Capítulo Diez

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Un ruido en mi habitación hizo que abriera los ojos de golpe, pero me quedara inmóvil en la cama. Como era verano, no solía taparle demasiado con las sábanas, lo cual hizo que me sintiera algo desprotegida.

Otro golpe: parecía que alguien golpeaba la ventana, intenté relajarme con pensamientos de que el viento hacía moverse el cristal o un árbol lo rasgaba. Lo más gracioso de todo, era que no había árboles cercanos a la ventana de mi habitación. Entones... ¿debía pensar que alguien había logrado trepar la pared de la casa y ahora estaba intentando entrar en mi habitación?

Los golpes parecieron detenerse y alargué mi brazo hasta mi escritorio, donde se encontraba mi móvil. Con un poco de esfuerzo logré cogerlo y vi la hora: las tres y cuarto de la madrugada.

No volví a escuchar los ruidos después de estar al rededor de una media hora despierta. El sueño pudo conmigo y me quedé profundamente dormida.
 
  
 
A la mañana siguiente, desperté algo cansada y con la sensación de tener los ojos hinchados. Fui al baño a echarme un poco de agua en la cara cuando escuché un ruido procedente de la habitación de papá, tan repentino que me hizo pegar un pequeño salto y casi darme con el grifo del lavamanos.

Me incorporé y escuché como salía de la habitación algo alterado. Abrí la puerta del baño y vi que se acercaba.

—Papá, ¿va todo...?— Se encerró en el baño antes de que yo pudiera acabar mi pregunta. Parecía que se tiraría allí dentro un largo rato, así que me tomé la libertad de bajar las escaleras, ir a la cocina y empezar a prepararme el desayuno. Los cereales de toda la vida, vamos.

Papá bajó unos veinte minutos después y me miró durante unas milésimas de segundo. Parecía nervioso.

—¿Ha ido todo bien?— Pregunté.

—S-sí, perfectamente, solo que no he dormido mucho— Me pregunté por qué —¿Ya has desayunado?— Alcé una ceja y señalé con la cuchara de plástico anaranjado el cuenco de cereales a la mitad de color amarillo. Papá solo asintió en silencio y fue a prepararse un café —Tengo que salir un momento, iré a hacer la compra también, ¿qué quieres para comer?

Me encogí de hombros, pero últimamente tenía antojo de pasta. No quería exigir nada en aquella casa. No sentía que era mi hogar.

—Si te apetece, tengo piscina en la parte de atrás de la casa— Dijo, señalando con el pulgar el jardín de atrás. Bueno, eso animaría un poco las cosas, pero ¿con quién me metería? Allí estaba más sola que la una.

—Puede que me de un bañito— Respondí. Papá solo asintió, se colocó una corbata sobre una camisa blanca de manga corta, se calzó los zapatos, cogió la cartera, las llaves y su móvil y salió de casa en dirección al coche. Medio minuto después, oí el motor en marcha y las ruedas dar otro chirrido para dar media vuelta en un derrape y salir del lugar. Oficialmente, estaba sola en casa.

Me terminé el desayuno y, después de lavarme los dientes, fui al jardín trasero y estiré un poco las piernas y los brazos, soltando un pequeño gemido.

Mis ojos se posaron en el bosque, el cual ayer me dio escalofríos. Ahora, con el cielo más despejado que ayer, parecía un bosque normal y corriente. Sin embargo, algo había que no me daba buena espina.

Me mojé un poco las manos en la piscina sin apartar la mirada de los árboles. La verdad, no tenía ganas de bañarme al aire libre sola y con ese bosque tan siniestro rodeando la casa. La paranoia empezaba a afectar a mi mente haciendo que imaginara estupideces, como a Jason Voorhees saliendo del bosque para matarme con su machete. Todo normal.

Decidí volver dentro, coger mi cuaderno y empezar a dibujar, esperando a que papá llegara.

Después de una media hora, escuché que un coche alargaba de un frenazo cerca de casa. Probablemente seria papá, pero me pareció extraño que llegara tan pronto. Me llevé la mano al pecho, sintiendo como mi corazón comenzaba a latir con fuerza. Algo no iba bien. Sabía que la persona que acababa de llegar no era mi padre.

Bajé las escaleras con cuidado de no hacer ruido y me asomé por una de las ventanas del salón discretamente. Vi un todoterreno de color negro que parecía ser bastante elegante y con los cristales tintados. Luego, me percaté de que la puerta del conductor se abría y de el interior del vehículo salía un muchacho vestido de negro y de cabellos rojizos. Sus ojos oscuros se giraron a ver la casa y al instante yo me separé de la ventana cayendo sentada al suelo.

—¿Po-por qué está aquí? ¿Qué demonios hace él aquí?— Susurré con la respiración agitada. Todo mi cuerpo empezó a temblar.

Gateé hasta la cocina asegurándome de que no podía ser vista por ninguna de las ventanas. Fui en dirección a la puerta trasera y alcé mi brazo derecho para girar el pomo plateado y abrirla. Salí de la casa corriendo en dirección al bosque mirando atrás. Asegurándome de que él no me seguía.

En cuanto me di cuenta, ya me había perdido.

—¡Genial!— Exclamé —Corro para salvar mi vida y solo hago ponerme de nuevo en peligro...— Me maldije a mí misma por no haber sido precavida... y también por dejar la puerta trasera de la casa abierta —Genial...— Volví a repetir, dándome la vuelta para volver a casa por donde había venido.

INMORTAL |Zalgo y tú|© FINALIZADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora