>El Admirador - I<

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Su admirador era algo insistente, pero lo consideraba una buena compañía. No buscaba hacerle daño. Sus ojos azules como el tierno cielo profesaban un amor tan verdadero que hasta el mismísimo escritor condenaba al infierno.

—Lo hice todo por ti, Joseph. Me olvidé de los nuevos avances, me convertí en un prisionero del tiempo, me entregué completamente a tus sueños mientras renunciaba a los míos —Los fuertes brazos ocultos tras un uniforme de marinero envolvían la cintura de un consternado escritor de traje blanco, quien se mantenía estático ante la presencia de semejante hombre—. ¿Qué otras cosas debo hacer para que me correspondas?

Howe se sentía incómodo, pero su muy necesitado cuerpo no le permitía escapar de su reconfortante prisión. Mientras tanto, su mente se mantenía alerta en aquel corredor, esperando que cualquier vecino llegara para condenarlos a muerte.

Nunca lo invitaba al interior de su morada. Sabía lo que sucedería allí dentro, y odiaba ser tan consiente de sus sucios deseos.

—Yo no quería que hicieras nada por mí —Murmuró el escritor—... Y ahora no luces ni un poco como tú.

El admirador lo miró con dolor. Sabía que sus palabras estaban llenas de cruda realidad.

Howe acarició el sedoso cabello rubio del hombre frente a él, pero alejó la mano al instante. Sentir que estaba perdido entre los brazos de un hombre era una abominación en su confundida mente.

—Si vuelvo a ser yo mismo, ¿tendré una oportunidad?

—Si vas a hacerlo para tener una oportunidad, entonces jamás serás tú mismo.

El admirador se quedó perplejo mientras sus miradas se encontraban. Aquel frágil escritor de ojos nocturnos sabía cómo enamorarle, incluso si no lo estaba intentando.

—Además, nunca tendrías una oportunidad conmigo. Tú eres un esclavo del diablo, y mi sueño es conseguir una buena mujer a la cual amar.

Idiota. Ni él mismo se lo creía.

—¿Es eso, Joseph? ¿Tienes miedo de que pueda arrastrarte a mi infierno?

Howe desvió la mirada con nerviosismo e intentó creer sus propias excusas imaginarias.

—No te deseo.

El admirador decidió dejarlo ir, pero no se estaba dando por vencido. Era algo insistente.

—¿Por qué tus pantalones no dicen lo mismo?

|| HOWE ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora