Capitulo 3, segunda parte

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Nos alejamos del coche caminando por el centro de la calzada, manteniéndonos alejadas de las inestables montañas de escombros que aún resistían a ambos lados de la calle. Mientras andábamos me dijo que se llamaba Candice y que en el momento del terremoto se dirigía a su lugar de trabajo, aunque omitió cuál era. Normalmente no entraba hasta las siete, pero ese día había decidido levantarse antes. Posiblemente el madrugón le había salvado la vida.

Pasados unos minutos comenzamos a oír un murmullo de voces, y al alcanzar la plaza principal de la ciudad comprobé con alivio que no éramos las únicas supervivientes. Allí, sentados en los bancos y en el suelo, había alrededor de una docena de personas. Todas las miradas se centraron en nosotras al vernos aparecer, y durante unos segundos sobre sus rostros flotó un halo de esperanza.

—¡Tía Candice!

Esa voz…

Una niña de pelo rubio se acercó corriendo a la mujer, abrazándose a sus piernas al alcanzarla. Al mirarla, comprobé con sorpresa que ya la conocía.

—Papá iba a ir a buscarte ahora. Estábamos preocupados —comentó la pequeña entre sollozos.

—Estoy bien… Ya pasó todo… —la tranquilizó Candice mientras acariciaba su cabeza dulcemente y la abrazaba.

En ese momento se acercó él.

—¿Cómo te las arreglas para ir impecable incluso tras un terremoto? —preguntó a la mujer con una media sonrisa, se notaba que intentaba quitar gravedad a la situación, seguramente por la niña—. De verdad que no entiendo cómo… —en ese momento se fijó en mí—. ¿Alexandra…?

Candice nos miró sorprendida.

—¿Os conocéis?

La niña me miró con curiosidad hasta que reparó en quién era.

—¡Eres la chica que atropellamos ayer! —comentó Arlette. Me sorprendí a mí misma recordando su nombre, por lo general mi memoria era un desastre para eso.

Asentí.

—Vaya, parece que sí que eres una superviviente nata —comentó Daniele—. Y las catástrofes te persiguen… —añadió.

—Eso parece… —suspiré.

Candice volvió a atraer su atención preguntándole por su estado y el de la niña, así que me retiré unos pasos para darles intimidad. Finalmente, me alejé de ellos acercándome al resto de supervivientes, que se consolaban e intentaban tranquilizarse mutuamente en la plaza. Había dos o tres personas con mi aspecto, cubiertas de polvo, algunas con heridas, pero la mayoría de ellos estaban limpios; seguramente el terremoto les habría cogido en la calle, dentro de un coche como a Candice, o habían podido salir de casa y alejarse a tiempo.

Además de Arlette solo había otros dos niños de menor edad y tres adolescentes. El resto, ocho personas más, eran adultos entre los veinte y los cuarenta años. En un primer momento me extrañó que no hubiera ningún anciano, pero tras pensarlo le encontré cierta lógica: la hora tan temprana en la que había acontecido todo y la forma tan repentina y violenta en la que se había desarrollado el terremoto probablemente solo había permitido salvarse a quienes habían tenido más suerte, contado con ayuda o actuado con mayor rapidez. Los niños pequeños se habrían salvado gracias a sus padres, que habrían puesto su seguridad por delante sin perder ni un segundo en abandonar sus casas, igual que los adolescentes, jóvenes y adultos, pero los ancianos probablemente no habrían tenido tiempo suficiente para salir.

Ignoraba si había más supervivientes en otras partes de la ciudad, tal vez en otros lugares abiertos o incluso atrapados en algún edificio, pero por lo menos esa vez no estaba totalmente sola, lo cual agradecía enormemente.

Hybris. Los Últimos Días.Where stories live. Discover now