Capítulo 6

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La primera luz de la mañana penetró por un pequeño respiradero, instalado en la parte alta de una pared húmeda y mohosa. En aquella oscura habitación se respiraba un aire repulsivo y fétido.

Roger llevaba dos días encadenado en aquella pared. El olor a vómito era insoportable en la opresiva celda, y si no sustituían pronto el recipiente metálico que utilizaba para vomitar por otro limpio, el olor agrio a bilis le provocaría más náuseas. Observó sus manos: las muñecas sangraban debido a las heridas provocadas por el forcejeo continuo con los grilletes. En aquel pabellón podía escuchar unos gritos aterradores, gemidos de desesperación provocados por otros pacientes en rehabilitación y que se encontraban en la misma situación que él.

Encerrado en esa celda y encadenado como si fuera un animal maltratado, Roger combatía para derrotar a sus adicciones con la ferocidad de un león, y trataba de expulsar y arrancar de forma definitiva cualquier resquicio tóxico de su organismo. «¿Cuánto tiempo lo tendrían en aquel agujero?», se preguntaba. Era consciente de que estaría allí el tiempo necesario, hasta que la heroína y los calmantes que durante años habían estado consumiendo su maltrecho cuerpo desaparecieran sin dejar rastro. Era una batalla dura, y que debería vencer si de verdad quería cambiar su destino. Rehabilitarse era un requisito indispensable para someterse a la lobotomía y recuperar su vida.

Una pequeña rendija se abrió en la parte inferior de la puerta, y un celador lanzó a los pies de Roger una pequeña bandeja de aluminio: un poco de pan, leche y agua.

Roger, hambriento, se lanzó a por el pan. La leche y el agua terminaron derramadas sobre la bandeja.

—¡Necesito hacer mis necesidades! —gritó mientras volcaba la bandeja para beber leche y se llenaba la boca con pan, pero el celador apenas le prestó atención.

—Eso es trabajo de mi compañero, deberás esperar al menos una hora —dijo el celador cerrando con un golpe la rendija.

—¡No aguanto más! —vociferó Roger, desesperado—. ¡Me cago!

—¡Pues háztelo encima! —se escuchó en la lejanía del pasillo, y el celador se marchó sin prestar más atención a Roger.

«—Ánimo amigo, tienes que ser fuerte y seguir luchando —sonó una voz, oculta en la oscuridad de la celda.

Roger se asustó y forzó la vista tratando de encontrar la procedencia de la misteriosa voz, pero no logró ver nada. Era una voz conocida y que le resultaba familiar; una voz amiga.

—¿Quién eres? ¿Dónde estás? —preguntó, confuso.

—Ha pasado mucho tiempo, amigo. Necesitaba hablar contigo de nuevo.

—¿Louis? ¿Eres tú? —Roger giraba la cabeza de un lado a otro, intentando que el pequeño hilo de luz que entraba por el respiradero le ayudara a descubrir a quién pertenecía aquella conocida, aunque misteriosa voz. Entonces, Louis se inclinó hacia delante y se dejó iluminar, mostrando un rostro sin heridas, sano. Roger sólo vio una sombra, después Louis volvió a envolverse en la oscuridad de la celda.

—Tienes que ser fuerte. Lucha, hermano. Pelea por salir adelante.»

La puerta de la celda se abrió de golpe y dos enfermeros acompañados por un celador irrumpieron vociferando y con rostros de preocupación. El celador empujaba un carrito con medicamentos y material sanitario.

—¡Deprisa! ¡Está alucinando! —exclamó uno de los enfermeros. El otro le introdujo a Roger un termómetro de oído.

—41º Celsius. ¡Inyéctale 1200 miligramos de Lysinotol y 2 miligramos de Suboxone! —ordenó el enfermero.

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⏰ Última actualización: Dec 20, 2016 ⏰

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