Capítulo 9: Mi Imperio en Llamas

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Y como el polvo que arrastraban sus zapatos, quedó roto su humilde corazón, fruto de un engaño tan evidente que fue eso lo que más dolió. Ahora para ella todo carecía de importancia. Observaba indiferente los lujos del castillo donde murió su inocencia. Quedó sepultada en lo más profundo de aquellos muros de piedra, enterrada dentro de un sombría pirámide de cristal.

Se dejaba llevar. Ya no sentía en su interior las ansias de lucha, ni la euforia del clamor de la batalla. Sabía que era miembro del bando perdedor incluso antes de comenzarla. Cayó su bandera antes de desenfundar su espada. Cayó presa del enemigo antes de dar una sola estocada. Cayó presa del olvido en cuanto se dio por vencida.

Sharon luchó contra el siervo que ahora la arrastraba cual perro miserable. Una lágrima resbaló por su mejilla y se preguntó si era tan falsa como los puñetazos y patadas que en un momento la vio dar a su captor. Se da por muerta a la gente cuando cae al suelo, pero ese último suspiro puede hacerla levantar de nuevo, y resurgir de las sombras para plantar el caos.

Comía de sus frutos. Lo observaba con total nitidez en cada recóndita esquina de Dreamland. Sólo podía imaginarse las risas de los niños que en un próspero pasado inundaron aquel parque, porque ahora no se sentía capaz de imitarlas con sinceridad. Para ella esa virtud estaba muerta, al igual que su inocencia. Dejaron ya de florecer.

Y no se dio cuenta del instante en que el sol cubrió sus cabellos despeinados y la figura de The House Of Dead Symphony se alejaba en el horizonte, se teñía con las sombras de otras atracciones y desaparecía tan pronto como dejó de prestarle atención. ¿Fue todo en vano? Tanto tiempo, tantas luchas, tantos caminos que pudo escoger, y acabó en la ruina.

En el fracaso.

Miró muy hondo dentro de sí. Lucía una minúscula llama, una imperceptible bombilla, que la decía que su compañera tuvo sus motivos para traicionarla. Quería creer a esa luz. Quería dejarse llevar por ella y no por el captor que la tenía presa, pero, ¿cómo creer cuando te falta la fe o has perdido la esperanza? Y más cuando existe la ausencia de ambas.

No. No sería presa de más engaños. No podría dejarse arrastrar por ninguno más, y en esos momentos ni siquiera intuía la respuesta lógica del por qué. Aquel esbirro cuyo rostro yacía oculto tras una máscara de gas pretendía llevarla a algún lugar en concreto, probablemente desconocido para la pequeña. Recordó a Lara comentando al llegar que recorrió las calles de aquel mundo muerto cuando era tan sólo una niña, en una simple excursión familiar.

¿Cómo no se dio cuenta de que no era más que otro dato para nublar su vista y que asintiera a pies juntillas a sus ruines órdenes sin rechistar? Ella sola se abandonó al titiritero; a sus cuerdas que, como cadenas, la apresaron en efímeros segundos. Lara jamás pudo visitar Dreamland durante su infancia. Estuvo atrapada en otra prisión, una cuyo nombre hizo leyenda: Silver Creek.

Mentiras y más mentiras. ¿Qué vendas cubrieron sus ojos? ¿Qué era aquello que recorría su anatomía de lado a lado y la transmitía una oscura sensación de maldad? Ah, sí. Su querida ira. Su dulce apatía. Su consciencia perdida en el plano inexistente de un mundo plagado de trampas. Ella fue una presa más. Un animal, cazado, a la espera de su truculento final.

Era un espectáculo. Sendos esbirros salieron a las calles, poblándolas de figuras deformes y siniestros cantos, celebrando la captura de una niña que daba mucho de que hablar. Se reveló contra su Amo, y los eternos esclavos sometidos al servicio de su creador se encargarían de darle su merecido. Mientras, no podía rehuir con la mirada aquellos horrorosos cuerpos. Estaban en todas partes.

Scarlett: Carnival Ride (Trilogía Scarlett n°3)Where stories live. Discover now