La niña de las gallinas (Parte 1).

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Era un domingo como otro cualquiera y yo, a mis 9 años, trataba de matar el aburrimiento leyendo un libro infantil; El pirata Garrapata era una obra bastante ingeniosa y disfrutaba con las extrañas aventuras de sus protagonistas. Sin previo aviso sonó el teléfono y mi madre se dispuso a coger un recado.

—Sí, está aquí, ahora le digo que baje— contestó por teléfono. Después me llamó gritando sonoramente, haciendo que su voz retumbase por toda la casa.

—¿Qué pasa? —pregunté sorprendido.

—Me ha llamado tu tía y me ha dicho que a ver si puedes ir para estar un rato con Amaia, que está en su casa aburrida y necesita tu ayuda.

—¿Amaia? —contesté yo— ¡Pero si no es mi amiga, esa niña es una pesada y no me cae bien!

—Bueno, me lo ha pedido así que tienes dos opciones o vas o te castigo —respondió mi madre con severidad.

—Eso no es justo —indiqué a regañadientes. Al menos no podía quejarme, mi tía era mi vecina y apenas vivía a unos cincuenta metros de mi casa— «Esa niña es tonta, por su culpa no me puedo quedar leyendo, a saber qué querrá» —refunfuñaba yo por el camino plano de asfalto.

Al llegar subí las escaleras exteriores macizas de acceso a la casa, eran de considerable altura y con un pequeño descansillo en la mitad, ya que la planta baja del hogar tenía otros usos.

—Hola, Caglos— me saludó mi compañera de clase ya en la entrada. Tenía un problema al pronunciar el sonido de la erre doble, lo que con el tiempo se acabaría solucionando.

—Hola, ¿qué quieres? —pregunté directo al grano. Estaba un poco molesto con ella por haberme sacado de mi estado de sosiego y relajación literaria.

—Es que me aburro. Me ha dicho tu tía que podía jugar a la play station un rato pero no sé. ¿Me puedes enseñar?

—Bueno, a mí se me da bien. Podemos intentarlo.

Una vez emergió el símbolo multicolor característico de la consola en la pantalla comencé a tratar de enseñarla a jugar al primer juego que insertamos, Hércules. El primer nivel era un tutorial en sí mismo, con un fauno comentando una y otra vez si lo estabas haciendo bien o de una forma terrible. "Concéntrate chico" y "Usa la cabeza" fueron frases que se repitieron hasta la saciedad y que me desesperaban terriblemente mientras Amaia tocaba torpemente botones y yo veía que no avanzaba. Terminamos dejándolo como algo imposible.

—¿Ya os habéis aburrido? —dijo mi tía entrando en el salón— ¿Por qué no vais a darle de comer a las gallinas?

—¡Es que me dan miedo! —comentó Amaia— Ya he ido antes y no he podido porque se ponen a saltar.

—Es verdad, por eso llamé a tu madre. Le he pedido antes que dé de comer a las gallinas, pero sola es incapaz, ¿podéis ir juntos? —preguntó mi tía con un gesto serio que significaba que no me podía negar.

—Vale, vamos —contesté yo con poco entusiasmo.

Relatos muy brevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora