Capítulo 10: Mentiras Blancas

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Un halo cristalino surgió en los ojos de la joven madre, cuya mirada, tímida y agonizante, se posó en los hombros de su pequeña. Su boca entreabierta dejó escapar un inaudible suspiro, que junto al detalle de su rostro, retrataban el desconsuelo en su más puro esplendor; como obra de arte, bendita salvajada que refleja la impotencia. No deseó jamás enfrentarse a tal situación, más la suerte no la sonreía.

Ahora no sólo Sharon corría evidente peligro, sino también ella misma. ¿Cómo explicarla que no todo estaba perdido? Saltaría de alegría al saber que su amargo final no fue más que un elaborado espejismo, sin embargo, faltaba por relucir la otra cara de la moneda. Nunca mejor dicho, pues de su fracaso dependería su cuantioso precio a pagar.

Esta vez, su mano se posó en el hombro de su hija, sintiendo el calor que a ella le faltó una eternidad. Intentaba ver a través de sus ojos repletos de inocencia, cuyo brillo de esperanza era imposible de borrar. Aquella niña traía a ella mil y un recuerdos, mil y una historias que contar. Amor incondicional, de madre a hija, un mismo igual.

La niña correspondió su mirada, viendo en el pálido rostro de su madre los pilares en ruinas, lista para soportar otro golpe emocional. Percibía en ella su añoranza, y fluían en el ambiente las maravillosas palabras que le regaló en aquella breve pero fortuita charla en el hospital. Salidas de su propio corazón, un regalo que jamás se olvidará.

—¿Sabes cuál es tu situación? —Sarah no se esperaba una respuesta acertada. Apenas ella era consciente de esta.

—Estoy... muerta. ¿Verdad? —su madre negó con la cabeza.

—No aún.

Se percató de cómo, con tan simples palabras, destrozó los esquemas de una niña sumida en la ignorancia de un mundo que no le pertenecía. Poco sabía de la vida y la muerte, sus pasos errantes y pactos sobrantes. Ni siquiera su espíritu de mujer podía librarla de esas pesadillas a las que algún día tendrá que hacer frente. Pero no era hoy ese día. No era ese el momento.

—¿Acaso sentiste dolor? ¿Acaso notaste como tu carne, consumida por el fuego, se desprendía calcinada de tu cuerpo?

Datos en los que no reparó. Sharon, obsesionada con la traición de su supuesta amiga, no pudo ver que la mayor mentira fue provocada por ella misma. Su madre tenía razón. Sintió un leve cosquilleo en los pies, un agradable calor, y nada más. ¿Qué ocurrió entonces? Creía tener la respuesta en la punta de su lengua, pero fue Sarah quien la trajo al mundo real.

—Estás inconsciente, Sharon; pero fuera de este mundo, de esta blanca habitación, sigues atada a un mástil rodeada de siervos fieles a su creador, a punto de ser consumida por las llamas de su propio infierno. No estás muerta, pero en unos minutos, ya no será así...

—¡Debe haber algo que pueda hacer para remediarlo! —exclamó. Ahora que perdía su tesoro más valioso se dio cuenta de que no apreció lo suficiente la corta vida que tuvo y que ahora debía ceder. No era su momento. Podía sentirlo en el flujo de sus venas, o en el calor de su sangre. No estaba dispuesta a morir. No sin antes luchar, una última vez.

En su mente se reflejaban rostros que esperaban de ella una victoria más. Su padre, Scarlett, Jessica,... No podía abandonarlos. Y menos después de la promesa que le hizo a su difunto abuelo, Isaac. No, la muerte tendría que esperar. A cambio, le cedería un cadáver que en verdad la merecía: El de Abraham.

Scarlett: Carnival Ride (Trilogía Scarlett n°3)Where stories live. Discover now