Epílogo:

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"Estoy tan..."



¿Qué? Oh, por Dios. ¡No me puede hacer esto! Siempre encuentra la manera de dejarme con la intriga. Esa mujer... no es justo. Imagino que iba a escribir un pensamiento positivo pero eso no me basta. Necesito saber exactamente lo que quería decir. ¿Por qué juega así con mis sentimientos?
― ¿Y ahora por qué libro estás sufriendo, mujer? ―quiere saber mi hermano mayor saliendo de la cocina con una bolsa de papas en una mano y en la otra su celular, su mirada está muy concentrada en esto último.
― Mamá. ―digo tirando la cabeza para atrás y alzando los brazos. De verdad, necesito respuestas.
― ¿Qué estás leyendo? ―oigo sus pasos acercarse y lo veo aparecer en mi campo de visión con el ceño fruncido. Toma el libro y hojea un par de páginas―. El diario de mamá. ―me sorprende que lo sepa tan rápido, ni siquiera se ha detenido a leer.
― ¿Cómo sabías? ―pregunto asombrada, se lo quito para revisarlo de nuevo―. ¿Ya lo has leído? ―exclamo dudosa, me parece difícil de creer ya que a él no le gusta leer.
― Me gusta leer de vez en cuando. ―confiesa comiendo sus papas―. Historias de acción y misterio, todo lo que no tenga romance me encanta. Mamá me traumó con ese tema y ahora lo odio. ―rueda los ojos mientras se sienta en la silla a mi lado.
― ¡Waw! Nunca lo hubiera pensado... ―observo muy curiosa todos sus movimientos, pareciera que en vez de confesarme que le gusta leer me hubiera dicho que es un extraterrestre o algo de ese estilo.
Nos quedamos en silencio unos minutos, o bueno, casi. Podía escuchar perfectamente como masticaba sus papas, pero como ya estoy tan acostumbrada a ese comportamiento de su parte no me molesta. Toda mi corta vida he lidiado con sus bromas, su manera de ser a veces tan vulgar e indiferente, también he soportado a mis primos que son muy similares tanto entre ellos como con mi hermano. En fin, podría decirse que estoy rodeada de hombres que carecen de modales. En ocasiones me cuestiono que el amor que les tienen mamá y la tía Irene debe ser muy grande para aguantar todo y siempre brindar su mejor cara.
Cuando por fin cesa el ruido de las papas, dirijo mi mirada a Rafael y lo atrapo limpiándose las manos en su pantalón. Miro asqueada la escena y desvío mis ojos hacia otro lugar. ¿Ven a lo que me refiero?
― Siempre tan pulcro. ―murmuro sarcástica releyendo las últimas dos palabras del diario.
― Siempre tan curiosa. ―responde sonriéndole a la pantalla de su celular.
Quiero contestarle pero me callo, mejor aún, prefiero preguntar si sabe algo sobre lo que sigue en la historia que tanto me atrae y vuelve loca al mismo tiempo. Cuando me decido a interrogarlo se escucha como la puerta principal se abre y a continuación las voces de nuestros padres se hacen presentes. La de papá es en especial la que más se percibe. Mientras que la risa de mamá es inconfundible y se antepone a todo.
¡Esta es mi oportunidad! Pienso en ir hacia ellos pero lo más apropiado será esperar que se acerquen. Si no me equivoco fueron a hacer las compras así que tendrán que dejar los víveres en la cocina y para eso tendrán que pasar por aquí.
Me concentro en el libro de tapa lila ya gastada, la contratapa en cambio tiene un color gris y se ve en mejores condiciones. El diario de mamá... el cual contiene la historia de cómo se conocieron con papá, las palabras que se dijeron y las acciones que llevaron a cabo. Es un hallazgo inigualable e increíble.
― ¿Cómo están, niños? ―Rafael se ríe y yo lo imito. No se le va esa costumbre de tratarnos como pequeños.
― Estamos bien, ma. ―comenta mi hermano mientras abandona la silla y va a ayudarla con las bolsas. Un caballero, vulgar pero caballero, eh, ojo. No cualquiera sabe combinar ambas.
― ¡Mamá! ¿Te puedo hacer una pregunta? ―reacciono, por poco lo he olvidado. También me levanto y voy rápido a la cocina, aunque antes me choco con papá y le sonrío para luego besar su mejilla.
― ¿Ahora qué leíste? ―me pregunta él revolviendo mi cabello.
― ¡Oye, cuidado! ―me alejo de su alcance y trato de acomodar mi cabellera ultra salvaje. En serio, es un lío y dolor de cabeza peinarla por las mañanas. La mayoría de las veces termino rindiéndome y me hago dos colitas ya que parece ser el único peinado decente que me permite hacer. Gracias a eso mis compañeros me llaman "nena" o "pequeña". Tengo quince años, no soy tan grande, lo sé, pero tampoco soy una niña.
― Se perdió de nuevo en sus pensamientos. Que sorpresa. ―canturrea mi hermano organizando la comida en la heladera.
― ¿Qué esperabas? Es hija de tu madre. ―dice papá divertido.
― Guarden silencio los dos, no necesitan hablar para acomodar las cosas. ―sentencia mamá seria y los tres la miramos sorprendimos. ¿Está de malhumor? ¿Por qué? Nos miramos entre sí para decidir quién se atreverá a preguntarle pero entonces ella empieza reírse y despeja cualquier duda que podíamos tener.
― No hagas eso, mamá. ―la reprende Rafael suspirando aliviado.
― Kalinda, por favor. ―exclama papá dejando la bolsa y acercándose para besarla.
¿Es posible derretirse ante tanta ternura? Al contrario de muchos adolescentes, o incluso chicos más jóvenes, me encanta ver estas escenas en donde mis padres se demuestran cariño. Y a mi hermano parece no fastidiarle.
― Bueno, comprobando que todo está bien. ―murmuro cruzándome de brazos―. Tengo una pregunta, mamá ―la miro directamente y ella se inquieta un poco. Según me ha dicho mi mirada es tan profunda y transparente como la de papá. Y eso es bueno, y otras veces no tanto.
― Dime. ―pide caminando hacia mí y señala los taburetes para tomar asiento. Lo hacemos al mismo tiempo y sonreímos por eso. Incluso lo más ordinario e insignificante puede sacarnos una sonrisa.
― Necesito saber...
― Si es sobre el sexo, olvídalo, aún eres muy joven para eso. ―me veo interrumpida por el comentario malintencionado de mi hermano.
― ¡Idiota! ―grito avergonzada.
― Rafael. ―advierte papá con una voz más gruesa de lo normal. Da miedo.
― Perdón. ―se disculpa captando los escalofríos que provoca el tono que ha utilizado.
― Entonces... como te decía, mamá...
― Aunque estoy de acuerdo, aun eres muy joven para abordar ese tema. ―se entromete papá volteando a verme y no puedo hacer más que mirarlo incrédula. ¿Es un chiste, cierto?
― Declan y Rafael, ¿por qué mejor no van a ordenar el garaje? Hay demasiadas cajas con objetos inservibles y que podrían caer en nuestra cabeza algún día lastimándonos. ―sentencia seria mamá, y esta vez sí va enserio.
― De acuerdo. ―responden al unísono asustados y desaparecen de inmediato de la cocina.
― Bueno, ahora sí. ―comenta más calmada y con una sonrisa―. ¿Qué quieres saber?
― ¿Cómo termina tu historia? ―me apresuro a preguntar, ya no quiero ser acallada por otras voces.
― ¿Mi historia? ―inquiere confundida―. ¿A qué te refieres?
En vez de explicarle, lo único que hago es enseñarle el diario, en el cual parece no haber reparado y por un instante, puedo jurar que su mirada brilló. Ella lo toma entre sus manos y lo examina con detenimiento, observa la tapa por varios segundos y luego se atreve a abrirlo. Al igual que Rafael, ella también hojea las páginas, sus ojos vagan de un lado a otro a una velocidad sorprendente. Parece que no va a detenerse pero lo hace, en la última página, y sé perfectamente cuales son las palabras que ahí se encuentran.
― ¡Ay, hija...! Creí que lo había perdido. ―susurra con un hilo de voz alzando la mirada―. Hay tantos recuerdos en este pequeño y viejo libro. ―exclama nostálgica y me sonríe.
― Eso pude notar. ―le devuelvo la sonrisa y pronuncio: ― Estoy tan... ―guardo silencio esperando a que ella lo complete.
― Estoy tan feliz, por los amigos que hice y el amor que encontré; estoy tan aliviada y tranquila por los malos momentos que superé; estoy tan orgullosa de lo que he logrado y lo que hemos logrado;... estoy tan... agradecida por todo.
― Que hermosa manera de terminar una historia. ―digo contenta por resolver el misterio.
― No he terminado una historia. ―responde desviando la vista a una foto familiar que se encuentra detrás de mí―. Sólo he concluido un capítulo, cielo. ―me corrige volviendo a concentrarse en su diario.
― ¿Mamá?
― ¿Sí, amor?
― ¿Crees que yo también pueda salir con un boxeador imponente? ―pregunto risueña.
― Mientras no se entere tu padre, Génesis. ―hace una mueca muy divertida y no puedo evitar reír―. Aunque, convengamos en que tú no eres una chica común.
― Supongo que no. ―me encojo de hombros―. Oye, espera, tengo otra pregunta. ―reacciono al ver las pegatinas de diferentes colores entre las páginas del libro―. Entiendo que es tu diario, y por ende tiene tus pensamientos pero, ¿cómo hiciste para deducir los de papá y la tía Irene? ―en un punto cuando leía pensé en eso y me resultó muy extraño―. ¿Eres adivina?
― Se los pregunté. ―aclara riendo, de seguro ante mi alocada pregunta―. Y hay cosas que ellos mismos me comentaron sin necesidad de indagar yo.
― En serio eres muy curiosa.
― ¿A quién crees que saliste? ―dice guiñándome el ojo y se levanta al oír que mi hermano la llama. Se lleva el diario consigo, de seguro irá a mostrárselo a papá. Ya me imagino sus gestos y movimientos cuando le cuente. A veces mi madre es tan predecible.
― Muy bien. Ya terminé otro libro, o un capítulo, ¿y ahora que leo? ―pienso en voz alta mientras salgo de la cocina, no sin antes agarrar una manzana para el camino hasta mi habitación.

La chica común y el boxeador imponente.Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz