III

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El viejo dicho dice que las apariencias engañan. No podría decir que es más que cierto. Déjenme explicarles.
Imagínense a una chica, a una adolescente, específicamente. Visualicen sus ojos marrones y su cabellera castaña a la luz del Sol. Piensen que posee el mejor promedio del curso. Que usa anteojos, que va al cine, lee libros, mira series y películas y sale de vez en cuando con sus amigas.
Creen a esta persona con rasgos normales: ni muy bella ni muy fea, ni alta ni enana. Inventen su forma de ser para que sea sencilla y humilde.
Imaginen que conocen a esa chica, que es alguien que ven todos los días, que ríe y se enoja, que calla y grita, que fracasa y acierta. Y, aunque sea con la mente, síganla hasta su casa. Vean como atraviesa la puerta, se saca sus zapatillas y se mete unas galletitas en la boca mientras habla con su madre sobre el día. Sé que parece normal, pero no la dejen; permanezcan con ella hasta el final.
Cuando llega la noche, momento en que ya terminó todas su tareas y comió hasta saciarse, se conecta a Internet en su cuarto, sola. Con expresión sombría busca historias de vida y se siente identificada y alejada. Retiene sus lágrimas porque sabe que alguien puede verla pronto.
Se acuesta feliz, le agradece a Dios por su gran día y le pide, de todo corazón, que proteja a esas personas como la cuidó a ella. Al rato se duerme.
Sueña y se levanta con todas las energías para vivir otro día fabuloso.
Quién diría que es una de entre dos mil que alguna vez padeció una enfermedad poco frecuente.

Érase una vez... una enfermedad poco frecuenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora