Evaristo Anselmo

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Evaristo Anselmo.

Por: Hugo. A. Ramos Gambier

1

La abuela tenía sus métodos a la hora de convencernos para ir a dormir la siesta. Nos hablaba de "El hombre de la bolsa".

Siempre fue una de sus historias favoritas. También para nosotros lo era, y más sabiendo que el hombre de la bolsa tenía nombre y apellido.

―Se llama Evaristo Anselmo Darragueira ―decía la abuela―. Es un viejo ermitaño que vive del otro lado de las vías. Atravesando el maizal campo adentro, en un rancho tanto o más mugriento que él. Ahí se esconde el viejo.

La abuela nos había contado que en realidad se llamaba Evaristo, nada más. Anselmo era el nombre del hermano mellizo. Nadie supo que fue de Anselmo, un día desapareció del carrito donde dormía.

Evaristo, ya grande, recorría las calles del pueblo cargando una bolsa de arpillera al hombro. Y, con el correr de los años, notaron que hablaba solo. Nadie le daba importancia. Hasta que alguien ―la abuela no se acordaba quién― dijo que no hablaba solo, sino con su imaginario hermano, como si lo tuviera al lado.

Cuando la gente lo comprobó, empezó a llamarlo Evaristo Anselmo, igual que si fueran dos personas en una.

Por todos lados se escuchaban saludos de "Chau, Evaristo Anselmo". Y él levantaba la mano devolviendo el saludo, y contestaba dos veces.

―Hay otra versión sobre la desaparición de Anselmito ―dijo la abuela―. En mi época se decía que al pequeño Anselmo se lo había robado la llorona.

―¿Quién? ―chilló Sonia.

―Callate, nena ―dijo Carlitos―. ¿No escuchaste? "La llorona".

―Sí ―dije yo―. ¿Pero quién es "La llorona"?

―Matilda Asunción Jiménez ―dijo la abuela―. Aunque todo el pueblo la conoció y llamó por su apodo "La llorona".

Matilda había sido feliz junto a Reinaldo, su esposo, y el pequeño Francisco. "Paquito", así llamaba a su hijo de cuatro años. Pero, un desgraciado día, Paquito desapareció.

Se decía que el chico siempre jugaba en la hamaca que le había construido su padre. Y aquella tarde, Matilda estaba recostada en su cama mientras escuchaba cantar y columpiarse al pequeño, en el jardín de la casa. Hasta que en un momento no oyó más el canto del niño. Cuando Matilda salió al jardín, encontró a la hamaca balanceándose sola.

―Tengo miedo abue ―dijo Sonia.

―¿Otra vez? ―la reté―. Así, la abuela no va terminar nunca el cuento.

Sonia hizo pucherito con los labios y se abrazó a Carlitos. La abuela continúo con el relato:

―Desesperadamente, Matilda buscó por todo el jardín y la casa. Luego en las casas vecinas y más tarde por todo el pueblo, gritando: ¡Me robaron a mi hijo! ¡Llamen a la policía, mi hijo a desaparecido!

La búsqueda había durado varios días, hasta que el comisario y sus hombres no tuvieron donde más buscar. La pobre Matilda entró en un estado de shock. Y, al cabo de un tiempo, perdió la cordura.

―Deambulaba por las calles de Carhué ―siguió la abuela―, llorando en busca de paquito. La desesperación por no encontrar a su pequeño la llevó al delirio, y se le dio por arrebatarle los hijos de las mujeres del pueblo.

―¡Uy! ―dijo Cristina―. Ahora no solo debemos preocuparnos del Hombre de la bolsa, si no también de la llorona.

―Eso pasó hace muchos, muchos años ―dijo la abuela―. Ahora Matilda está bien enterradita en el cementerio.

Los cuentos de la abuelaWhere stories live. Discover now