La guitarra roja.

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Cuando tenía catorce años mi padrastro me regaló una guitarra. Era roja con el mástil blanco. Era una guitarra eléctrica y yo no tenía la menor idea de cómo demonios hacerla sonar.

En aquella época no tenía demasiados amigos, Tenía pocos amigos. Realmente, no tenía ningún amigo.  Pero tenía la mejor guitarra eléctrica de todo el barrio en que vivía y sólo era cuestión de tiempo aprender a tocarla.

Tiempo después, en realidad, años después Harry se gastó la paga de todo un mes en regalarme uno de esos videos en los que aparece un músico frustrado, uno de esos músicos que nunca han conseguido grabar un disco, e intenta explicarte como debes hacerlo.

El personaje que aparecía en disco era un hombre de unos cincuenta años, calvo y con dientes amarillos, que vestía un chaleco negro pasado de moda y unos ajustados vaqueros. Harry y yo estábamos sentados juntos cuando puse la cinta por primera vez. Pulsé el play. Apareció el tipo calvo con sus vaqueros ceñidos y su chaleco con flecos.

-No va a ser fácil aprender a tocar la guitarra con un profesor como este. –le dije

Sonrió. Pero no dijo nada.

Veía una vez a la semana la cinta del tipo calvo, pero nunca aprendí a tocar la guitarra.

Un día mi padrastro entró a mi habitación. Supongo que había estado escúchandome ensayar desde el salón o la cocina; el caso es que entró y se sentó sobre mi cama y me miró en silencio, durante un largo rato. Yo seguí aporreando la guitarra lo mejor que pude, pero por más que lo intenté no conseguí emitir ni un maldito acorde afinado.

Paré y, tras color el instrumento con delicadeza dentro de su funda, me senté a los pies de la cama, junto a mi padrastro.

-¿Qué tal van las clases? –me preguntó. ¿progresas?

-Creo que es evidente que no lo hago –le dije-, al menos no tan rápido como debería.

-Tranquilo, es cuestión de tiempo

-En la caja en la que venía la cinta pone que se puede aprender a tocar la guitarra en dos horas.

Mi padrastro miró la televisión, el profesor seguía allí adentro. Atrapado. Sin darse cuenta de que ya nadie le escuchaba. Sin fijarse que la guitarra estaba dentro de la funda.

-No tengas en cuenta lo que diga esa caja. No es más que publicidad.

-Ya, supongo, pero hace más de tres meses que intento aprender.

Nos miramos en silencio. No tenía muy claro si la conversación había llegado a su fin, o sí en contrario aún era necesario intervenir. En cualquier caso de ser así, ninguno de los dos sabia a quien le tocaba hablar, así que no dijimos nada más.

Needless Time |Larry Stylinson|Where stories live. Discover now