Capítulo 3: beautiful boy

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Crash.

Eso fue lo que lo despertó. El sonido de un crujir de su valioso bote perfecto, con unas duras, ásperas y desconocidas rocas.

—Por un demonio, lo que faltaba—pronunció, en un susurro, el despistado marinero, a segundos de haber escuchado el ruido que, en su cabeza, se intensificó.

Muy pronto reaccionó; había encontrado tierra.

Rápidamente se levantó, torpemente, del suelo de la cubierta, para luego fijar su mirada en los infinitos granos de arena que lograba ver, a través de esas estorbosas rocas, mismas que habían sido las culpables de:
1. Destrozar su bote.
2. Despertarlo de su deseado sueño suicida.
3. Avisarle que había encontrado algo que no fuese agua.
Y sus entrañas se revolvieron a causa de la gran dosis de esperanza de sobrevivir.

Bajó hacia las, antes mencionadas, rocas y se dispuso a observar con detenimiento

Cegado por la emoción, corrió hacia adentro del pequeño bote. Necesitaba, ahora, sacar sus herramientas para reparar parte del desastre que el choque había causado.

Entre una y otra, clavos, tablas, martillos...

Hay alguien cerca.

Escuchaba un ruido de alguien caminando cerca de ahí. Eran pasos, de eso estaba seguro; los distinguía por su sonido coordinado e intencional, quiero decir, el sonido que le da un sentido más vivo, menos robotizado. El sentido humano.

Fueron acercándose más y más hacia donde Richard se encontraba en un intento de sobrevivir y pasar desapercibido en esa isla desconocida, y tal fue la magnitud de cercanía, que el pequeño se escondió tras la cubierta y se asomó por el ras de la ventana.

Lo que logró ver fue terroríficamente emocionante.

Si la belleza de todas las mujeres que había visto hasta ese instante de su vida, sumadas, dieran como resultado las hojas de una rosa, aquel chico era un rosal.

Caminaba, inseguro, a través de la arena que rodeaba la costa; dando pasos pequeños y mirando, entre cada uno, hacia el suelo, como cuidando su camino, como previniendo una caída.

Su cabello le llegaba a las cejas, las cuales eran muy pobladas. Le recordaron al océano. Cada gota, cada vello; en un océano, en las cejas de aquel chico, que se encontraba, ya, muy cerca de él.

—¿Hola?—escuchó. Sus oídos sintieron como una caricia. Esa voz era, increíblemente, bonita.

Pero algo tenía que responder.

Salió, en un impulso, de la cabina, lentamente, hacia la cubierta del bote, dejándose ver por el extraño que le había dado una sensación tan extrañamente hermosa.

—Hola—dijo, nerviosamente, mientras los dos se miraban.

El café conoció al azul. Fue desde ese momento.

Lost by the stars. [Starrison]Where stories live. Discover now