[11] Tratos con la mafia

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Me bajé del taxi, y le dí dinero al conductor

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Me bajé del taxi, y le dí dinero al conductor. Él me miró confundido, y luego dijo:

—Te ves medio pálida. ¿Segura que estás en el lugar correcto?

—Nunca puedes estar seguro de nada con la familia Marshall —respondí, saliendo del vehículo.

Tomé unos minutos para serenarme. Me miré en el vidrio que estaba al costado de la puerta principal que decoraba la linda casa de mis padres, donde había vivido 18 años de mi vida. Me quedé mirando mi reflejo.

Ah, no estaba tan mal. Aguarden..., me había puesto unos jeans ajustados combinados con una remera roja con inscripciones en francés. Si, tal vez mala elección. Mamá odia el rojo... y a los franceses.

YA, LOUISA. NO PIENSES ESTUPIDECES.

Mi madre toda mi vida me ha dicho qué hacer. Y cuando no, casi siempre tenía algo que opinar sobre todas mis elecciones. Estaba segura de que ella y Papá aún no aceptaban que yo haya estudiado Literatura, era uno de los temas tabú de la familia. Incluso Dominic recuerda aquel día en el que les dije que quería dedicarme a escribir libros. Siguió una tarde entera "hablando" sobre la escribanía de la familia, las carreras universitarias más exitosas, etcétera. Aun así, no dí mi brazo a torcer. Y eso no me lo perdonarían jamás.

Respira Louisa. Estás exagerando. Seguro que esa cosa misteriosa de la que quiere hablar es una tontería, como que compró un nuevo teléfono y no sabe encenderlo.

Toqué la puerta. Dominic abrió al instante, como si estuviera esperándome al lado de la puerta desde hace rato.

—Dios, Louisa, aquí estás. Estuve esperándote al lado de la puerta desde hace rato —me dice él, por lo bajo.

Sí, también se veía algo nervioso.

Entré a casa, y dejé mi abrigo en el perchero.

—Sácate los zapatos así no se ensucia nada —dijo Mamá, entrando con una fuente de pollo en los brazos.

Una cálida bienvenida.

—Claro —respondí, por lo bajo.

—Lou, ¿cómo estas? —saludó Papá, desde el sofá en donde miraba un partido de fútbol.

—Hola, Papá —lo saludé, cuando ya me había quitado los zapatos.

Mi familia era en extremo aburrida. Bueno, no mi familia. Dominic no era aburrido que digamos, y yo... Mejor no hablemos de eso. La cosa es que mis padres eran tan aburridos, que su aburrosidad flotaba en el aire, y se te pegaba a los poros. Hasta Dominic era casi calmado y sin chistes malos frente a ellos. Casi.

Nos sentamos a la gran mesa larga. Mamá en una esquina, Papá en la otra, y Dominic y yo uno en frente del otro por el medio.

—Está delicioso —elogié a Mamá, con sinceridad.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora