Capítulo 6: west coast

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Al llegar a la cima de la construcción que albergaba parte de su felicidad, George se detuvo a mirar las estrellas a través de las transparentes ventanas del farol. A pesar de haber subido ahí tantas veces, que ya no podía contarlas, cada una de esas veces, le seguía maravillando lo extraño de las estrellas. Tan lejanas y tan imposibles. Que parecían los recuerdos de los sueños que, al despertar, se desvanecen y se te escapan como el agua entre las manos.

Su pequeño santuario se encontraba justo como lo había dejado la tarde pasada. Un par de estanterías que albergaban libros viejos y desgastados, tales que alguien que los viese por primera vez los tomaría tal como a una rosa. Parecían frágiles y preciosos. Despedían ese olor a papel, humedad y polvo que causaba nostalgia a quien lo percibía.

Volvió su vista hacia el marinero que todavía contemplaba con cuidado los dibujos en los cristales. Recordó cómo solía dejarse llevar y calcar sus miedos y alegrías a través de las estrellas.

—Por favor, no te dejes llevar por esos garabatos—río con timidez. Estaba nervioso. Mostrarle ese lugar a aquel hombre era como exponerse totalmente. Ese farol era como su alma. Y se la había mostrado.

—Son algo perturbadores, si quisieras mi opinión. Pero puedo encontrar algunas figuras que parecieran querer ser reales. No sé si logro explicarme; parecen querer saltar de este cristal para que yo las sienta y las comprenda—confesó mientras caminaba hacia un estante para ver de reojo algunos títulos en las desgastadas portadas de papel.

"¿Qué clase de crítico de arte juzga dibujos en una ventana durante la madrugada?" Cuestionaba en su mente el de los ojos azules.

El moreno carraspeó.

—Tal vez mi sentir está atrapado ahí con ellos—pensó, en voz alta.

—En ese caso deberías hacer algo para liberarlo. Las emociones, por lo general, causan un malestar si es que no se expresan—contestó rápidamente.

—No sé cómo podría...—miró hacia el suelo durante unos segundos. No se le daba muy bien tener conversaciones fluidas sin dar una respuesta de ese tipo—, pero, ¡qué va! Si te estoy abrumando con mis garabatos. Deberías tratar de dormir. Mañana podemos empezar con las reparaciones.

Se apresuró a buscar en el interior de un viejo baúl y sacó un cobertor y una almohada, de los que hacía uso cuando necesitaba una siesta vespertina o, simplemente, un lugar cómodo.

El ojiazul quedó abrumado, como tal. Pero no por los dibujos, si no por la rapidez con la que el chico había cortado su conversación. Tuvo la sensación de que no había sido lo suficientemente interesante como para que se quedara con él, ahí, en ese momento. Ahora lo seguía con la vista, en cada uno de sus delicados movimientos: desde cómo se agachaba, hasta la forma en que colocaba sus delgados dedos en la tapa del contenedor.

Richard se había olvidado por completo de lo que hacía ahí parado, se había perdido en la tez del joven George, quien lo tomó por sorpresa al pararse frente a él para entregarle lo que necesitaría.

—¿Hmm?—carraspeó el castaño.

—Para que duermas—pronunció tímidamente, mientras señalaba con la vista el simple sofá en el centro de la construcción.

—¡Ah, claro, si!—trató de incorporarse. Recibió las cosas.

Ambos se estremecieron un poco cuando rozaron sus manos. Las de George estaban frías, suaves. Las de Ringo eran tibias, ásperas.

Con una mirada fugaz se despidieron. Con los ojos se desearon una buena noche, soñando con verse al día siguiente, muy temprano, lo más pronto posible.

Lost by the stars. [Starrison]Where stories live. Discover now