PARTE VII

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La jaqueca que la aquejaba era tremenda, Gabriel llevaba todo el día sintiendo que su cabeza se partía en dos. No le era un hecho aislado. De vez en cuando, su cabeza le jugaba una mala pasada y se ponía mal. Pero ahora estaba en pésimo momento. Se encontraban en uno de los ensayos para su graduación. Sus compañeros paseándose por el gimnasio con túnicas y ribetes tales como los que usarían en el día de la entrega de diplomas.

Aprovechando que les daban un receso, Gabriel se escabulló por los pasillos en busca del patio. No logró llegar a él, en cambio se quedó en una banca que daba al invernadero. Al menos no pegaba el sol y el aire era fresco.

No había estudiantes cerca, ni bullicio alguno.

Presionó ambos manos contra sus ojos hasta ver manchas rojas detrás de los parpados.

—Aquí estás... —La voz familiar le llegó como en un túnel. Su amigo se sentó a su lado. Manos firmes tocaron su espalda. —Jaqueca —adivinó Thomas de inmediato. —¿Tienes tus pastillas contigo?

—No. Las dejé en casa. —Gabe se lamentó.

—Vamos a la enfermería entonces, le diré a la maestra.

Thomas quiso ponerse de pie, pero Gabe se lo impidió con una mano en su brazo.

—No, déjalo. Nos vamos a perder el ensayo.

—Que se joda el ensayo. No estás bien.

—Dame unos minutos.

Refunfuñando, Thomas se sentó otra vez.

Por inercia, Gabriel apoyó su cabeza en el hombro de su amigo. Thomas le atrajo más cerca, cruzando un brazo por encima de sus hombros y guiando su barbilla de modo que su rostro estuviera presionado en el cuello de Thomas. Gabriel inhaló hondo.

—Se pasará.

—No creas que no te he estado viendo. Has tenido un rostro horrible todo el día.

Gabe intentó reír.

—Gracias por el cumplido. —Sus labios hicieron cosquillas en la piel del otro chico, quien se aguantó un estremecimiento, concentrándose en cambio en dibujar círculos en la espalda del enfermo.

—Deberíamos ir a la enfermería, Gabe. Conseguirte un pase para que te envíen a casa. ¿Recuerdas lo que te pasó la última vez? Estuviste dos días en cama.

—Fueron unos buenos días. Hiciste la tarea por mí y vimos televisión.

Thomas se apartó un poco para mirarlo a la cara. Se miraron a los ojos en la corta distancia.

—¿Así que esa es tu estrategia? ¿Enfermar para atraer mi atención? —Gabe se puso tieso. —Porque ya la tienes.

Gabe se encerró, cerrando sus parpados. Su cabeza punzó más fuerte.

—¿En verdad quieres tener esta conversación ahora? ¿No te puedes apiadar de mí?

Un suspiro dejó al moreno. Él quería no importunar al otro chico, pero era difícil. Los días seguían pasando y él no conseguía nada. Les quedaban dos semanas de clases y no veía una luz al final del camino.

—Claro que puedo. Pero también quiero hablarlo. Me dijiste que estabas enamorado de mí y luego me esquivas. ¿Quién hace eso?

—Al parecer yo.

Gabriel intentó componerse. Su cráneo aún era un desastre palpitante y su semblante lo demostraba. Thomas negó. Llevó sus manos a la frente de Gabe y con los pulgares comenzó a darle un masaje. Había visto a la madre de su amigo hacerlo en otras ocasiones y siempre parecía hacerlo sentir mejor. Gabe suspiró. Así que supuso que daba resultados. Sus palmas se extendieron cubriendo las mejillas de Gabe y Gabe solo podía estarse quieto, tragando grueso cuando las emociones eran demasiado para su corazón.

Thomas tocó todo su rostro. Sus atenciones tocaron su sien. Sus parpados pesados. El puente de su nariz. El contorno de sus pómulos. Hasta llegar a delinear sus labios y luego, solo dejó sus manos encima de sus mejillas otra vez. Sus ojos fijos en su boca.

Gabriel había visto esa mirada en los últimos días. Con hambre. Con deseo contenido. Con inseguridad.

Thomas acercó su cabeza un poco y luego, lo estaba besando.

Al principio, Gabe no hizo nada. Thomas estaba perdiendo su cabeza. Esto era de locos.

—Esto se está saliendo de las manos. —Habló encima de los labios de quien consideraba su mejor amigo. Sí, el chico por quien tenía un enamoramiento que creía platónico. —No entiendo...

Thomas negó.

—Averigüémoslo juntos.

—No eres gay, lo sabría de ser así. Busqué señales por mucho tiempo.

—Me gusta cuando nos besamos. —Thomas dijo con simpleza y Gabe pensó que era demasiado.

—Vas a matarme.

Entonces se besaron de verdad. Thomas dejó salir un suspiro aliviado. Al fin, cantó en su interior. Acomodó su cabeza de tal manera que el beso fuese profundo, ninguno conteniéndose. Disfrutando de los murmullos que salían de Thomas y la lengua insistente de Gabriel, que se había olvidado de su dolor de cabeza. Ni siquiera recordaba tener una.

El aliento de ambos se arremolinaba junto con sus lenguas. Las manos jalándose más cerca.

Thomas estaba aterrado de las sensaciones. Extrañado hasta cada poro de su ser. Y feliz, de que como fuese, estuviese saciando su curiosidad.

Gabe, por otro lado, se sentía listo para ponerse de pie y comenzar a gritar por toda la escuela que Thomas le besaba. Que él le besaba.  

Lo que Thomas quería #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora