¿Leucemia? ¡Sanada!*

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"Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse."

(Romanos 8:18)

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Mirándola a los ojos no puedo sino creer que todo lo que me cuenta es verdad. Sus pupilas verdes como hierba están llenas de lágrimas mientras recuerda que hace apenas un mes el médico oncólogo de una clínica del sur de Cali le dijo que su hijo Sebastián tenía una semana de vida por causa del veneno que corría por sus venas.

Me dice que a su chico, de 16 años, le diagnosticaron una leucemia tan agresiva como una mamá leona cuidando sus cachorros.El médico le dijo que aprovechara esos últimos días así Sebastián estuviera aislado en un cuarto especial diseñado sólo para mantenerlo vivo. Ni siquiera ella, Paola, su madre, podía verlo sin antes someterse a cuidadosos procesos de desinfeción corporal. No podía besarlo sin tapabocas. No podía tocarlo sino a través de guantes de látex. En una semana su hijo estaría muerto y nadie podía hacer nada por él. Así que recurrió a la única opción que le quedaba. La esperanza.

Lo imposible fue posible mientras bajamos por unas escaleras del edificio en el que trabaja, Paola lo señala a la distancia para que yo lo vea. "Ese es Sebas", dice con las pupilas verdes aún inundadas de llanto.Es un chico alto y acuerpado para su edad, le digo. Y para tener leucemia, me señala ella. Es verdad y es increíble. Es el mismo chicuelo que hace un mes apenas tenía siete días para vivir pero que ahora hace prácticas profesionales del colegio, baila y hasta va a jugar al fútbol.

Paola, su mamá, me dice sin titubeos que a él lo salvó Dios. Así de sencillo es para ella: una mañana, después de un examen, el médico le dijo tan asombrado como cualquiera estaría ante esa situación, que la leucemia había desaparecido y que Sebastián podía ser dado de alta de inmediato.

Ella buscó a una amiga, la líder del templo cristiano al que asiste, y le pidió que la acompañara donde el doctor para que éste le repitiera lo que le había dicho antes. Paola temía que el cansancio de tener que trabajar de día y cuidar a su hijo de noche la hubiera hecho escuchar algo mal. El médico volvió a dar el diagnóstico y su amiga oyó lo mismo: el cáncer no estaba ya en la sangre del chico.

Estaba curado.Las explicaciones de todos se redujeron a una sola palabra: fe. Paola explica con todo el aplomo del caso: varios miembros de su culto religioso hicieron una cadena de oración todos los días, desde las 3:00 a.m. y durante una hora sin parar. Todos pidiendo por la vida ya casi perdida de Sebastián. Le rogaban a Dios por una transfusión de 'su' sangre por la del muchachito. Y una mañana el milagro llegó. Lo imposible fue posible.Cuestión de fe. Un rito de sanación que funcionó como la mejor medicina.

Próximo capítulo:

¤La historia de un hombre que, por una terrible noticia, deja de creer en Dios.

¤Que sin Dios, no somos nada.

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