Capítulo Veintisiete

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Abrí los ojos lentamente. El sol se había ocultado entre los edificios y la luna menguante estaba casi en lo más alto del cielo. El frío me acarició la piel y se me puso de gallina. Un escalofrío me hizo arquear la espalda mientras empezaba a estirarme para levantarme de la cama. Me senté y recogí mi ropa interior del suelo.

Me sentía realmente cansada, como si hubiera estado una semana entera sin dormir y por fin había conseguido conciliar el sueño. Tenía los ojos hinchados y el cuerpo me pesaba mientras hacía un esfuerzo por levantarme de la cama y caminar descalza por el pequeño pasillo de la habitación del motel para ir al baño y echarme agua en la cara.

Me miré al espejo y observé que tenía el brazo izquierdo vendado de forma improvisada y bastante descuidada.

Parpadeé.

No recordaba haberme vendado el brazo. Más bien, recuerdo el rostro de Zalgo contraerse por la impotencia y la rabia al darse cuenta de que me había hecho daño y que no podía curarme la herida.

—¿Zalgo?— me di la vuelta y fui de regreso a la habitación principal, donde la cama seguía deshecha y la ventana estaba abierta. Rápidamente, corrí hacia ella para cerrarla y evitar seguir pasando frío. Recogí mis pantalones del suelo y busqué mi camiseta, pero recordé que Zalgo me había dicho que se rompió.

Suspiré pesadamente mientras me ponía los pantalones.

—¿Zalgo?

Seguía sin responder.

—No tiene gracia, ¿dónde estás?

Mis ojos se pasearon por la diminuta habitación, esperando que Zalgo saliera de cualquier parte con una sonrisa traviesa. Quería saber que todo estaba bien, que no se había ido...

No.

Caí en lo que estaba pasando.

Zalgo se había marchado. Había vuelto a hacerlo.

La rabia y la decepción se mezclaron en el interior de mi estómago y formaron un nudo que me provocó malestar. Me llevé las manos a la cabeza y grité con todas mis fuerzas, enfurecida.

Traidor.

Le pedí que no lo volviera a hacer, le pedí que no me dejara sola, que no volviera a marcharse. Y ahora estaba allí, sola en aquella habitación tan pequeña que, de repente, se había vuelto tan grande por la ausencia de Zalgo. Las lágrimas rodaron por mis mejillas enrojecidas por la ira, apreté los dientes y reprimí las ganas de pegarle puñetazos a la pared.

Me di la vuelta y me dejé caer sentada en la cama, intentando tranquilizarme y pensar con claridad. Me dejé caer sobre la cama, pero sentí que algo se arrugaba bajo mi espalda.

Me incorporé de nuevo y me giré para saber qué era: una nota. Una nota con una letra bastante descuidada y difícil de entender.

Es muy probable que ahora mismo me odies más que a nadie, pero tienes que entenderlo.
No puedo dejar que vengas conmigo, tengo que protegerte todo lo que pueda y, sin mi poder, no podrás estar a salvo.
Eres lo único que he amado en la vida y en la muerte, no soportaría perderte sabiendo que no he sabido protegerte.

Volveré. Te lo prometo.

Un sollozo se me escapó de la garganta.

¿Y si no vuelve?

No tenía poderes, estaba débil y no podía defenderse.

Estaba enfermo, como yo. Se estaba muriendo.

Una parte de mí quería salir corriendo por la puerta, ir hacia el bosque y buscarlo para salvarle. Pero, ¿acaso puedo salvarle? Yo también me estoy muriendo, a una velocidad más acelerada que antes. No puedo protegerle de algo que escapa a mi entendimiento, de... seres que no son humanos normales y corrientes.

Mis rodillas empezaron a temblar.

—¡Insane!— grité.

Él era como el hijo de Zalgo. Estaba segura de que sí seria capaz de ayudarlo, de protegerlo. Podría ir con él.

—Insane..., eso es...— murmuré. Dejé caer la nota al suelo y me levanté de la cama, pero no fui capaz de moverme. Fui incapaz de seguir respirando y un terrible dolor punzante me perforó en pecho hasta llegar al corazón.

Sin darme cuenta, me hallé tumbada de costado en el suelo, estremeciéndome e intentado respirar.

No tenía las pastillas, no podía tomarme nada para que se me pasara el ataque.

Intenta controlarlo, vamos.

No podía. No podía moverme y no era capaz de sentir otra cosa que no fuera dolor. Los pulmones me iban a estallar dentro del pecho, me estaba ahogando. Era como si una soga invisible se estuviera apretando al rededor de mi cuello. Mis ojos se cerraron y me llevé las manos a la garganta, a punto de quedarme sin aire.

—Por todos los demonios...— una voz que escuché lejana se quejó. Súbitamente, algo me dio la vuelta con brusquedad y una mano gélida se posó sobre mi pecho desnudo. Un calor agradable me recorrió el cuerpo y poco a poco sentí que la soga libera mi cuello. Pude volver a respirar, el dolor se desvaneció poco a poco.

Cogí aire hasta que mis pulmones estuvieran llenos y lo suelté lentamente antes de abrir los ojos.

Solté un grito cuando vi una cara pálida y unos ojos negros observándome con condescendencia.

—Insane.

—¿Por qué demonios te has puesto a llamarme con tanto ímpetu? ¿Es que Padre no es suficiente para ti?

Me incorporé lentamente y parpadeé.

—No pienso satisfacer tus asquerosos deseos carnales.

Mi cara se puso roja y me entraron ganas de ponerle los dos ojos morados.

—Pero, ¿de qué coño estás hablando?

—Estoy hablando de que has seducido a Padre para llevártelo a la cama, ¿y ahora pretendes hacer lo mismo conmigo? Pues no te va a funcionar, humana...

Antes de que pudiera terminar aquel insulto, mi mano chocó contra su mejilla, pero ni siquiera logré mover su cara. Fue como si golpeara una roca fría y robusta. Al contrario, el daño me lo hice yo.

Gruñí y me apreté los dedos contra el pecho, maldiciendo entre dientes.

—¿Qué es lo que quieres entonces?

—Zalgo... Zalgo se ha ido.

Insane me observaba sin ninguna expresión, pero atento a mi respuesta.

—Ha vuelto a por la estrella muerta— continué —. Tú puedes ayudarle, ¿verdad? Tienes que ir con él, tienes que llevarme con él y...

—Alto— me detuvo —¿Pretendes que te lleve a ti, una enferma al borde de la muerte, a una cabaña llena de asesinos que no se molestarán en matarte? ¿Con qué fin?

—Con el fin de ayudar a tu padre.

Me pareció ver que Insane formaba una mueca de desagrado.

—No.

—Por favor— imploré —. Tenemos que ayudarlo. Ha perdido todo su poder, morirá.

Los ojos se me volvieron a llenar de lágrimas.

—No dejes que muera, por favor.

Insane me escrutó con su mirada muy atentamente, como si no se terminara de creer que quiero ayudar a Zalgo.

—Está bien.

INMORTAL |Zalgo y tú|© FINALIZADAWhere stories live. Discover now