CAPÍTULO 1

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Corría alegre, saltando, riendo. Seguía a una mariposa, una lavanda con las alas grandes que se iba parando en las piedras para que ella la alcanzara.

—¡Espera! —Le gritaba a la pequeña mariposa. —No corras tanto.

Sus infantiles piernas se agotaban por momentos y era incapaz de seguir al travieso insecto. Hasta que la mariposa la guió de vuelta a su poblado y, entonces, todo cambió.

El fuego la rodeaba. Escuchaba gritos, llantos, golpes y allá donde mirara solo podía encontrar la destrucción. Buscó con la mirada su tienda, esperando ver a su madre, necesitando verla para correr a sus brazos y refugiarse en ella del miedo que la atenazaba, del calor de las llamas, del olor a muerte. Corrió sintiendo como sus piernas pesaban más de lo normal, sabiendo que algo iba mal, pero sin querer admitirlo, sin poder reconocerlo.

—¡Mamá! —Gritó al llegar a su tienda— ¡Mamá!

Lo primero que vio fue la sangre. La sangre que salía de su madre y cubría su rostro, su abdomen y sus ropas.

—Mamá, mamá despierta. —Gritó la niña impotente —Mamá, no me dejes. —Pero su madre ya no podía escucharla.

Una enorme figura surgió de entre las sombras. Un hombre, un bárbaro, que ya había visto otras veces en su poblado, que siempre le había dado miedo. Su rostro surcado con enormes cicatrices, dibujó una horrenda sonrisa y sus ojos parecían tan rojos como la sangre de su madre. Vio un puñal en la mano de aquel monstruo y supo que la iba a matar. Mejor, no quería estar sola sin mamá. Y lo único que podía ver era sus ojos, aquellos vacíos ojos teñidos en sangre.

***

Mulán se despertó de golpe, con su futón completamente desordenado. Había vuelto a pelear en sus pesadillas. Las mismas pesadillas de siempre. Las mismas pesadillas que la habían acompañado desde que los bárbaros masacraron y aniquilaron todo su poblado, incluyendo a su madre. Solo Mulán había sobrevivido al ataque, sin saber por qué, solo porque él la dejó vivir. Recordaba haber vagado durante días con la esperanza de morir y reencontrarse con su madre. Sin nada que comer ni qué beber, una niña perdida de siete años, sola en el mundo, huyendo de sus pesadillas. Hasta que ellos la encontraron, la familia Fa.

Su única hija había muerto víctima de las fiebres y no habían podido tener más. Ellos la rescataron y la criaron como a su hija. Les debía la vida, los poco momentos de felicidad lejos de las pesadillas y del recuerdo de su madre muerta tirada en el suelo. Los quería realmente como a padres y hubiera querido que ellos estuvieran orgullosos de ella. Mulán lo había intentado realmente, había tratado de convertirse en una dama de la sociedad asiática, había tratado ser delicada y callada, ser una buena futura esposa y casarse con algún hombre del agrado de sus padres adoptivos. Pero era incapaz de olvidar. Cuando estaba frente a alguno de los hombres que querían comprarla como esposa, solo podía verlo a él, a aquellos ojos amarillentos, llenos de sangre y sin apenas humanidad. Cuando le ponían aquellos ajustados e incómodos kimonos solo podía recordar sus primeros años de vida, viviendo libre y salvaje, corriendo por las estepas de las mariposas. Recordaba a su madre, el amor que sentía por ella y no quería conformarse a vivir una farsa en lugar de una vida. No podía olvidar a su madre, dejar que su recuerdo se fuera yendo lentamente sin haber intentado nunca vengar su muerte.

Mulán se levantó y fue caminando hacia el abrevadero para limpiarse la cara en un intento de despejar su mente de los fantasmas del pasado. El agua le devolvió una imagen, el mal reflejo de alguien que no era. Lo había intentado por ellos, pero no podría ocultar por más tiempos la realidad, no podría ocultarse más a sí misma, porque todo aquello que los demás veían, todo lo que creían que ella era, simplemente, no era real.

Unas trompetas en la calle despertaron al pueblo entero, algo pasaba. Sus padres y el resto de los habitantes del pueblo, salieron de sus casas para encontrarse con una comitiva del ejército que portaba el anuncio de una guerra. Estaban reclutando soldados, uno de cada casa, un hijo, un padre o un esposo tendría que despedirse de sus familias para ir a la guerra. El hombre que hablaba dando las malas noticias comunicó entonces que se trataba de una guerra contra los bárbaros que se habían atrevido a cruzar sus fronteras. Los Hunos se habían llamar estos barbaros y a su jefe se le conocía como Atila el Huno, el más sanguinario de todos. Apenas había prestado atención, apenas había comprendido lo que pasaba, hasta que Mulán vio el rostro dibujado en el rollo que aquel hombre del ejército desplegó. El dibujo no era perfecto, no tenía colores, pero aún así pudo reconocer perfectamente aquel rostro, aquellas cicatrices. Atila el Huno era el hombre que había matado a su madre. Miró a sus pares adoptivos, él ya era mayor y no había ningún otro hombre en la familia que pudiera ocupar su lugar. Mulán sabía que ellos la querían pero en realidad nunca se había comportado como una hija, no se había casado, no les había llevado el honor. Pues bien, aquella era su oportunidad para agradecerles que la salvaran y para lograr lo que siempre había anhelado, vengar a su madre.

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Mulan (Saga Grimm III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora