Capítulo 18

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Comienzo a subir los escalones con mis pies arrastrándose cuando escucho mi nombre ser pronunciado en un suave susurro.

—¿Layla? —me detengo a mitad de los escalones y desde mi posición me volteo para encontrarme con Henry a los pies de la escalera—. Yo en verdad... déjame acompañarte.

—No es necesario que lo hagas —niego, pero mis palabras son ignoradas ya que veo como comienza a subir.

Y al verlo con la camisa desabotonada y la corbata colgando holgadamente de su cuello... los recuerdos de hace un momento comienzan a bullir en mi mente sin control.

¡Dioses! ¿Cómo puede hacerlo?

Antes de que llegue a mi altura comienzo a caminar nuevamente y en verdad agradezco que la casa esté a oscuras, porque de ser lo contrario, mi vergüenza sería muy evidente.

Después de que dejaron la comida, me quedé como un completa tonta ante la delicia de los platillos que habían ante mis ojos, y cuando comencé a comer... fue todo un desastre.

La comida se me escapaba de los cubiertos y pronto tuve un desastre de pastas y ostiones a mi alrededor.
Eso sin contar el ostión que salió volando cuando intente tomarlo del plato y terminó aterrizando en la sopa de alguien o en la bebida de alguien por el sonido que produjo.

Todos miraban hacia nuestra mesa con desaprobación y yo solo podía morirme de vergüenza en mi asiento. Pero a pesar de mis desastres, Henry no parecía molesto con mi torpeza.
Cada vez que me veía batallar se reía, pero no de una manera burlona, sino... tierna.
Y cuando me ofreció ayuda, acepté. No iba a permitir que nadie más se burlara de mi. Ya habían sido muchas malas miradas por el resto de la noche.

Creí que solo me explicaría como utilizar los cubiertos para mantener quieta la comida y no hacer un desastre, y sí, lo hizo pero cuando su tenedor se puso frente a mi boca, ofreciéndome de su platillo, me congelé.
Y cuando mire sus ojos... fue como si mirara dos estanques bajo la luz de las estrellas.
Sé que algunas miradas seguían puestas en nosotros y si lo dejaba ahí con la mano extendida sería más vergonzoso aún, así que simplemente acepte la comida que me ofrecía.

Y cuando mis labios envolvieron la cremosidad y la suavidad de la pasta, no pude evitar gemir.

Al notar mi pequeño error y las diferentes miradas y toses mal disimuladas, mis mejillas se pusieron coloradas.
Pero Henry continuó alimentándome y pronto descubrí que me gustaba, y cuando su cuerpo se acerco al mío... salí huyendo al baño.

No pude evitarlo. Sentía algo extraño en mi pecho y todo mi cuerpo parecía estar en llamas. Así que simplemente me levante y me fui al baño.
Y al parecer fue el error más grande que pude haber hecho ya que en cuanto regresé, Henry había puesto espacio entre nosotros y una sexy rubia enfundada en lo que parecía ser un carísimo vestido negro de terciopelo se encontraba charlando alegremente con él, ambos con una copa de vino entre las manos.

Y al verla, no pude sentirme patética en mi sencillo y para nada sensual vestido de casa de flores amarillas.

Maldiciendo internamente me regañé por compararme con las posibles citas de mi jefe.
Sí, y eso debía de recordar muy bien. Henry solo es mi jefe, no mi novio, ni mi posible amor, ni mi cita. Nada. Solo mi jefe.

En cuanto ambos me vieron, la rubia me sonrió con la sonrisa más descarada y malditamente sensual que alguien me pudiera haber dado en la vida. Y con una promesa de "Pasar a visitarlo más tarde", se fue.

Y claro, moví mi silla un poco más lejos de él y los dos parecíamos estar tensos.

Decidí abandonar la comida por el bien tanto del restaurante y de los clientes como por el mío, y como la única cosa segura que parecía haber era el vino, simplemente bebí.

Y en esos momentos en verdad agradezco el haberme emborrachado una vez en la universidad. Porque cuando lo hice, descubrí cuando tenía que detenerme antes de que las cosas se pusieran realmente feas.

Ninguno trató de sacar adelante una conversación y simplemente estaba esperando el momento para que nos fuéramos, pero la velada tomó un giro totalmente diferente cuando lo escuché suspirar antes de que él se parara y me ofreciera su mano después de dejar el saco del traje sobre una silla y su camisa blanca y corbata gris quedara a la vista no para irnos sino para bailar.

Y ahí, parado frente a mis ojos con lo que se veía era la tela más suave envolviendo sus hombros anchos y sus brazos, estaba esperando una confirmación silenciosa para bailar.

Y yo... bueno, yo nunca he sido demasiado buena bailando, pero no iba a dejarlo ahí colgado. Ya sufrí demasiada vergüenza por una noche, pero si hubiera sabido lo que iba a suceder... simplemente me hubiera quedado sentada.

—Layla, en verdad lamento...

—No, la que debería de lamentarlo soy yo —niego, deteniéndome fuera de lo que será mi nueva habitación—. No sé qué es lo que me sucedió en ese momento, pero al parecer bebí demasiado vino sin darme cuenta y yo...

—Layla...

—Simplemente quiero olvidarlo —susurro bajando la mirada al suelo demasiada avergonzada—. Por favor, señor, ¿podríamos dejarlo atrás?

El sonido del timbre de la puerta detiene a Henry de lo que sea que está por decir y creo saber quién es.

Piernas rubias a llegado.

Está por hablar nuevamente pero la insistencia del timbre no se detiene y sé que no se va a detener hasta que alguien vaya a abrir.

—Que tengas buena noche, Layla —se despide de mí antes de dar media vuelta y descender.

Y sí, de haber sabido que iba a suceder, ni siquiera hubiera salido de la casa.

Porque el responsable de que su camisa se encuentra desabotonada probablemente sin un botón y la corbata desaliñada, soy yo.

Y cuando mis manos tocaron sus mejillas y mi nariz se encontró con su cuello y pude inhalar su colonia, él me alejó como si lo hubieran quemado.

Y eso fue un golpe duro, sí, pero me da más vergüenza mi comportamiento.

Nunca hubiera hecho algo así, y la verdad no se qué es lo que me está pasando.

El secreto de los dioses [M. I #1] ✔️Where stories live. Discover now