Veinte: Nueva vida, buena vida

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Diecisiete había salido a hacer un paseo a pie

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Diecisiete había salido a hacer un paseo a pie. En realidad, lo que necesitaba era alejarse un poco del ruido que dominaba la colina donde estaba la casa cápsula. En especial, aquél día. El lugar había sido invadido otra vez por miembros del FEU y algunos familiares de Beryl. Solo estaban de visita pero, en pocas horas, ya lo habían agobiado con su conversación interminable.

Thomas, el joven intenso que había llegado a la isla la semana anterior, era el peor. Además de perseguirlo por todos lados con preguntas de lo más incómodas, había oscilado entre los intentos de trabar amistad y la amenaza directa de lo que podría ocurrirle en caso de que hiciera sufrir a la bióloga. El androide lo había ignorado, con paciencia infinita. A su vez, el periodista se había ido calmando. Al final, le había contado la historia de cómo habían llegado a sus manos una foto y un número de teléfono que a él podían serle útiles.

En un principio, el androide se había mostrado desinteresado en la información. Sin embargo, cuando ya se acercaba el momento de la despedida de Beryl y los niños, una ansiedad se había apoderado de él. Por eso, estaba en uno de los riscos de la región sur de Viridis. Si no recordaba mal, allí era donde su jeep se había desviado del camino de tierra para ir a parar a las piedras y el agua del mar, metros abajo.

Al notar la coincidencia, sonrió, nostálgico. Sabía que el adiós iba a llegar, que no podía dedicarse a defender una zona peligrosa como aquella con una mujer embarazada y dos niños pequeños. Que, luego, su bebé y los dos mayores necesitarían el contacto normal con la sociedad que él tanto había envidiado en alguna época. Que nunca se perdonaría si alguno de ellos resultaba herido por culpa de la aparición de otro escuadrón como el enviado por Zarqun Mirk. Y estaba seguro de que pronto vendrían más, bajo otro nombre, con otro objetivo igual de loco que el del corazón del minotauro, o peor. Aquella lucha no terminaría tan pronto.

Por eso, aquel día tenía un sabor agridulce para él. Por eso, era el momento indicado para recibir aquel número de teléfono, anotado detrás de la foto.

Sacó el papel de su bolsillo y observó los datos, garabateados en el reverso. Tomó su nuevo teléfono móvil, comprado por Ruby en la Capital del Este, y comenzó a marcar. Esta vez, el aparato le pertenecía. Solo lo utilizaría para fotografiar a sus tres hijos y a Beryl, y para comunicarse con ellos cuando estuviesen lejos.

Terminó de teclear sobre la pantalla y colocó el móvil a la altura de su oído derecho. Su corazón martilleó con fuerza, mientras el tono de llamada alargaba la espera hasta lo insoportable.

Por encima de él, un par de gaviotas volaron en círculos. El mar golpeó un par de veces la costa, agitado. El sol seguía bien alto en el cielo.

Entonces, una voz conocida llegó hasta él, desde el aparato.

—¿Hola?

El pasado despertó en la mente del androide y rompió la barrera que él había impuesto, con sumo cuidado. Diecisiete se sintió tan perturbado, que casi cortó la llamada sin decir una palabra.

El corazón del minotauro [17 - Dragon Ball]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt