Tres: Misterio a la velocidad de un parpadeo

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Por la tarde del día siguiente a aquel encuentro, las cámaras instaladas en la isla habían detectado un incidente entre vehículos no identificados por el FEU

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Por la tarde del día siguiente a aquel encuentro, las cámaras instaladas en la isla habían detectado un incidente entre vehículos no identificados por el FEU. Eso solía significar una sola cosa: cazadores furtivos cayendo en alguna trampa que inutilizaba sus transportes y los ponía de muy mal humor. Beryl y Saphir eran los únicos que quedaban en la isla en aquel momento. Muchos de los voluntarios habían salido a hacer una protesta en el mar contra los barcos caza-ballenas, otros estaban asignados a la campaña contra la perforación del Ártico. Poner una prioridad sobre otra era terrible, pero lo cierto era que debían ir adonde los necesitaran.

Ella se decía que podía sola con todo eso, cada mañana. Se lo seguía diciendo en urgencias como aquella, a pesar del escalofrío que la recorría entera.

Saphir parecía eufórico, conducía como un loco y apretaba tanto el volante que tenía los nudillos blancos. Los años de trabajo al aire libre lo habían alejado de aquel biólogo pálido e inocente que se había alistado en el Fondo Ecológico Universal. Ahora llevaba un bronceado eterno que no le favorecía a su piel pecosa y el rubio de su cabello ya era casi blanco por el sol. Lo compensaba haciendo todo el ejercicio que no había hecho en sus primeros veinte años de vida y vistiendo como uno de esos protagonistas de películas de acción de la década anterior.

La misma Beryl a veces no se reconocía en el espejo, así que no podía culparlo.

—No puede ser, ¡van a provocar otro incendio y yo les voy a cortar las pelotas! —gritó su compañero, sin sacar el pie del acelerador.

—Luego de que yo se las patee hasta el cansancio, hombre —completó ella—. No puedo creer que haya gente tan egoísta y destructiva. Todos los días pierdo un poco más la esperanza en la humanidad.

El biólogo pareció tomar conciencia de lo que estaba oyendo y bajó un poco la marcha para mirarla.

—Tampoco digas eso. Aquí estamos más expuestos a estas lacras, pero también existe mucha gente ahí afuera que nos apoya y está contra la caza.

—Sí, supongo —asintió ella, con un suspiro—. Aunque el estar de acuerdo con una causa sin hacer nada por ella tampoco ayuda. Cada vez somos menos.

—Y ellos parecen aumentar. Mira ese desastre.

Llegaron a la región donde se había registrado el disturbio. En efecto, se trataba de un vehículo que había volcado hasta quedar con los cuatro neumáticos mirando al cielo despejado. Tres sujetos, de aspecto sospechoso, agredían a un cuarto. Otros dos gritaban con desesperación desde el interior de la cabina.

—¿Qué es lo que está pasando? —murmuró la joven, horrorizada al ver el panorama.

—¡Se están peleando entre ellos! —respondió Saphir, remarcando lo obvio.

No era algo de todos los días, pero existía la competencia entre cazadores. Estar en medio de un enfrentamiento así podía ser muy peligroso para un activista del FEU.

En eso, Beryl reconoció al que estaba siendo atacado por la mayoría. Era el mismo tipo extraño de la playa. El de la caída libre con el jeep que ella había tenido que sacar del mar después.

—Oh, Kami. Creo que ya he visto a uno de ellos antes —confesó, mientras tomaba un revólver más pequeño y práctico y salía del auto—. Me encargaré de él, tú ve por los que están en el auto.

—Me gustas cuando te pones mandona —ronroneó Saphir, preparándose también—. Me hace acordar a la época en que salíamos.

—A mí me lo recuerda cuando te veo correr, escapando de lo que sea.

—Tan cariñosa.

—Vamos.

Ella pudo sorprender a uno de los atacantes y reducirlo, aunque la facilidad con la que el joven de los ojos azules derribó a los otros dos fue pasmosa.

—Otra vez tú —dijo él, a modo de saludo—. Empiezo a pensar que este lugar es menos aburrido de lo que parece.

—Te equivocas. Esta isla no es divertida —lo corrigió ella—. Puedo recomendarte otros lugares donde la pasarás mejor.

Saphir comenzó a negociar con los que estaban atrapados, para sacarlos a cambio de marcharse de inmediato. El desconocido lo observó como si intentara leer a través de él. No pareció llevarle mucho rato, ya que se volvió de inmediato hacia Beryl.

—No deberías ayudar a estos tipos. Son cazadores, ¿sabes? —dijo, con un toque de sarcasmo en la voz—. Yo que tú los empujaría por aquel barranco. Te librarías de un problema.

—He visto a otros caer de alturas mayores y quedar intactos —rebatió la muchacha—, así que lo dudo.

Sacó el revólver y extendió el brazo en dirección a aquel rostro impasible. Iba a detenerlo o a ponerlo ella misma en un bote directo a la capital más cercana.

—¿Otra vez vas a apuntarme? —se burló el extraño—. ¿No vas a inventar algo mejor?

—Si me dices qué es lo que realmente haces aquí o, al menos, aceptas abandonar la isla sin hacer trampas, puedo ponerme más original en mis reacciones hacia ti.

Esta vez, la luz del sol le daba la oportunidad de ver con más claridad aquella sonrisa.

—No puedo hacer ninguna de las dos. Pero me has dejado con la curiosidad y eso ya puedes tomarlo como un cumplido.

Beryl torció el gesto. Toda la atracción de aquel joven misterioso fue reemplazada por el asco supremo que la invadió al escucharlo decir eso.

«¿Y quién carajo se cree que es para hablar así?».

La distrajo el ruido de los cazadores al taclear a Saphir, para escapar hacia la nube de una cápsula activada que se convirtió en un pequeño helicóptero. En pocos segundos, ya estaban fuera de alcance.

—¡Oigan, vuelvan aquí! —gritó el biólogo, enfurecido, al levantarse del suelo—. O mejor corran, cobardes. ¡No se atrevan a volver jamás por Isla Viridis!

Ella pestañeó varias veces, confundida por la escena que volvía a repetirse frente a sus ojos.

—¿Eh? ¿Adónde se ha ido? ¡No aparté la vista más de un segundo!

De no ser por los cazadores inconscientes a sus pies y la presencia de su compañero para confirmarlo, hubiera creído que todo había sido producto de una alucinación.

—¿Qué tanto hablabas con ese tipo? Hubiera jurado que los otros le tenían miedo.

Sí. Era una suerte no haber estado sola con el extraño en aquel momento. O se hubiera declarado fuera de estado mental para seguir trabajando en la isla.

—No lo sé. Ya lo dije y lo confirmo —contestó, malhumorada—. Cada día me sorprendo más.


11/06/17: Dejo esto y listo

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11/06/17: Dejo esto y listo. Me voy a dormir.

El corazón del minotauro [17 - Dragon Ball]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora