>El Admirador - XII<

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Joseph sujetaba con nerviosismo un ramo de rosas mientras llamaba a la puerta. Siempre había conocido esa dirección, pero visitarlo nunca se había hecho tan necesario como ese día.

La casa de su dulce marinero de ojos azules olía a pescado y la madera de sus paredes poco a poco se podría, pero resultaba ser tan cálida como los brazos que una vez había rechazado.

El admirador abrió la puerta y se llevó una gran sorpresa. No había esperado encontrarse frente a frente con el amor de su vida ese día.

—¿Joseph?

Su voz y sus expresiones estaban llenas de dolor. Claramente le había hecho mucho daño.

—¿Puedo pasar? Necesito hablar contigo.

El admirador frunció el entrecejo al escucharlo. No entendía por qué el mismo hombre que lo repudiaba con el alma ahora traía flores hasta su puerta.

Howe tampoco lo entendía.

—¿Tú me dejaste entrar a tu departamento alguna vez, Joseph? —Es escritor lo miró con arrepentimiento vivo en sus ojos color café. Había sido un idiota— Habla.

—Te he traído rosas. Muchas rosas —No sabía cuántas eran, pero la cantidad superaba las dos cifras. Le había dicho a la chica de las rosas que le diera tantas como todo el dinero que tenía en sus bolsillos pudiera comprar, y un enorme ramo había sido el resultado—. Te necesito en mi vida.

El admirador no parecía creer ni una de sus palabras. Howe no lo culpaba.

—Desde que te fuiste, mi vida ha sido un desastre. Ya estaba loco, pero ahora estoy mucho peor... No sé quién soy, que hago, olvido los números, las palabras, mi vida. Incluso las letras me abandonan. Estoy solo, pero no como antes, pues ahora estoy solo de verdad.

—Joseph...

—Compré un nuevo traje para venir a verte. Intenté entender los celulares para llamarte, pero no lo logré. Te escribí una carta, pero la tinta se corría con mis lágrimas. Y gasté hasta el último centavo que tenía en mi bolsillo para comprarte rosas, y no me importa el tener que regresar caminando a casa.

El admirador se quedó sin palabras. Aquel demente escritor lo impresionaba.

—Lo lamento. Realmente lo lamento.

Lo miró durante algunos segundos. Buscaba aquel típico toque de desagrado en aquellos ojos color café, pero Howe solo le miraba con calidez.

Algo había cambiado en él.

—¿Sabes cuánto lloré por ti, Joseph? —Lo interrogó el admirador— Intenté olvidarte con otros chicos, pero no pude. Intenté quemar tus libros, pero lo único que hice fue comprar los nuevos. Casi me dejé caer al mar por tu culpa, y ahora quieres que te perdone con un simple ramo de rosas.

Howe comenzó a llorar.

¿Qué tipo de monstruo había sido con aquel tierno muchacho?

—No creo que seas un enfermo. Tampoco creo que seas un depravado... Y tienes razón, un ramo de rosas no puede comprar tu perdón, pero creí que merecías escuchar eso. No eres un monstruo.

El admirador se cruzó de brazos y elevó una ceja.

¿Podía creerle y confiar nuevamente en aquel que había hecho pedazos su corazón?

Howe, desesperado por escuchar siquiera un insulto, se arrodilló ante él completamente destrozado.

Dolía. Dolía como jamás había imaginado, y dolía mucho más el pensar que su pobre admirador sufrió de esa forma durante tanto tiempo.

Y todo por su culpa.

—Joseph. No. Ya basta...

Pero el escritor no se levantó.

—Por favor, por favor, por favor. Perdóname —Suplicó—. No creo que seas raro, ni enfermo, ni depravado... Y si lo eres no me importa, porque yo también lo soy.

Sus palabras lo llenaron de sorpresa.

—¿Realmente has dicho lo que he escuchado, Joseph?

Un toque del viejo cariño que le había tenido repentinamente aparecía en su voz.

—Me dabas asco porque yo era como tú, y yo no quería ser yo... Pero siendo yo estarás a mi lado, y viviendo entre mentiras voy a perderte.

Había tanta sinceridad en su discurso que los vellos del admirador se erizaron.

—¿Quieres pasar, Joseph? —Preguntó él cautelosamente. Howe elevó la mirada, sorprendido ante la invitación, y el tierno chico de ojos azules le secó las lágrimas con delicadeza— Compré cada uno de los nuevos libros que escribiste y necesito que los firmes para mí.

El escritor no regresó a su departamento esa noche.


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