Dedos cruzados

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Zoe se puso un dedo sobre los labios mientras se recostaba aún más contra la nube a su espalda. Dirigió una mirada cómplice a Jason y se giró hacia el lado opuesto para mirar al cielo tras la nube. Después le indicó que se acercase con la mano. Él lo hizo arrastrándose por el terreno esponjoso con práctica casi castrense.

Del borde del mundo empezaron a surgir los primeros rayos del amanecer, rojos, rosas y naranjas. Se extendían como tentáculos, agarrándose a las nubes del cielo y a los árboles de la tierra. Según avanzaban el cielo se volvía azul y las estrellas se desvanecían.

Finalmente salió del horizonte, montada en el Maserati rojo de Apolo, la diosa Eos. Su pelo era rojo como la aurora y toda su ropa era de los colores del alba, el pañuelo, las gafas y el vestido. La titánide irradiaba belleza y poder.

—¿La ves? — demandó la cazadora— Hemos de asaltarla.

—Vamos a asaltar el carro del Sol— repitió Jason lentamente.

—Efectivamente

—El carro del Sol

—Ciertamente

—Con un arco y flechas

—Exacto. Al atardecer llegaremos al Jardín de las Hespérides, en la ciudad de San Francisco. Allí te reunirás con tus amigos, que han acabado encontrándose en aquella ciudad.

—Muy bien ¿Pero entonces tú no vendrás? ¿Y cómo sabes que están allí?

—Yo, joven Grace— explicó pacientemente la ninfa mientras encordaba su arco y afilada sus flechas— no puedo abandonar los cielos, pues ahora soy una constelación, en ello me convirtió mi señora. En cambio, tú estás preso de Urano y he de liberarte antes de que te encuentre. Muchas estrellas y nubes siguen fieles al Olimpo, pero nuestro enemigo es su señor natural y no tardará en doblegarlas; además tus compañeros te necesitan en la Tierra. Esa joven, Piper McLean y el tal Valdez han estado buscándote. Se acerca el comienzo de una guerra más grande de lo que podéis llegar a imaginar.

Una vez hubo acabado de hablar, la cazadora sacó una de las flechas plateadas del carcaj, la cual llevaba atada en una de los extremos una cadena como hecha de estrellas. Con el brazo derecho tiró hacia atrás de la flecha y una vez el arco estuvo lo suficientemente tenso, disparó.  La flecha salió volando directa hacia el coche del dios, clavándose en el capó del maletero.

—¿No hay otra forma? —cuestionó el semidiós, cogiendo el trozo de cadena que le ofrecía la hija de Atlas

—No, ninguna igual de rápida.

Jason asintió justo antes de sentir un tirón que le lanzaría por los aires. Con ambas manos se agarró todo lo fuerte que pudo a la finísima cadena y miró hacia abajo; unos pocos metros más abajo se encontraba Zoe. Dirigió la vista arriba y con los ojos fijos en el carro del Sol, comenzó a subir. El duro entrenamiento romano al cual se había sometido durante años le había permitido agarrarse a la cadena y no salir despedido, pero escalar por aquel hilo, tan fino que apenas lo veía, eso era otra historia.

Cuando llegó arriba, Jason tenía las manos ensangrentadas, doloridas y llenas de sudor; en más de una vez casi resbaló, cayendo al abismo. El semidiós desconocía que pasaría si caía desde allí de nuevo a la Tierra, pero cuando le planteó a la cazadora que bajasen directamente desde la nube en que se conocieron, esta le miró horrorizada. Zoe subió al carro justo detrás de él, sin embargo, la nueva constelación no mostraba ningún signo de cansancio o agotamiento ahora que era inmortal en los cielos.

—Lo siento —se disculpó Jason, desenvainando la espada de su funda y apuntando hacia la diosa, que solo entonces se percató de su presencia—, pero esto es un atraco.

El Trono de OthrysWhere stories live. Discover now