Descubrir

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Algunas personas odian ciertas cosas por algún evento traumático que sufrieron en sus vidas. Ese era el caso de Isabella y el alcohol.

Antes de que sus padres murieran, y de que se convirtiera en mi "obligada" prometida, ella tuvo un novio de años. Literalmente años, llevaban cuatro saliendo.

Era el mariscal de campo del equipo de la escuela, igual de popular que ella. Solían ser la pareja más envidiada y admirada de todo el campus. Pero Yareth era de los que salían y festejaban después de cada partido ganado —que eran bastantes, si era sincero—, solía ser descuidado e impulsivo. Isabella rara vez salía a celebrar después de un juego, no le gustaba mucho empatizar con gente fuera de su círculo social.

Recuerdo bien el evento, la escuela estuvo de luto durante una semana entera y mis padres me obligaron a pasar tiempo con Isabella para que no se hundiera en la tristeza. Supongo que por eso nuestras familias pensaron que seríamos la pareja perfecta.

Sucedió después del último juego de la preparatoria, Yareth acababa de recibir una beca completa en una de las mejores universidades del país por sus habilidades deportivas. Se hizo una gran fiesta en casa de uno de los compañeros del​ equipo a la cual asistí obligado por Daniel, yo era el conductor designado.

Recuerdo decirle a mi ahora esposa que no dejara que Yareth manejara, insistí en que no lo acompañara por más bebida, y podía evocar perfectamente bien el momento en el que el aludido dijo que no estaba tomado. Debí empeñarme en que no condujera.

Llegué a creer que aún cargaba con esa culpa y, por ende, dejé que muchas cosas pasaran en mi vida.

Daniel fue abofeteado por su ex cuando lo vio coqueteando con una porrista, esa fue la razón por la que nos retiramos de la fiesta.

Íbamos de regreso a mi casa cuando vimos las ambulancias y patrullas deteniendo el tráfico. Inmediatamente reconocí el carro de Yareth y detuve el vehículo al ver mis premoniciones hechas realidad. Me bajé y corrí para observar el accidente: el carro estaba volcado, había vidrios y partes por todos lados.

Yareth condujo a alta velocidad y, en su estado etílico, no midió la curva provocando que el auto derrapara y se volcara.

Daniel llegó detrás de mí, ambos sabíamos que Isabella iba con él. Tras unos minutos de observar el terrible panorama la encontré: uno de los paramédicos la sostenía mientras ella gritaba y veía hacia el carro volcado de donde estaban sacando el cuerpo sin vida y demacrado de Yareth.

Recuerdo pelear con un policía para que me dejara pasar, cuando me vio se lanzó a mis brazos en medio del llanto más desgarrador que le había escuchado, la abracé sintiendo como su vida, futuro y anhelos se desmoronaban. Sobre todo podía evocar la culpa que me invadió por no haber hecho algo más para evitar que el chico manejara.

Por eso es que nunca me interesó llevarle la contraria en cuanto al alcohol, hasta hacía unos días que mi mundo empezó a salirse de control.

Así que ahí estaba, en un bar desconocido al otro lado de mi hogar.

Aún no sabía si debía tomar algo más fuerte que la cerveza, pero eso fue lo que pedí. Y de nuevo, seiscientos mililitros se me hicieron eternos.

No entendía por qué insistía en ahogar mis frustraciones en alcohol, me parecía que era lo más correcto dada mi situación, pero ni siquiera me agradaba el sabor de la cebada.

Sacudí la cabeza y saqué las piezas de mi celular, estaba tan paranoico con que Daniel hackearía mi ubicación que desarmé el aparato. Justo cuando terminé de montarlo, escuché esa risa que podría reconocer en cualquier lado.

IncongruenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora