7.- Cargo de consciencia

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"En cuanto despierte todos se habrán ido, no dejaran migajas para seguirlos. Perderé su rastro y me perderé a mi mismo antes de caer al vacío."

Un techo blanco con pequeños decorados que de haber nacido en ese entorno se preguntaría porque se molestaron en hacerlos ya que nadie miraba hacia arriba. Todos siempre de frente, siempre sumidos en ellos mismos como para prestar algo de su tiempo en mínimos detalles. Sin embargo, el sirenio buscó entre cada trazo alguna figura, una forma que se asemejara a algo que conocía... algo que pudiese reconocer entre toda la extrañeza de aquella habitación.

Hasta el momento encontró por lo menos ocho caracoles, dos anémonas y una pequeña medusa bebé, justo a lado de la luz. La alusión servía más gracias a la pequeña pintura color azul.

--Allen, tienes que comer un poco, anda --la mujer que reconoció desde el primer día en el que conoció ese encierro le llamó en un gesto preocupado, maternal, le sacó de los pensamientos en los que buscaba a toda costa aferrarse a la poca cordura que le quedaba mientras se negaba a la realidad que le atormentaba desde hacia tres días.

Desde su despertar se negó a comer, a hablar, a... Mover un sólo músculo en la mitad de su cuerpo. Porque nada debía mover, porque nada debió existir ahí mas que su larga cola.

¡Porque no debía tener ese par de piernas!

La sensación era horrible, la capacidad de usar solo la voluntad del pensamiento para que sus nuevas extremidades reaccionaran entre movimientos torpes, habían generado cierta curiosidad en él tras alargar y contraer sus dedos una y otra vez en una especie de calentamiento, un cáliz para cerciorarse que era cierto y como si no fuera poco la viva imagen y sensación no fue suficiente. Las yemas de sus dedos pasaron con fingida pasirmonia por toda la extensión de cada pierna produciéndole un choque en su mente, su misma suavidad le resultó repulsiva.

--Yo misma la preparé, por favor --insistió retomando de nuevo su labor al acercar la cuchara llena de sopa a la boca del tritón. Le trataba como un pequeño niño enfermo -y quizás lo era-, uno que necesitaba los cuidados de una madre dedicada y cariñosa. Las numerosas vendas cubriendo la mayor parte de sus extremidades daban una imagen débil, sumando su debilidad física ante su desnutrición que por algún motivo era voluntaria, como si quisiera morir de inanición.

Y en ese momento prefirió mil veces el trato que le daba Kanda al verlo como una mascota. Después de todo jamas lo igualaría como un ser viviente pero, en comparación, eso era mejor que ser tratado como un humano. Porque no lo era, Allen seguía siendo un tritón.

¿O no?

Hundió más su menudo cuerpo entre la cama, pasó los brazos debajo de las sabanas y trató a toda costa mostrarle una vaga sonrisa a la enfermera antes de darle la espalda e intentar dormir. Le agradecía sus atenciones, los cuidados que hizo junto con un par de extraños que a palabras de la mujer, solo estaban allí para ayudarlo a volver a su ambiente.

Cada movimiento le resultaba incómodo, sus brazos dolían, sus nuevas piernas ardían a causa de todo el revuelo que se hizo tras darse cuenta que su cuerpo reaccionaba de mala manera al contacto con el agua, fuera del ambiente que tuvo toda su existencia. ¿Y si no volvía a la normalidad? ¿Y si se quedaba así por el resto de su vida? La idea le atormentó, le hizo pegar el rostro contra la almohada y ahogar un sollozo.

Quería volver a casa, con su familia. Con Mana.

--Si no comes te volverán a meter agujas por todo el cuerpo --sólo Kanda tenia la capacidad innata de tensarlo en un instante. Su voz gruesa, ese ceño fruncido que no ocupó ver para saber que estaba ahí, y el significado de sus palabras. Conoció lo que era una aguja. Una cosa puntiaguda que perforaba su piel para extraer sangre o meter todo tipo de líquidos que lo hacían sentir desde sueño, mareos hasta entumecimiento en algunas zonas de su cuerpo. Odiaba esas cosas tanto como a su captor.

Sounds like Heaven   [ Yullen ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora