Capítulo Veintiuno

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Conté hasta tres mentalmente y, cuando llegué al último número, comencé a sacar la vía de mi antebrazo. Sentí un dolor terrible y una sensación muy desagradable hasta que terminé de quitármela. Me había parecido eterno.

Para quitarme la otra estuve otro rato largo hasta que finalmente salió de mi brazo y yo pude levantarme de la cama. Antes de llegar a la puerta, un terrible dolor en el vientre me hizo encogerme, tuve que apoyarme en la pared para no caer por la falta de equilibrio y el dolor. Apenas sentía mis piernas del tiempo que había estado en la cama y la morfina, me era difícil caminar, casi parecía un pingüino.

Me llevé una mano al estómago y luego me aseguré de que no sangraba. Los puntos estaban frescos todavía, así que debía tener mucho cuidado.

Conté mentalmente hasta tres y salí de la habitación cojeando y con una mano en el estómago.

—¿_____?— me detuve al escuchar una voz y me giré hacia la parte a la que yo daba la espalda del pasillo. Mamá estaba ahí, con una gasa en la frente por un golpe en la cabeza, estaba mojada y me miraba con preocupación y alivio al mismo tiempo.

—¡Mamá!— en ese momento me daba igual que los puntos se saltaran. Corrí hacia ella y la abracé. Segundos después, rompí a llorar como una niña pequeña por lo mal que lo había pasado, lo sola que me había sentido, lo mucho que echaba de menos tener una vida normal, lo rota que estaba... ella correspondió mi abrazo.

Mis planes de escapar del hospital y correr hacia Zalgo se anularon.

—¿Y no recuerdas quién te ha hecho eso?— me preguntó mamá, mientras ponía en marcha el motor del coche y salía del aparcamiento del hospital, despacio. Negué con la cabeza, sabiendo que ella me miraba por el retrovisor.

Claro que mentía. Si le contara que un chico, que no era humano, me había estado acosando porque tenía una piedra extraña en el interior de mi estómago, que me secuestraron unas personas extrañas y aterradoras y me llevaron a una cabaña en medio del bosque. Que uno de ellos me apuñaló para así sacarme esa estúpida piedra y que, después, me llevaron al hospital y me dijeron que me quedaba poco tiempo de vida, a mamá le daría un infarto.

El regreso a casa fue silencioso e incómodo. Mamá decidió poner la radio para que hubiera menos tensión, pero yo estaba nerviosa, tensa, inquieta, preocupada... rota.

—Cuando tu padre me llamó— comenzó a decir —... me dijo que habías desaparecido. Que había llamado a la policía, pero que no te encontraban por ninguna parte...— hizo una pausa para suspirar y aguantar las ganas de llorar —Pensé que te había perdido...— murmuró, con un hilo de voz.

Dio un frenazo y paró el coche en medio de la oscura y desierta carretera que continuaba recta atravesando el aterrador bosque al que no quería ni mirar. Mamá se giró a verme directamente a los ojos y con el ceño fruncido y los ojos enrojecidos. No estaba enfadada, solamente estaba intentando reprimir sus ganas de llorar. Alguna vez la había visto así, como cuando se enteró de que mi padre la había engañado y no quería llorar delante de mí. Sin embargo, esta vez, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas igualmente.

Se quitó el cinturón y sus brazos me rodearon y me pegaron a ella. Yo correspondí y también me puse a llorar de lo aliviada que estaba de volver a verla. Mamá acarició mi cabello y luego se separó de mí, sonriéndome y limpiándose las lágrimas con la manga de su chaqueta.

—¿Y si volvemos a casa y vemos una película de Benedict Cumberbatch?— los nombres de los actores favoritos de mamá eran realmente difíciles, yo conocía a ese hombre como el Sherlock Holmes más actual pero, aún así, me gustaba ese actor. Como una mujer divorciada y, por lo tanto, soltera, ella se permitía babear con todos los guaperas de la gran pantalla que veía.

Asentí, riendo y limpiándome las lágrimas también. Mamá volvió a poner las manos en el volante, giró las llaves para encender el motor de nuevo y puso los pies en el acelerador y el embrague. Sin embargo, el motor no se encendió. Ya no funcionaba.

Mi corazón dio un vuelco y me quedé rígida en el asiento. Estábamos al lado de aquel odioso bosque y el coche no arrancaba. Aquello no podía ir a peor.

La respiración se me empezó a acelerar mientras luchaba contra el impulso de mirar hacia los lados para saber si algo salía del bosque para atacarnos a mamá y a mí.

—Qué raro...— susurró mamá —Lo había llenado de gasolina...

—¿M-mamá...?— susurré, con un hilo de voz.

—No te preocupes, cariño, en seguida nos...— repentinamente, un aura de color rojo carmesí rodeó a mamá. Grité de terror. Ella me miró asustada por unos segundos, pero cuando el aura desapareció, cayó desmayada sobre el volante.

—¡Mamá! ¡Mamá!— moví su brazo de un lado a otro con la esperanza de que despertara y pudiéramos salir de allí, mientras dejaba que el pánico se apoderara de mí —¡Mamá, por favor, despierta! ¡¡Mamá!!

Un golpe fuera de coche hizo que me callara y que me encogiera en mi asiento. A pesar de la oscuridad, los faros del coche alumbraron el cuerpo de una persona que vestía completamente de negro. Comencé a temblar y a llorar.

—Dios mío... no... por favor...— balbuceé, temblando en el asiento de atrás. Mi brazo se extendió y puso el seguro de la puerta, presionando un botón que se encontraba al lado de la ventana. Sin embargo, sentía que eso no sería suficiente. Y tenía razón.

La puerta del copiloto se abrió bruscamente y yo me cubrí la boca con las manos para no gritar, quitándome el cinturón y colocándome detrás del asiento de mamá. Mis ojos volvieron a soltar lágrimas e intenté calmar mi respiración acelerada y entrecortada para no alertar a aquella persona de mi presencia, a pesar de que él ya sabía que yo estaba allí.

Una mano extremadamente fría se colocó en mi hombro y yo no pude evitar dar un respingo.

¿Qué me iba a pasar ahora? ¿Y a mamá? ¿Qué harían con nosotras?

—Te encontré...

INMORTAL |Zalgo y tú|© FINALIZADAWhere stories live. Discover now