pero tampoco podemos permitir que sean otros los que decidan por nosotros. –concluyó.

 

Needless Time |Larry Stylinson|Where stories live. Discover now