CAPÍTULO 41

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Rachel. 

Alemana. 

Llego a la mesa con la sensación de calor en mi mano todavía, no había dicho tantas mentiras juntas en meses, pero era eso o aceptar mi derrota y dejar al descubierto mis sentimientos, algo no viable con mis futuros planes de boda.

—¿Estás ocupada? —el acento alemán de Angela me saca de mi estado shock post emocional.

—No todavía.

Toma asiento frente a mí.

—Quería disculparme por lo que viste. No soy el tipo de mujer que se acuesta con alguien de buenas a primeras.

—¿Ah no?

— El coronel Morgan es diferente —rueda los ojos— Es la fantasía de todas aquí...

—Escucha —abro mi laptop — No es mi problema tu asunto con el coronel, de hecho, no sé qué haces aquí explicando lo que no deseo oír. Me dio cólera el que se saltaran el reglamento por eso actúe como actúe, ya tuve una charla sobre eso y no me apetece repetirla.

Asiente.

—Tu cuñada es la esposa de Christopher, quiero pedirte que no le digas lo que pasó. Escuche que están en un duro proceso de divorcio y no quiero empeorar las cosas.

—Lo menos que quiero es tener líos por cotilleos con Sabrina, así que por mi parte jamás se enterara.

—Te lo agradezco —apoya los codos en la mesa— No tengo amigas aquí y no sé si esté mal desahogarme contigo. 

«¿Qué sanción me darán por reventarle mi laptop en la cara?»

—Angela no tienes que contarme nada — trato de no darle importancia— No es mi asunto. 

—Quiero hacerlo. Nunca un hombre me había hecho sentir así y me he puesto en la tarea —baja la voz— De averiguar su habitación en la torre de los dormitorios masculinos quiero repetir, es  casado, pero... No tengo idea de lo que me pasa ¿Crees que estoy loca? 

—¡Buenos días! —Simón entra a la sala.

—Tardes capitán —lo corrige Reynals.

—Cierto —mira su reloj.

Viene directo a mi puesto.

—¿Interrumpo algo? —pregunta.

—No capitán —Angela se levanta— Puedo venir más tarde.

—Si lo están —sonríe como un estúpido—  Puedo dejarlo para otro momento.

—No lo estamos —le aclaro, soy la más interesada en que Ángela se largue.

Miss plástica se despide y retira mientras Simón le mira el trasero con disimulo.

—¿Qué quieres?

Toma asiento frente a mí.

—Estoy muy bien gracias —contesta aire sarcástico — Mi mañana estuvo de maravilla, cosa que no puedes decir tú por lo que veo.

—Al grano, temo a que salgas corriendo detrás de mi compañera.

—Como se te ocurre decir eso, estoy por casarme.

—Si claro..

—A mi casa llegaron cajas a nombre tuyo con sombreros, pegatinas, espumas y carteles de feliz cumpleaños.

Lascivia (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora