Ansias

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La plática con el doctor Israel acabó antes de lo que creí. Imaginé que tendría que rogarle para que me hiciera el favor, pero todo fue tan rápido que terminé con tiempo que matar.

Decidí que lo mejor era ir al consultorio y empezar a hacer llamadas, tal vez podría citar a todos mis pacientes al día siguiente para hablar con cada uno y explicarles la situación.

Al menos, ese era mi plan hasta que llegué al lugar y la encontré recargada en la pared abrazándose a sí misma.

—¿Lisa? —la llamé, escéptico. No pasaron ni veinticuatro horas desde la última vez que nos vimos; es más, ese día no se debía aparecer, pues no era en el que solía tener su sesión.

Ella levantó el rostro con sorpresa, ni siquiera notó que estaba ahí hasta que me escuchó. Traía puesta una blusa negra de manga larga y el clima estaba bastante cálido, imaginé que lo volvió a hacer.

—Llevo más de una hora esperando —dijo, ansiosa.

Negué, cansado.

—No entiendo porqué lo hiciste —mascullé, ¿cuántas veces tendría que rechazarla para que se dejara de presentar al consultorio?

—Necesito hablar contigo —alegó, desesperada.

Traté de ignorar su ansiedad, pues si algo sabía de ella era que haría hasta lo imposible para que reanudara las sesiones, así que crucé la sala de espera sin prestarle atención.

—Ya no soy tu psicólogo —le recordé y me dispuse a abrir el consultorio.

Sin embargo, ella se acercó y me tocó el brazo con suma gentileza.

—No vine a ver a un doctor —susurró mientras la veía confundido, ni siquiera logré abrir la puerta—. Busco un amigo.

Literal me quedé en blanco; la analicé con sumo detenimiento no pudiendo creer su actuar; cuando sintió mi mirada en ella, se volvió a abrazar y bajó la mirada. Se mostró como una niña vulnerable.

Tras meditarlo unos momentos, asentí con lentitud y abrí la puerta para dejarla pasar primero. Ella lo hizo y se puso a caminar de un lado a otro, en ningún momento se dejó de abrazar; incluso noté que por momentos se apretaba provocando que su piel se tornara blanca.

Cerré la puerta y tras cruzar el consultorio, me recargué en el escritorio y crucé los brazos.

—¿Qué sucede? —En todo el tiempo que llevaba tratándola, jamás la había visto así.

Ella me vio por un segundo sin dejar de caminar de un lado a otro.

—Escogió una fecha —masculló.

La vi confundido, aunque supuse que hablaba de la boda.

—¿Marco?

Asintió sin dejar de pasearse.

—Marco, mi padre; ¿cuál es la diferencia? Hay una fecha.

Parecía león enjaulado caminando de un extremo a otro viendo a su alrededor y apretando de vez en cuando sus brazos.

—Es muy rápido, todo va muy rápido —susurró sin verme cuando su respiración comenzó a agitarse.

Entonces me di cuenta que estaba presenciando un ataque de ansiedad.

—Lisa —la llamé tratando de captar su atención, si no la calmaba pasaría algo desagradable.

Ella sacudió la cabeza a gran velocidad antes de sentarse en el sillón y clavar su vista en el suelo.

—¿Qué estoy haciendo? —murmuró comenzando a desconectarse de su realidad.

No supe si debía acercarme o si tenía que seguir observando; pues bien lo dijo, en ese momento era su amigo, no su doctor. De pronto, levantó la mirada y vio a su alrededor como notando por primera vez dónde y con quién estaba.

IncongruenteWhere stories live. Discover now