PARTE II

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Frustrado como nunca en su vida, Gabriel recogió su mochila y se dirigió a su casa. A varios pasos detrás de Thomas, quien por su parte no se volteó a verlo en ningún momento. En aquel instante, era una mala cosa ser vecinos.

Thomas no aflojó el paso.

Gabriel no apuró el suyo.

Aquel camino que los había visto transitar juntos entre risas y bromas por tanto tiempo, de pronto era un infierno de trayecto.

Sumido en sus pensamientos, Gabriel se lamentaba. No había nada que él pudiera hacer. No era su culpa aquello que estaba pasando, presentía que Thomas era consciente de eso también o al menos, eso esperaba. Thomas no tenía realmente problemas de imagen, pero parecía ser que la opinión de la chica de intercambio sí que le había llegado. Él era lo que se llamaría un chico promedio. No se destacaba por nada en particular. Era un buen estudiante, pero no uno destacado, eso siendo una falta debido a su capacidad de distraerse. No practicaba deporte alguno fuera de la escuela y no había algún rasgo físico que fuese muy llamativo.

Todo eso en su propia opinión. En la de su amigo, en cambio, Thomas era un chico como ningún otro.

A los ojos de Gabriel, Thomas era apuesto. La nariz que todos solían encontrar demasiado grande, era un detalle. Sus ojos oscuros eran intrigantes. Su piel muy pálida que se sonrojaba con facilidad.

No había por qué mentir. Él lo amaba. Le gustaba su sentido del humor, que puede no fuera el mejor, pero conseguía arrancarle sonrisas. Y su modesto estilo de la moda o como es que siempre era un perfecto caballero sin importar la situación que transcurriera.

Gabriel lo tenía mal con él.

No solo era su camarada, en quien confiaba plenamente y cubría su espalda. Thomas era su todo.

Se detuvo cuando llegó a la puerta de su casa, indeciso sobre si simplemente entrar y dejar las cosas tal y como estaban. Thomas estaba peleando con el manojo de llaves de su propia reja y murmurando en enfadada voz baja.

Al final, Gabriel no quería estar mal con él.

-Tom, vamos amigo, lo siento... yo, ambos dijimos tonterías hace un rato. ¿Podemos solo hacer las paces?

-No se trata de hacer las paces, Gabe. Estoy cabreado con el mundo.

Gabriel se rio a pesar de todo.

-Ya hemos hablado de tu tendencia a ser melodramático. Déjalo ir. -Él alcanzó a su amigo por la espalda, colocando su mano en su hombro para que se volteara a verlo. El rostro de Thomas estaba con un puchero que solo hizo a Gabriel sonreír más grande. -Vamos a encontrarte una buena chica que te quiera. -dijo con paciencia, las palabras sabiéndole a acido en su boca. Pero otra vez, Thomas era su todo y él haría lo que fuese necesario por hacerle sentir bien. -Aunque no una que te ame, eso solo puedo hacerlo yo.

Con una risa sin mucha gracia, Thomas aflojó. Envolvió a su amigo en un abrazo, el cual el otro correspondió de buena gana.

Ellos no podían mantenerse enojados con el otro.

-Siento ser un quejica, -habló con su cabeza encajada en la curva del cuello de Gabe. -eres el mejor amigo que uno pudiera desear.

Calor se filtró dentro de Gabriel, sus brazos envolvieron a Thomas más estrechamente.

-Es bueno que lo sepas...

-Si solo fueses una chica, creo que te amaría con todo lo que soy.

Las palabras colgaron entre ellos de una manera extraña.

Gabriel se quedó muy rígido, Thomas se echó atrás para mirarle el rostro. No es que él hubiese insinuado nada...

Aun manteniéndose dentro de los brazos del otro, respirando el mismo aire, se miraron a los ojos y fue... como si se vieran. Como si realmente se vieran, por primera vez en todos los años de conocerse y era una locura pensar eso porque ellos...

Gabriel estaba muerto de miedo, pero los labios de Thomas colgaban a centímetros de los de él. Cerró sus ojos antes de inclinarse, por lo que se perdió el gesto de asombro de Thomas al presentir lo que iba a pasar, pero pudo escuchar el ruidito de sorpresa ahogado cuando los labios de ambos se juntaron.

Ninguno se movió por un largo minuto. El sol calentando sus cabezas, los brazos congelados en torno al cuerpo del otro. El peso de sus mochilas en las espaldas y el conocimiento de que estaban frente a sus casas, en donde cualquier integrante de sus familias podía salir y verlos.

Los labios de Thomas estaban cálidos y ciertamente el inferior era solo un poco más delgado que el superior. Gabriel inclinó su mandíbula hacia adelante, obligando a Thomas a echarse atrás y entonces, Gabriel lo besó.

Le abrió los labios con la lengua y aun con los ojos cerrados, se sintió muerto de vergüenza y maravillado a partes iguales. Su amigo no estaba haciendo nada, ni cooperando ni alejándose. Solo ahí, recibiendo su abrasador beso inexperto y con todo lo que tenía.

La cabeza de Gabriel flipó y una voz en su interior gritó basta, el sabor de los labios de su mejor amigo estaba en su boca y eso lo hacía feliz; cuando se hizo hacia atrás un paso, la lengua tentativa de Thomas entró en juego y el más sorprendente golpe de energía atravesó a Gabriel.

Él se apartó de inmediato.

Aturdido y con el rostro en llamas.

Su mochila yacía en el piso, así también la de Thomas. Este último se agachó por ella, buscando algo qué hacer, ganando tiempo para tomar aire.

-Dios...

-Lo siento, -Gabriel formuló de inmediato. Sus manos temblaban cuando tomó el asa de su mochila y se la echó al hombro. No había nadie alrededor. Ni familia ni vecinos curiosos. El día seguía igual de caluroso que hacía unos momentos y nada más estaba fuera de lugar, excepto ellos dos.

-Está bien. -Thomas asintió. Sus labios hormigueaban y tuvo que aclararse la garganta.

-No, no lo está, yo no debí... de verdad, lo siento, no sé qué ha sido eso...

-Gabe...

-Estamos bien, olvidemos esto. -Gabriel sacó las llaves de su bolsillo, agradeciendo silenciosamente dar con la correcta de inmediato. Se negaba a mirar a Thomas a los ojos y ver... lo que sea que ahí había. -Te veo luego, quizás... yo...

Él prácticamente se arrojó dentro de su casa.

Luchando con la euforia y el miedo que se mezclaban dentro de él, Thomas sacudió su cabeza para aclararla un par de veces y dirigirse a su propio hogar. Como era costumbre a esa hora del día, le recibió el silencio de una casa sin habitantes.

Fue hasta la nevera en modo automático y sacó la jarra con pulpa de jugo que su madre dejaba a diario para él.

No podía concebir lo que recién había pasado.

Miró a la puerta de calle, como si aún se pudiera ver ahí afuera. Envuelto en Gabe, besándolo. ¡Besándolo!

Sus labios hormiguearon otra vez, como recordándole que eso sí había pasado. Que Gabe, su mejor amigo, sí le había besado. Y que él, Thomas, había estado aturdido y a punto de responder, porque sonase todo lo descabellado que quisiera, a él le había gustado.


Lo que Thomas quería #1Where stories live. Discover now