Capítulo 1, segunda parte

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El resto del trayecto transcurrió en una total tranquilidad. Arlette no tardó en dormirse y Daniele encendió la radio para romper el incómodo silencio. Estaba claro que no se había creído ni una palabra de lo que yo había dicho; seguramente pensaría que me había metido en algún lío del que no quería hablar, y había optado por limitarse a llevarme a la ciudad sin hacer más preguntas.

De reojo aproveché para observarle más detenidamente. Tenía los ojos verdes, como ya había visto antes, y el pelo corto, liso y de color rubio oscuro; era bastante atractivo. Con una amplia frente despejada, una nariz estrecha y puntiaguda y labios finos. Alto y de complexión atlética, tenía aspecto de cuidarse, sin dar la sensación de estar obsesionado con su físico. Probablemente tuviera un trabajo importante….

Me miró un instante, descubriendo mi repentino interés en su figura y obligándome a apartar la mirada. Afortunadamente las noticias de la radio captaron nuestra atención antes de que alguno pudiera decir algo.

Y volvemos a conectar con nuestros corresponsales de la Costa Azul, que desde hace unos minutos se encuentran sobrevolando las ciudades costeras asoladas por el enorme tsunami. Como les informábamos en la anterior edición, una enorme ola originada a unos kilómetros de la costa arrasó esta mañana todas las ciudades y pueblos costeros al norte del Mediterráneo en una catástrofe sin precedentes.

Sentí la mirada de Daniele, pero mi mente estaba en otro sitio, tal vez sobrevolando mi ciudad junto a esos corresponsales. Seguía oyendo todo cuanto se decía en la radio, pero ante mis ojos aparecían las imágenes de lo presenciado aquella misma mañana. El interlocutor hablaba acerca de cómo el mar había entrado en la costa abarcando hasta dos kilómetros en las zonas más llanas. Al retirarse el agua, los cadáveres habían empezado a aparecer... Solo cadáveres; ningún superviviente en toda la costa. Ni siquiera quienes lograron refugiarse en sus coches o viajaban en ellos cuando la ola comenzó a avanzar sobre la arena habían salido con vida. Estimaban las víctimas mortales en cientos de miles, aunque por el momento solo se habían hallado cerca de diez mil cuerpos.

Y todavía se desconocían las causas del origen del tsunami.

—¿Te importa si apago la radio? 

La apagó él mismo sin responderme.

—Lo siento —se disculpó—. No sabía nada… No he oído las noticias últimamente.

—No importa…

—Entonces... ¿conoces a alguien en Turín? —pronunció la frase con cuidado, como si no estuviera seguro de qué debía decir o de cómo hacerlo.

—Ya te he dicho que no se me ha perdido nada allí…

—¿Y en algún otro lugar?

—No…

—¿Ni familia ni amigos?

—Todos vivían en Niza.

—¿Y conocidos? ¿De Internet o algo así...?

—No me va todo eso...

Daniele suspiró. 

—¿Entonces…?

Me encogí de hombros.

—Ya me buscaré la vida.

Lo último que quería era darle pena. Pensé en mentir y decir que sí que conocía a alguien en algún lugar de Italia, pero posiblemente se hubiera ofrecido a llevarme y tanto me daba quedarme en Turín como en cualquier otro sitio. Necesitaba estar sola, simplemente eso, y no tenía ganas de seguir viajando.

—Por lo menos tendrás tu documentación y algo de dinero…

—Sí, claro —Todo junto en el bolso del que tuve que deshacerme para poder nadar, pensé. Como mucho, y con suerte, llevaría un par de euros en el bolsillo del pantalón.

Hybris. Los Últimos Días.Where stories live. Discover now