Diez: Bajo la vía láctea

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La reconciliación de aquella mañana hizo que Beryl perdiese la noción de las horas, hasta el mediodía

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La reconciliación de aquella mañana hizo que Beryl perdiese la noción de las horas, hasta el mediodía. Se sentía culpable, pero contenta. Su pie herido casi no le molestaba. Al menos, no tanto como la falta de respuesta de Diecisiete sobre qué era lo que se había roto en el baño. Ya lo descubriría. Al menos, no le faltaba ningún elemento de higiene básica. Y su actitud sospechosa con el teléfono no había vuelto a surgir.

Luego de almorzar, salió para ponerse al día con sus tareas de vigilancia y mantenimiento básico de los caminos en la isla. Al tratarse de una reserva, lo único que debía cuidar era la facilidad de transitar de los miembros del FEU por las diversas zonas de Viridis. Los animales no debían tener mucho contacto con ella, ni recibir cuidados que les quitaran su condición silvestre. Y el escondite del minotauro casi no requería retoques en la maleza. Tampoco podía visitarlo demasiado.

Por seguridad, solo se acercaba a ese sector una vez cada quince días. A veces, ella y Saphir sentían que eran espiados por los invasores de la isla. Su obligación era desviar la atención de cualquier posible cazador. Y sacarlo de la isla.

Nadie había estado cerca de descubrir el refugio subterráneo natural. Por el momento, estaba sola, pero debía asegurarse de que continuara siendo así.

En cuanto a los visitantes indeseados, había muy pocos incidentes en los últimos tiempos.

Los intentos de los cazadores habían disminuido desde la llegada de Diecisiete. Y las peleas con desconocidos habían cesado por completo. Aunque no dejaba de sorprenderla que él pudiese estar tan tranquilo con un par de caminatas al día, sin que nadie viniera en un aerocoche con alguna ametralladora, dispuesto a vengarse. Ella estaba aterrada, de solo imaginarlo.

Dejó la cortadora de césped a un costado, se quitó los guantes y se sentó sobre una roca a beber un poco de su botella de agua. El ruido de la máquina habría espantado a cualquier animal a varios metros a la redonda. No había peligro. Y se enorgullecía de conocer los hábitos de los grandes felinos, los mamuts rayados y los pájaros más grandes de Viridis. No solo había estudiado para eso. Ahora lo vivía, lo entendía mejor cada día que pasaba allí.

Así que aprovechó la pausa y la soledad en la selva para revisar su teléfono. Diecisiete había ido al sector sur. La ayudaría con la maleza de los caminos para el jeep y revisaría algunas de las trampas sobre la costa. Estaba resultando muy útil. Pero todavía había secretos entre los dos.

Marcó el contacto en su pantalla y aguardó, mientras los tonos de llamada le decían que su hermano no atendería con rapidez. Aquello era extraño en él. Siempre estaba alerta con el móvil.

—Hey, Tommy —dijo, sorprendida, apenas él aceptó la comunicación.

—Hey —contestó él.

Y ese fue todo el saludo.

—No me has vuelto a llamar en varios días —insistió la joven, en tono alegre—. Me estoy preocupando. ¿Todo bien?

—Sí —contestó él, con una cobertura frágil de normalidad en la voz.

El corazón del minotauro [17 - Dragon Ball]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora