CAPÍTULO 4

778 96 5
                                    



Cinco guerreros la rodeaban. Había conseguido armarse con una rama seca. La blandía con todos sus músculos tensos, a la espera del siguiente ataque. Escuchaba el crujir de las ramas bajo sus pies con cada pequeño movimiento, pero a ellos no los oía, solo podía intuir por dónde llegaría el siguiente golpe. Su intuición, sin embargo, no era suficiente y pronto sintió un dolor ardiente en su nuca.

—¡Auch! ¿Así es cómo penáis ayudarme? —Dijo Mulán—¿Dándome golpes?

—Así se aprende pequeña —Dijo uno de los guerreros. — Coge bien la espada, la mano firme, el brazo ligeramente flexionado. Mantente recta.

Los que se hacían llamar "sus espíritus guardianes" le estaban dando una soberana paliza, en el intento de hacer un hombre de ella.

—¿Vas a rendirte ya? —Dijo uno de los espíritus.

Aquello le tocó la fibra sensible. No iba a darse por vencida, no iba a dejar que la vapulearan, la subestimaran y menospreciaran por haber nacido mujer. Ella era, les gustara o no a los hombres, una guerrera y no porque amara la guerra, sino porque tenía una razón para pelear.

—No. No voy a rendirme.

Y sus palabras le infundieron la fuerza y la calma que no había experimentado mientras luchaba con ellos. Mulán inspiró profundamente cerrando los ojos. Se dio cuenta de que, aún sin poder verlos, podía escucharlos, podía sentirlos. Si se concentraba lo suficiente, podía ver cuál sería su siguiente movimiento. En aquel instante, eran cuatro los soldados que tenía, uno en cada punto cardinal. Ella estaba orientada hacia el norte, el viento gélido de las montañas traía consigo el aroma de la nieve mezclado con los pinos, olía a bosque. Los espíritus permanecían callados a la espera del momento para atacar, pero sabía, tras haber recibido varios golpes con la misma táctica, que primero atacaría el que estaba situado en el norte para mantener sus manos ocupadas, después sur, luego este y, por último, oeste. Podía hacerlo, solo tenía que creer en ella misma. Respiró hondo una última vez y abrió los ojos justo para ver como el soldado situado en el norte lanzaba su espada hacia ella. La paró con la rama que blandía, mas sabiendo que aquello era una mera maniobra de distracción para dejar sus flancos al descubierto, pronto lanzó su espada hacia atrás sin ni siquiera girarse. Notó que impactaba en el abdomen del guerrero sur (o lo habría hecho de estar él vivo), sacó la espada en un rápido movimiento, girándola alrededor de su cabeza de este a oeste, dejando a los otros dos guerreros fuera de juego. Y, antes de que el norte pudiera cambiar su cara de asombro, su espada aterrizó sobre su cabeza.

—¿Qué tal?

Ninguno de sus maestros pareció dispuesto a halagar los progresos de su alumna. Solo Mushu comenzó a aplaudir visiblemente divertido porque una novata hubiera vencido a cuatro espíritus guerreros.

—Muy bien, Mulán. Haces grandes progresos. Ahora debes descansar, pronto amanecerá en el campamento y os llamarán a todos.

—Pero hoy comenzaremos a pelear —Dijo ella asustada —Y no estoy preparada para los guerreros corpóreos, a vosotros puedo... sentiros —dijo no sin cierto remilgo —pero a ellos no.

—Quizás no puedas sentirlo, mas ahora podrás saber lo que piensan hacer, dónde están. Nosotros seremos tus ojos en combate. Te guiaremos. No te preocupes más y ve a descansar.

Reticente todavía a abandonar el entrenamiento, Mulán dejó el palo que tan fielmente le había servido como espada y comenzó a andar sin demasiadas ganas hacia su tienda. Pronto sintió una nueva presencia junto a ella. El guerrero del dragón rojo dibujado en la armadura andaba con ella.

—Sé llegar a mi tienda sola, Mushu.

—Lo sé, pero quería decirte de nuevo que lo estás haciendo muy bien.

—Gracias —Mulán miró al suelo, no estaba tan segura de estar progresando tanto. Quizás sí que avanzaba, mas dudaba que tanto como para enfrentarse al guerrero más temido de toda China.

—No te preocupes Mulán —Dijo él, como leyendo sus pensamientos —Ya no estás sola, no volverás a estarlo.

—Es extraño... desde que murió mi madre la soledad ha sido mi mayor compañía, no sé cómo me sentiré si la dejo ir.

—Puedes dejarla ir porque nunca ha estado ahí realmente. Yo siempre he estado a tu lado. Aunque no me vieras, aunque te cerraras a tu don, yo siempre he estado a tu alrededor, viéndote crecer, viendo la mujer en la que te convertías.

—¿Crees... crees que mi madre estaría orgullosa de mí?

—No lo creo —Mulán apartó la mirada apenada, pero con un acopio de fuerzas por parte del espíritu, tomó su barbilla y la obligó a mirarlo —Lo sé. Estaría muy orgullosa.

Sonrió sin saber qué más decir. Las lágrimas amenazaban seriamente con inundar su rostro y era algo que no podía permitirse. Los hombres no lloraban y ella debía ser un hombre.

—Bueno y cuéntame de ti —Dijo ella por cambiar de tema —Guerrero del dragón, Mushu, ¿cuál es tu historia?

—¿Mi historia? —Su voz, inexplicablemente, pareció temblar ante la mención de su pasado.

—Sí. Otros guerreros espíritus me han contado sus grandes batallas, sus honorables muertes, ya sabes... sus historias. Todas iguales, supongo que la tuya también los será, pero tengo curiosidad.

—No. Mi historia no es igual a las suyas. —Mushu desvió la mirada como si no soportara mirarla a la cara.

—¿De qué hablas? ¿Tu muerte fue más emocionante?

—No.

—¿Y entonces?

Se hizo el silencio entre ellos. Mushu miraba al horizonte como si estuviera decidiendo si debía o no contestar a aquella pregunta.

—Mi muerte no fue honorable. —Y dicho aquello, se marchó.

Gracias por leer

Mulan (Saga Grimm III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora