CAPÍTULO 6

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Las últimas palabras de Mushu habían estado rondando su mente durante la poca noche que le quedaba y durante el resto del día. En parte, sus progresos con la espada se habían visto ensombrecidos por la ausencia de concentración en la lucha, así que, cara al público, no había mejorado demasiado.

Cuando la noche volvió a caer y sus compañeros se fueron a descansar, Mulán abandonó su tienda para ir al encuentro de los espíritus. Tres de ellos, lo más amistosos, Yao, Ling y Chien-Po, la estaban esperando.

—Parece que hoy tampoco has tenido un buen día—Ling era alto y delgado, parecía que la armadura le quedaba grande por todas las partes, pero siempre tenía esa sonrisa divertida en su rostro fantasmal.

—Tenía demasiadas cosas en la cabeza para concentrarme en la lucha, lo siento.

—No es a nosotros a quienes tienes que pedir disculpas. —Dijo Yao, era el más tosco y rudo de ellos, pero también sabía ser amigable. — Puede que escucháramos, un poco, la conversación con el dragón.

—Oh—Dijo Mulán sin estar segura de si debía avergonzarse de su curiosidad o no. —¿él está enfadado conmigo?

—Seguro que no es nada que un buen bol de arroz no pueda solucionar—Chien-Po era un fantasma enorme que, como guerrero, podía haber sido temible si en sus ojos no se viera tan claramente la bondad.

—Mira, Mulán, hay algo que tienes que saber...—Comenzó Ling—Ninguno de nosotros, ninguno de los guerreros que estamos aquí, tuvimos muertes lo que se dice... demasiado heroicas.

—¿Pero qué dices? —Saltó Mulán—Si ayer tú mismo me contaste cómo habías sido un gran guerrero que tenía a todas las doncellas suspirando por él y que había perecido en la mayor de las batallas.

—Ya... bueno... puede que exagerara un poco —Admitió Ling reticente.

—Quiere decir que te mintió—Señaló adustamente Yao. —Todos morimos en deshonor. Esos son los guerreros que el dios de los muertos no está interesado en recoger, no tiene tiempo para los perdedores, y esos son los que se os envía, ya sabes, a las mujeres con el don.

—Así que todos vosotros... estáis avergonzados por algo, eso es lo que os retiene. Y por eso ponéis tanto empeño en ayudarme, para limpiar vuestras faltas —Dijo Mulán, viéndolo todo claro por fin.

—Podría decirse. Deja que te contemos —Yao, el más tosco, pero también el más sincero, fue el primero en hablar— Nosotros tres tenemos una historia, digamos, común. Los tres fuimos reclutados, más o menos, como tú, al principio de una guerra durante la anterior Dinastía. Yo era ganadero, Ling trabajaba en campos de arroz, Chien-Po era cocinero, ninguno teníamos ni idea de lo que era ser soldado. Los tres nos habíamos dejado llevar por historias y relatos de los honorables héroes de la China, que luchaban y morían con honor. Queríamos ser como ellos, queríamos ser valientes, bravos cual río ardiente, fuertes cual el tifón... mas éramos simples campesinos.

Yao bajó la mirada como si le costara demasiado recordar y Ling le sucedió en la narración.

—Pronto vimos que la guerra no tenía que ver con los cuentos y las leyendas de grandes batallas. La muerte no tiene nada que ver con el honor. Matábamos a hombres que luchaban por defender sus hogares, igual que nosotros; veíamos caer a muchos de nuestros compañeros sin saber si nosotros seríamos los siguientes. Al principio, pudimos engañarnos con la idea de que la guerra acabaría pronto y podríamos volver a nuestras casas y encontrar una esposa. No fue así, al menos, no del todo. Un día, a nuestro regimiento le encargaron una misión especial, escoltar a las princesas, las tres hijas del Emperador hacia sus futuros esposos. Una venta, la de sus propias hijas, por la que el Emperador había pactado la paz entre sus tierras. Nos alegramos por aquella misión, que supondría el fin de una guerra sin sentido que había costado demasiadas víctimas. Pero...

