CAPITULO 6

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Habían pasado tres años desde que abandonaran América; durante ese tiempo, Arthur y Josephine junto con sus sobrinas, estuvieron en algunos poblados chinos a donde habían llegado luego de algunos meses de viajar, aunque para ese tiempo, la libre práctica de las artes militares, aún estaban prohibidas por los manchúes, la dinastía Qing; aunque desde algunos cientos de años, se enseñaban secretamente a las personas comunes con el fin de preservar el conocimiento.

Nai, una joven mujer que habían contratado para ayudarles en algunas actividades, les dijo un día

-si de verdad quieren aprender, deberían viajar más al sur, a la isla de Okinawa; no les será difícil conseguir que alguien los lleve; allí en poco tiempo sabrán más de lo que han logrado aprender aquí en este año

Así lo habían hecho, viajaron a Okinawa donde permanecieron por dos años más, alternando su lugar de residencia en Naha y Shuri; claro que el tiempo no solo lo invertían en el aprendizaje; Josephine había padecido una especie de enamoramiento de la arquitectura empleada por el ya decadente reino de Ryukyu; quería conocer cada uno de los Gusuku de la isla, pasaba embelesada contemplando las antiguas fortalezas, soñaba despierta con las viejas glorias y había optado por empezar a llevar un diario. Arthur contemplaba a su esposa y veía como ese viaje mejoraba significativamente su vida, se veía dichosa, casi plena; a no ser que el silencio de Jacqueline o su estado abstraído la volviera de alguna manera a la tristeza. Pero la niña aunque continuaba con su mutismo, estudiaba, aprendía y entrenaba con disciplina y esmero; era simplemente brillante absorbiendo todo tipo de conocimiento que le fuera de utilidad.

Ahora, los tíos y las niñas se trasladaban a Francia, donde se proponían estacionarse por algunos meses para poder establecer comunicación por carta con Anthony en América. No bien hubieron llegado, consiguieron un alojamiento estableciéndose en París y Arthur envió la dichosa carta; una vez más, animados por Josephine, se dedicaron a conocer todo lo atractivo de la ciudad, el espíritu soñador y precursor de la mujer, se imponía sobre el ánimo de los demás; y el diario debía ser renovado, habiendo completado ya varios tomos, que aumentaban el peso de su equipaje. En tanto que esperaban la respuesta a la misiva; las niñas, que crecían prometiendo convertirse en tres bellezas respetables; empezaron a aprender francés, normas de comportamiento, danza, moda, letras y arte; pero ellas mismas agregaron a sus conocimientos una que otra indiscreción aprendida a escondidas en un teatro al que se colaban sin ser descubiertas hasta mucho tiempo después de adquirir la costumbre; allí vieron como las mujeres se vestían de hombres para actuar papeles masculinos; esto les parecía definitivamente divertido; en esas correrías conocieron a una joven de la edad de ellas llamada Marie y que continuamente les ayudaba a escabullirse; ella les contaba que su sueño era convertirse en una famosa actriz, casi tan buena como madame Sarah, les decía, ellas le preguntaban que quién era ella y entonces con muchos aspavientos les respondía

-oh, ella era una "femme fatale", una cortesana; pero ahora es una muy famosa actriz

- ¿Qué es una cortesana? – había preguntado Maxinne la primera vez que ella mencionara la profesión de Sarah

- una cortesana es una mujer que permite que los hombres la tomen después de pagarle mucho dinero

- ¿Cómo la tomen? – Maxinne insistía en que se le aclararan algunos puntos

- bueno, pues... - Marie había estado dispuesta a explicarle a la menor de las Allegry pero Geraldine intervino

- no es necesario que entres en detalles Marie – así dio por concluido el interrogatorio de ese día

Esto se repetía una y otra vez, y acompañado de otras actividades dejó al descubierto el carácter extrovertido de Geraldine y su agudo ingenio, que había incitado la curiosidad de Maxinne y la sed de saber de Jackelinne, era Geraldine quien encontraba siempre los mejores escondites a donde guiaba a sus hermanas cuando Marie no podía acompañarlas; asimismo era ella quien daba la alerta cuando estaban en peligro de ser descubiertas; todas se movían de manera silenciosa en especial Jackelinne, que gracias a su entrenamiento desarrolló movimientos casi felinos. En una de sus correrías cuando se habían citado con Marie, y, al no llegar ella, se atrevieron a ir en su búsqueda; pasaron por unos callejones avanzando entre maloliente basura y putrefactos rincones, estaban por desistir, cuando un grito las atrajo hacia una construcción aparentemente en ruinas; unos chicos algo mayores que ellas intentaban forzar a alguien que las chicas no podían ver desde su ubicación, se acercaron y descubrieron que quien gritaba era su amiga Marie, pidiéndoles a los muchachos que la dejasen ir.

