Capítulo 1

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PARTE I: DOLOR

 

 

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Año 2020. La guerra está más cerca.

Asqueado y con la garganta seca, Roger se levantó del colchón sucio que olía a vómitos. La luz de las farolas penetraba en la habitación acompañada por los destellos intermitentes de un neón publicitario que, anclado en la fachada del edificio, otorgaba un colorido mísero al apartamento.

Hubo un tiempo en el que soñó con una vida llena de éxitos, lujos, chicas guapas y mucho dinero, pero jamás pensó que su sueño terminaría por truncarse para convertirse en la pesadilla que le había tocado vivir.

Roger tomó asiento en una silla y apoyó los brazos en la destartalada mesa de la cocina. Habían transcurrido cinco años desde la trágica noche que cambió su vida, y desde entonces trataba de olvidar lo sucedido. No era capaz, y le resultaba imposible desprenderse de aquel viejo periódico. Las fotos de todas sus víctimas copaban la portada del Capital Post; en las páginas centrales, un artículo a doble página que cuestionaba el resultado del juicio y clamaba contra el fiscal que llevó el caso.

Echó un vistazo al reloj de pared: faltaban unos minutos para las dos de la madrugada. Tal vez no era la hora más indicada para echarse un trago; sin embargo, se levantó para prepararse un whisky solo, sin hielo. De reojo buscó con la mirada en la mesita de noche: la última papelina todavía contenía unas micras de heroína.

Quizá os preguntéis qué puede llevar a un joven aburguesado de la alta sociedad a torturase y autodestruirse de esa forma; él se formulaba la misma pregunta todos los días. El inicio de su caída a los infiernos se remonta a una cálida noche de verano en la que acabó sedado en una cama de hospital: nunca más pudo jugar al baloncesto. «Triste final para una estrella que empezaba a brillar», titularon los periódicos. El castigo que recibió no tuvo comparación al sufrido por sus acompañantes en aquella siniestra danza de carrocería destrozada, cercenamientos y muerte. Ellos lo visitaban todas las noches en forma de pesadilla, una pesadilla tan real como sus propios recuerdos. El viejo periódico se encargaba de recordarle lo ocurrido aquella fatídica noche, y los protagonistas de la noticia de portada visitaban sus sueños noche tras noche, puntuales como un reloj para no ser olvidados.

A su subconsciente le gustaba castigar a su mente, retorcerla y estrujarla, juguetear con ella como si fuera vaso de plástico tras una noche de borrachera, y hacerle sufrir. Por ello, incluyó en el repertorio de sus pesadillas los cuerpos calcinados de unos niños que se consumían en el fuego, con lentitud, entre gritos agónicos de dolor.

Siete vidas sesgadas. Siete ilusiones quebradas de cuajo y varias familias rotas, destrozadas por un ególatra que decidió celebrar su éxito emborrachándose y convirtiendo una peligrosa carretera en su pista de carreras particular. Siete muertos y un único superviviente: un culpable.

Roger Mears campaba a sus anchas por el mundo, libre, absuelto de toda culpa y responsabilidad por una justicia corrupta al servicio de los poderes económicos. ¿Poco castigo para él? Yo también lo creo. Debió acabar con sus huesos en la oscura celda de un correccional, de por vida, sin volver a ver la luz del sol. Pero ser el hijo de un poderoso abogado ofrece ciertas ventajas. No encontraron huellas de frenada en la calzada, y en parte era lógico: Roger conducía tan borracho y colocado que ni tan siquiera pisó el freno y, cuando quiso reaccionar, ya era demasiado tarde. La policía y el servicio de emergencias llegaron al lugar del accidente y se llevaron las manos a la cabeza. Con rostros estupefactos contemplaron la matanza, y centraron todos sus esfuerzos en salvar la vida del único superviviente.

INFECTUMWhere stories live. Discover now