La voz de Ling se entrecortó por lo que parecían ser lágrimas. Mulán miró a Chien-Po, esperando que él continuara la historia.

—Ella sabía preparar mi plato de arroz con pollo favorito, le encantaba el cerdo agridulce y disfrutaba con las nuevas recetas —Dijo él como explicación— No pude evitar enamorarme de ella, aunque fuera la hija del Emperador. Como tampoco pudieron Ling y Yao evitar enamorarse de sus hermanas. Parecíamos hechos los unos para los otros, era el destino, simplemente. Tres hermanas enamoradas de tres amigos a los que la guerra había convertido en hermanos. Y, por más que intentamos alejarnos de ellas, el viaje en el que se suponía que íbamos a entregarlas a sus futuros esposos, sirvió para que nos enamoráramos de ellas. El honor debía anteponerse, todos lo sabíamos. La paz era más importante que nuestros corazones, también lo sabíamos y nos lo dijimos, una y otra vez, cada noche, hasta que el viaje llegó a su fin y nos encontramos casi a las puertas del destino. Entonces, el miedo fue más fuerte y el amor más importante que el honor. Dejó de importarnos lo que pensaran nuestras familias o nuestros ancestros, nos olvidamos del pueblo de China por el que ya habíamos luchado durante años en guerras sin sentido, por el que habíamos matado y visto morir, pero por el que, decidimos, no sacrificaríamos nuestros corazones. Así que esa noche, los seis, nos fugamos. Nosotros tres desertamos del ejército, ellas huyeron de sus responsabilidades como princesas y pusieron en peligro la honorabilidad de su padre, el Emperador.

Por un momento los tres sonrieron, recordando los viejos tiempos, los buenos tiempos y el corazón de Mulán se enterneció. Sabía lo que era vivir de los recuerdos felices.

—Fueron días felices —Dijo Yao, al fin—Solo que cortos.

—Nos encontraron—Apuntó Ling con margura—A ellas se las llevaron con sus futuros esposos. Ellos limpiaron su honor tras haber sido abandonados, torturándolas y esclavizándolas. Nosotros intentamos salvarlas pero...

—No éramos guerreros —Chien-Po se miraba las manos—No éramos fuertes.

Los tres se quedaron en silencio como si ninguno quisiera llegar al final de la historia. Mulán pudo acabar por ellos, sabía cuál era el castigo por la deserción.

—Os ejecutaron.

—Al alba del día siguiente —Confirmó Yao. —No fue una muerte honorable en el campo de batalla, ni fue una vida honorable. Por eso seguimos vagando por estos mundos.

—El peor castigo—Dijo Ling con la mirada perdida—Fue que, como espíritus pudimos volver a buscarlas, las encontramos, quisimos estar a su lado, pero no podíamos ayudarlas y ver todo lo que les hicieron era demasiado doloroso.

—Así que nos marchamos. Las dejamos. —Chien-Po parecía estar a punto de llorar, si es que los fantasmas tenían lágrimas.

—Ya ves, que ni siquiera como fantasmas hemos sido honorables —Dijo Yao con cierta ironía que pretendía ocultar su amargura.

—No fue vuestra culpa —Dijo Mulán tras un silencio—Yo creo que fuisteis muy valientes.

—Ya no importa nada Mulán—Ling puso una etérea mano sobre su hombro—Solo te lo hemos contado para que entiendas que todos nosotros, los espíritus que te ayudamos, tenemos historias truculentas en nuestro pasado, oscuras manchas que no nos han dejado avanzar. No intentes escavar en las historias de los demás, no encontrarás nada bueno.

En aquel instante, mientras la noche en la que le preguntó a Mushu sobre su muerte volvía a su cabeza, uno de los espectros más ariscos apareció de la nada. Era calvo excepto por la corona de cabellos que había dejado crecer, de mejillas redondas y tez morena que respondía al nombre de Mundzuk

—Llegas tarde. Vamos a practicar, aún te queda mucho por aprender. 

Mulan (Saga Grimm III)Where stories live. Discover now