-¡ya la escucharon! – Bramó Jackelinne que por un momento sintió el terror recorrer todo su cuerpo, se recompuso gracias a las promesas que se hacía constantemente y rompió su silencio - ¡les pidió que la dejen ir!

- ¿Qué tenemos aquí? – Dijo uno de ellos – parece que va a haber fiesta para todos y no vamos a tener que compartir

Las hermanas permanecieron juntas, a la espera de que los jóvenes se aproximaran; aquellos eran cinco, ellas esperaban con los puños cerrados, y los mantenían en una posición baja no muy desafiante; cuando aquellos pillos se abalanzaron sobre ellas, los recibieron dándoles una muy elegante paliza usando algunos de sus conocimientos; al terminar y habiéndoles hecho morder el polvo en varias ocasiones, se acomodaron sus ropas, se sacudieron sus manos y tomando de los brazos a una asombrada, y aun aterrada Marie, se fueron de allí. Prometieron mantener eso hechos en secreto, por lo que pudieran suscitar y empezaron a reducir sus salidas. Por esas fechas, las excursiones con la tía Josephine las llevaron a alejarse un poco de la capital queriendo conocer el grandioso palacio de Versalles y sus museos.

Un día Arthur llegó con un anciano llamado François, del que se había hecho amigo, este empezó a ir seguidamente a la casa de los Allegry y terminó enseñándoles a las tres pequeñas el uso del florete del cual era un experto; poco antes de que ellos partieran de Francia, les regaló a las chicas, unos finos bastones decorados con complicados artesonados de bronce, eran como de dos pies cada uno y ocultaban en su interior un estoque.

Jackelinne estaba cerca de cumplir sus 15 años; y aunque sabía que pronto saldrían de Francia, se encontraba ansiosa, por momentos quería regresar al rancho y ver a su padre, pero luego pensaba que todavía no estaba lista. Una noche en que se desplazaba silenciosa por el pasillo como era su costumbre, escuchó a sus tíos conversando sobre una carta que recibieran de su padre

-dice que debemos ir a Escocia, a un lugar en las tierras altas, precisamente de donde emigraron nuestros antepasados hace más de 100 años, me envía un nombre, Angus MacArthur y según la carta, deberíamos ir de Glasgow hasta las cercanías del lago Awe donde él tiene su casa – calló por un momento y luego continuó – se supone que allí reforzarán su aprendizaje rodeadas de la historia y la belleza de esa tierra

- ¿Qué piensas hacer? – le preguntó Josephine

- no veo que ese viaje sea necesario, con lo que saben es más que suficiente, no entiendo porque insiste en mantenerlas alejadas; ¡cielo santo! ¡Son solo niñas!

- queremos ir tío Arthur – interrumpió Jackelinne saliendo de entre las sombras – y ya casi somos mujeres.

Mientras la muchacha volvía a desaparecer tan silenciosa como había aparecido, los esposos se veían sorprendidos, era la frase más larga que escucharan de su sobrina desde que fueran al rancho y se las llevaran de allí

-bien – comentó Josephine reponiéndose de la sorpresa – será mejor empacar; Escocia, allá vamos. De todas maneras, iré con las chicas de compras antes de partir; necesito algunas cosas.

Habían llegado a Escocia a comienzos del invierno de 1881, llevaban ya algunos meses en el lugar; este les ofrecía la oportunidad de entrenar cada uno de los días de invierno durante los cuales mejoraban los movimientos aprendidos en China y Okinawa; cada día perfeccionaban sus artes militares; para cuando el buen tiempo se hizo presente, el señor Angus se dedicó a enseñarles a manejar el arco y les permitió montar a caballo algunas veces. Maxinne fue desarrollando una gran habilidad con el arco que se convirtió en su arma favorita; y Geraldine mejoraba día a día, el manejo de las dagas. Las noches las pasaban oyendo las historias sobre los clanes y las Highland; las jóvenes ponían especial cuidado a los relatos ya que les aportaban una gran suma de conocimiento y distracción.

Los meses pasaron y con ellos, la disciplina de las jóvenes que se fueron convirtiendo en hermosas mujeres, era cada vez mejor; Jackelinne amaba pasear sola por los campos aledaños a la casa, aunque gran parte de su tiempo la usaba entrenando con sus hermanas; Angus también les enseñó otras técnicas de lucha y les transmitió grandes enseñanzas sobre el valor y el deber. Esperaban la llegada del verano de 1884; la hermana mayor se sentía preparada para regresar y se la pasaba ahora un tanto ansiosa, a la espera de la carta de su padre que les avisara que ya podían volver; al fin, la tan anhelada misiva llegó y empezaron los preparativos para el retorno.

PREPARADAS PARA MORIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora