Jamás

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Las estrellas brillaban como fuegos fatuos en el cielo y en el este amenazaban con empezar su ascenso los primeros rayos de un nuevo amanecer. En aquel extraño momento en que las cosas aún se encuentran entre el día y la noche y no saben si dormir o despertar, la voz de un cuerno llenó la madrugada del campamento Júpiter. Rápidamente los jóvenes soldados empezaron a surgir de las cabañas de las cohortes, llenando todo el espacio disponible y colocándose en sus debidas filas, a semejanza las hormigas en su marcha en busca de algún dulce sustento.

En mitad de aquel barullo, en un principio caótico pero meticulosamente medido y estudiado, Nico no sabía que hacer. Cuando se acercó a Percy para preguntar qué pasaba, ni siquiera se giró para mirarla, sus ojos permanecieron fijados en el horizonte con una furia muy determinada.

—Algo se acerca desde el noreste.
El Hijo de Hades siguió la mirada del de Poseidón y encontró cómo, a lo lejos, recortándose contra la luz del nuevo día, se acercaba un monstruo alado.

Los romanos empezaron a mover las catapultas de un lado a otro, como negras hormigas arrastrando el cadáver de algún artrópodo que sirviese de alimento a su reina y sus crías. La principal diferencia entre ambos es que Reyna no tenía intención ninguna de comerse a nadie.

En una de las atalayas una soldado recibió la orden de ceder paso a la hija de Belona, respondiendo a la orden con un exagerado saludo militar y bajando la escalera con tantas prisas que casi bajó ella en lugar de la escalerilla; sin duda habría bajado mucho más rápido.

La pretora cogió el catalejo que se le ofrecía con la mano izquierda mientras que apoyaba la derecha en la barandilla de la torre de vigilancia, fría y húmeda por el rocío matutino.
Por la trampilla de la atalaya asomaron el pelo negro y los ojos ligeramente rasgados del segundo pretor del campamento, apoyando los brazos en la madera saltó al suelo de madera y se colocó junto a su compañera con un paso de sus fuertes piernas. Detrás suya subió Hazel, dejando tras de sí un olor a crisantemos y metal.

—¿Qué ves, Reyna?— preguntó el Hijo de Ares con voz sería. Desde que había tomado su puesto como pretor Frank se había vuelto mucho más serio y formal en cuanto a los asuntos y oficiales. Y también más confiado.

—Míralo tú mismo— contestó la hija de Belona con calma antinatural mientras le cedía el catalejo y bajaba de nuevo las escaleras de la torre de madera.

El canadiense enarcó una ceja ante aquel comportamiento impropio de su compañera en una situación de emergencia, después de que hubiese completado su descenso volvió a posar su mirada en el horizonte y colocó el instrumento sobre su ojo derecho. A través del cristal, ligeramente deformada por las aberraciones del mismo y dándole un aspecto abombado, vio aquello que se acercaba al campamento.

—¿Qué ves?¿Corre el campamento algún peligro?— quiso saber Hazel.

—Sí, el campamento corre un grave peligro, tal vez debas avisar a Percy y a Nico.

—¿Por?—insistió la hija de Plutón con un tono de preocupación—¿Qué es lo que ves?

—Es Festus— contestó el pelinegro intentando contener la risa—. Y si Leo viene con él, entonces el campamento se puede ir despidiendo.

Sin duda la pretoría había sentado bien a Frank, sin duda se había vuelto mucho más serio, formal y confiado. Y sin duda más bromista.

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Una mosca entró revoloteando en la habitación, atravesando de uno en uno los rayos de luz que se colaban por los ventanales, como si nadase entre las motas de polvo suspendidas en el aire.

El Trono de OthrysWhere stories live. Discover now