[41] Aférrate

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—No, no puedo hacerlo —digo, volviéndome a sentar.

—¡Vamos, Louisa! —se queja Oliver—. Sólo debes pasar, leer, y volver a sentarte. Ni siquiera hace falta que mires a nadie a la cara.

Ya habían pasado como cinco personas con sus poemas. Todos eran geniales, ni se comparaban a los míos. Iba a quedar totalmente humillada.

—No lo entiendes, Oliver. No puedo.

—Si puedes. —Él se pone de pié, y grita—. ¡Aquí! ¡Louisa va a pasar!

El hombre que organizaba todo, aplaude.

—¡Démosle la bienvenida a Louisa! —anuncia él, y todos aplauden.

Fulmino a Oliver con la mirada, pero no demasiado tiempo. Estoy más concentrada en el miedo creciente que me invade. Él sonríe abiertamente.

Camino con pasos lentos, temblorosos e indecisos hacia el escenario. Subo los dos escalones, me siento en el taburete, y recién ahí echo un vistazo a la gente. Oh, Dios. ¿Cuántas personas habían allí? Diría que al menos 50.

El hombre me pasa un micrófono, y sonríe.

—Preséntate, y luego lee. ¡Buena suerte! —y me da dos palmaditas en la espalda.

Sostengo el micrófono con mis dos manos, como si mi vida dependiera de ello.

—Eh... Soy Louisa Marshall —digo. La gente aplaude un poco más.

¿Qué mierda estoy haciendo...?

Desvío mi mirada a mi teléfono, y abro la aplicación en donde guardo mis tontos escritos. Nos vemos, dignidad, si es que en algún momento vuelvo a recuperarte.

Elijo uno, el que considero mejor. Respiro hondo.

—Eh... no tiene título—me siento ilusa apenas lo digo. "¿Quién es esta mamarracho?". Hago una pausa, para darme valor. Inhalo, exhalo. Vamos, no es tan difícil...—. En fin, disfruten.

Leo con voz firme, pero mis manos tiemblan. Si fuera una máquina, de seguro en mi panel de control me avisaría del mal funcionamiento de mis sentidos. Altos niveles de adrenalina, ritmo cardíaco acelerado...; no era un poema en sí, era sólo un pequeño párrafo que había escrito hace poco (meses) y, dentro de todo, algo me gustaba. No alcanzaba a nadie. No era mejor que ninguno de los que los otros habían concursado.

Hablaba sobre la decepción. Sí, algo bastante cliché a la hora de escribir cosas sentimentales, pero me había reflejado en él hace unos meses, un poco antes de que Oliver y Mark llegaran a la librería, después de una pelea con mis padres. Nada que no sucediera cada vez que los veo, pero aquella vez habían mencionado la palabra decepción, cargada de honestidad. Si bien ya lo sabía, escucharlo salir de la boca de mamá fue mucho más duro.

Me siento extraña al leerlo. Si bien era mío, no lo sentía en carne propia. Era el último que había escrito, no entraba nunca a mi aplicación de notas, pero aún así parecía tan lejano... 

El micrófono tiembla en mis manos. Lo he hecho. Lo he leído. Y no he vomitado.

Aguarden...

¡No, no tengo náuseas!

Respiro, y sonrío. Subo la mirada, y busco a Oliver entre la multitud. Él está de pié, aplaudiendo junto a la pequeña multitud. Me devuelve la sonrisa.

—¡Muy bueno! —indica el presentador—. Ahora, el que sigue.

Me bajo por la escalerita, con las piernas aún temblando. No lo puedo creer.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora