Hermosa

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Miré al espejo y me sorprendí por mi reflejo: tenía la barba un poco más crecida de lo normal, mi negra cabellera no estaba peinada como de costumbre, hacia un lado, mis ojos se veían cansados y tenían un tono café más oscuro de lo que eran.

Por un momento me sentí mucho más viejo de lo que en realidad era. Treinta y un años y sentía que no había logrado lo que quería en mi vida.

Me eché agua en el rostro y suspiré, la técnica para relajarme tenía tiempo que no surtía efecto, así que me sequé con la toalla y salí del baño.

Lisa estaba sentada en la cama, se encontraba apoyada en la cabecera con las piernas dobladas mientras veía hacia la ventana. Vestía la bata que el hotel proporcionaba, su ropa estaba empapada y la tuve que mandar a la lavandería. Traté de evitar pensar en el hecho de que debajo de esa bata no había nada, pero la visión de sus piernas no me permitieron concentrarme mucho.

Fue increíble que estuviera meditando en eso mientras ella tuvo un ataque que casi la lleva al límite.

Caminé y me senté del lado contrario del que ella estaba.

—Mi madre es maníaco depresiva —comentó sin apartar la vista de la ventana—. Supongo que la locura corre por mis genes —murmuró.

Odié verla tan derrotada, parecía resignada a un futuro que no merecía.

—No estás loca, Lisa —aseguré.

Ella bajó la mirada y entrelazó las manos en su regazo.

—Mi padre la encerró cuando cumplí quince años, fue un excelente regalo —me contó con sarcasmo.

Sentí mucho pesar ante lo que me contaba, y detesté haber admirado a su padre.

—¿La visitas?

Negó con lentitud.

—Ni siquiera sé dónde la internó —espetó empuñando las manos.

Finalmente entendí por qué prefirió afrontar su enfermedad en secreto, la razón detrás de su actuación de perfecta hija. Incluso así, debía hacerle entender que lo sucedido fue grave, que sus decisiones se estaban volviendo radicales.

—Lisa, no podemos dejar esto así —susurré.

Ella subió rápidamente la mirada y me vio con enojo.

—Piensas internarme —gruñó, furiosa.

—Pienso buscarte ayuda —la corregí.

Sus ojos azules me vieron con mucha ira, inclusive así, seguían siendo hipnóticos.

—Me vas a aventar en un hospital psiquiátrico para no tener que lidiar conmigo —acusó al levantarse de la cama.

La miré consternado, tenía que tratar ese tema con mucha delicadeza para no empujarla a un ataque de ira.

—No, Lisa, pienso estar al pendiente de ti.

Ella sacudió la cabeza con velocidad provocando que su cabello negro se moviera de tal manera que le terminó por cubrir el rostro.

—No, eso le dijo mi padre a mi madre y ahí la abandonó —alegó caminando hacia la puerta.

Me levanté rápido y le bloqueé el paso.

—Lisa, no soy tu padre —exclamé con firmeza.

Ella mantuvo la mirada endurecida mientras trataba de moverme, pero no la dejé hacerlo.

IncongruenteWhere stories live. Discover now