Capítulo 3

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—El paciente presenta miosis, depresión respiratoria y disminución del nivel de conciencia. Se encuentra en estado de shock y no responde a los estímulos.

—¡No respira! ¡No respira!

—¡Respiración asistida!

—¡Tiene las pupilas dilatadas!

—Hacedle las pruebas de toxicología.

—¡Ha entrado en parada cardiorrespiratoria! ¡Se nos va!

—¡No se nos va! ¡Desfibrilador! ¡Daos prisa, joder!

—¡Prueba de toxicología positiva: el paciente ha consumido heroína!

—Venga, venga, venga... quédate con nosotros. ¡Dos miligramos de Naloxona por vía directa y preparad el desfibrilador! ¡Monitorizad de una puta vez!

—Naloxona administrada, jefe.

—Desfibrilador: tres, dos, uno...

—¡No responde!

—Vuelve con nosotros, chaval.

—Desfibrilador: tres, dos, uno...

—¡Tenemos constantes vitales!

Roger despertó dos días más tarde en la cama de un hospital, con la única compañía de su padre. El gran abogado estaba junto a él, tan elegante y serio como de costumbre.

Encontraron a Roger inconsciente, tirado frente a la portería del bloque de apartamentos donde residía. Alguien lo dejó allí y alertó al servicio de emergencias. La ambulancia llegó con retraso, adentrarse en aquel peligroso barrio no estaba entre las prioridades de los sanitarios. Durante el traslado, Roger sufrió una parada cardiorrespiratoria que lo llevó a bordear la muerte, por fortuna lograron reanimarlo y salvarle la vida.

—¡Eres una vergüenza para la familia! ¡Ensucias mi nombre! —vociferó su padre, cuando su hijo hubo recuperado el conocimiento.

—Papá... ¿qué ha ocurrido? ¿Cómo me has encontrado? —preguntó confuso al ver a su padre. Cinco años sin estar juntos y ahora gritaba como un energúmeno.

—Eres un drogadicto... ¿Heroína? ¡¿Te estás metiendo heroína?! —interrumpió el señor Mears a gritos—. Tu madre se estará revolviendo ahora mismo en su tumba.

—No menciones a mamá...

Roger rompió a llorar como un niño desconsolado al que acaban de encontrar después de haberse perdido. El señor Mears le abrazó y trató de consolarle, consciente del mal momento por el que atravesaba su hijo. Su único hijo tirado en una cama sucia de un hospital público, sin dignidad, convertido en un despojo de la sociedad.

—Papá, esto es muy duro... ¿dónde has estado todos estos años? —le recriminó entre llantos, reclamando una atención que nunca había recibido.

—Lo siento mucho, hijo. Sé que no he sido un buen padre, pero te prometo que te ayudaré —dijo el señor Mears, con cierta frialdad—. Conozco a un buen médico que nos puede ayudar. Él te sacará del pozo.

Dos días más tarde, Roger recibió el alta médica tras la sobredosis. El señor Mears mandó un coche al hospital para recoger a Roger. El chófer le trasladó hasta las puertas de un imponente edificio de oficinas situado en la Avenida Roswell, próximo al bufete de abogados propiedad de su padre. Había transcurrido mucho tiempo desde que Roger caminó por última vez por las calles del Distrito Financiero de Capital City, tan limpias, cuidadas y seguras, que se hacía difícil creer que pertenecían a la misma ciudad que los suburbios donde residía. Desde que el alcalde firmara el contrato de seguridad con Capital Tech, la empresa había dotado a las fuerzas del orden con mil humanoides que velaban de forma ininterrumpida por el bienestar del ciudadano. Sólo en el Distrito Financiero.

INFECTUMWhere stories live. Discover now