CAPITULO 4

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— me gustas. Me dio un besito en la mejilla izquierda—. Sí, la verdad es que me gustas. — me dio otro beso, pero esta vez en mis labios — ¡Creo que hasta me gustas mucho!.

Sus susurros sensuales me sumergieron en un mar de lava ardiendo. Después se dejó caer hacia delante y me besó. Besaba increíblemente bien, y al igual que en nuestro primer encuentro, me puso de lo más caliente. Se dejó caer a mi lado y me atrajo hacia ella. La abracé, y noté lo suave y agradable que era al tacto la seda de su bata; tanto, que no supe muy bien si prefería abrazarla con aquella prenda o sin ella.

—No quiero que te desnudes —dije, tras liberarme de su beso. Ella se echó a reír en voz baja.

—Supongo que se puede arreglar —dijo. Apoyó los labios en mi garganta y los dejó resbalar a lo largo de mi cuello. Yo gemí de placer. La tapicería de piel me parecía muy agradable e incitante. Se dejó caer hasta que quedó debajo de mí, pero sin apartar los labios de mi garganta. Empezó a desabrocharme la camisa, y cada vez que desabrochaba un botón, besaba la piel que quedaba al descubierto. Finalmente se dejó caer hacia atrás y me miró. No me sonrió. Yo le devolví la mirada y supe que estaba enamorada de ella. Y también supe que jamás podría decírselo, de la misma manera que jamás podría esperar oírselo decir a ella.

—¿No te gustaría ponerte un poco más cómoda? Regresé a la realidad y me di cuenta de que aún llevaba puestas las botas. ¡Qué vergüenza! Me puse en pie de un salto, me quité las botas y me desabroché el pantalón. La observé estaba tendida sobre el sofá y el blanco de su bata contrastaba de una forma sorprendente con su piel morena ella, acostada con una pose elegante, completaba la escena a la perfección. La miré, un tanto deprimida.

—¿Quieres que lo haga yo?

—¿El qué? —Me sentía furiosa y ya no recordaba para qué me había puesto en pie.

—Desnudarte. —Lo dijo como quien dice algo obvio. Parecía como si estuviera esperando algo. Ah, claro, los deseos de sus clientas... Sacudí vigorosamente la cabeza para ahuyentar los malos pensamientos.

—¡No! —grité para callar la vocecita que oía en el interior de mi cabeza. Tal vez grité demasiado—. Puedo hacerlo yo solita — añadí, un tanto encogida.

—Estoy segurísima —afirmó ella, nuevo con un gesto risueño. La seda de la bata que llevaba marcaba claramente las curvas de su cuerpo sus hombros rectos, sus pechos, sus abdominales bien pronunciados, la línea curva de sus caderas... Muy despacio, me quité los pantalones. Ella no dejaba de observarme.

—¿Te importaría mirar hacia otro lado? —le dije.

—Claro, cómo no. Cedió a mis deseos inmediatamente, aunque tuve la sensación de que apartaba la mirada en contra de su voluntad. "Bueno, es que no es muy justo, tú la observas con una mirada cargada de deseo, pero cuando ella hace lo mismo... Sí, ya lo sé, ¡pero es que es preciosa! Además, está acostumbrada". Mi conciencia estaba empezando a fastidiarme. "¿Y eso justifica que seas una maleducada?", me riñó desde algún rincón de mi mente, pero yo no le hice ni caso. Me acerqué de nuevo al sofá, cada vez más excitada. Tanto, que me notaba el pulso en el cuello. Ella seguía mirando por la ventana. Me arrodillé junto al sofá y apoyé una mano en su estómago, pero no se movió. Un segundo después, lo entendí.

—Mírame, por favor —le dije. Se volteo y me miró. No me acaba de convencer eso de que hiciera todo lo que yo le pedía. Debajo de mi mano, su estómago subía y bajaba a intervalos regulares. Deslicé un poco más la mano y la metí bajo su bata. La dejé reposar sobre la parte superior de su pierna. Ella seguía respirando tranquilamente, con absoluta normalidad, y yo pensé de nuevo en lo que había pensado aquella mañana tal vez era cierto que no sentía nada de nada. Pero... ¿y la otra vez? Aquella noche, las cosas fueron muy distintas. Aparté la mano, sin que ella protestara.

Mi Reina De La Noche CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora