Suspiros [TachiharaxChuuya]

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Si era verdad que en cada suspiro se escapaba un poco de felicidad, o se trataba de un mero dicho para obligar a los tristes a no ir penando a voluntad por las calles, contagiando al resto de su desdicha; no lo sabía y no le interesaba. Tachihara suspiraba porque quería, porque podía y... porque no le quedaba más que hacer.

Era víctima de un amor no correspondido, dolorosamente unilateral y terriblemente mudo.

Frustrado, se revolvió el cabello, lanzó una, dos, ¡tres maldiciones!, y volvió a suspirar como si el alma le abandonara el cuerpo.

Entrando en la Port Mafia, entregando su primer reporte de miembro activo y reconocido, ya no un simple carterista y vigilante de calle; lo vio. Fue eso que la gente llama amor a primera vista.

Nada te prepara para sentirlo, y por mucho que quieras negarte a su existencia o ser racional, cuando llega arrasa con tu cordura y lógica, te sujeta del pescuezo, te arroja contra el suelo y te doblega a sus encantos. Así fue para Tachihara.

Había escuchado los rumores sobre Nakahara Chuuya. Rumores que iban desde los respetuosos que resaltaban su capacidad de líder y reconocían su fuerza; hasta los majaderos que se referían únicamente a sus atributos por encima del género. Ninguno le hacía justicia real, reconoció para sus adentros en ese entonces, pasando saliva con dificultad y con la cara ardiéndole.

Sublime, imponente y hermoso, aquel ser se adueñó del lugar con una brava presencia manando de un cuerpo inusualmente pequeño. Se adueñó del lugar y... de su corazón.

Los años consiguientes fueron un vil infierno con el que fue obligado a lidiar.

Cada que lo veía sentía los latidos acelerados atorándosele en la garganta, y mantener la compostura se tornaba una prueba a la que a duras penas sobrevivía. El tiempo, más que jugar a su favor, lo hacía en su contra, desgastando su aguante y aumentando la presión de sus sentimientos. Lo peor, es que estaba seguro de que hablar o no lo conduciría al mismo resultado: negativa.

No era falta de confianza, era certeza.

El líder Nakahara se hallaba en una liga muy por encima de la suya, tan por encima que, pese a ser un miembro principal de la Salamandra Negra, apostaría su sueldo entero a que el hombre apenas si sabía quién era él. Y de sus sentimientos... mejor ni hablar.

Suspiró, suspiró y suspiró.

El almacén abandonado número 32, era el refugio de su mal de amores, al que acudía religiosamente cada lunes por la noche, tras la reunión que la Salamandra Negra sostenía con el grupo del líder Nakahara. Ahí sufría a gusto y se descargaba, sin ser regañado o juzgado.

Dio un vistazo a su reloj. Casi era hora de irse.

Se levantó. Estiró el cuerpo con los brazos apuntando al techo, y preparó cada gramo del agridulce sentimiento que le llenaba el pecho, para explotar y serenarse:

—¡Lo amo, Nakahara-san! —gritó una, dos, ¡tres veces!, y relajó sus hombros, dejando escapar más felicidad.

Metió las manos en los bolsillos del pantalón y se marchó, dando la espalda a una sombra apoyada en lo alto, oculta en la penumbra de la intrincada formación de vigas que soportaban el techo. Contorneado de rojo, con un sombrero y un saco a modo de capa, Chuuya se recargó en una viga, apretando puños, sonrojado hasta las orejas que se ocultaban en su cabello naranja.

Gruñó y se tapó el rostro.

—¿Cuándo te atreverás a decirme lo que sientes? —se lamentó y reclamó.

Sabía quién era Tachihara, sabía de sus sentimientos, y por encima de eso, había sido un amor a primera vista mutuo. Sin embargo, ambos lo conservaban en secreto: uno por temor al rechazo y el otro por orgullo.

. . .

Nota:

Dedicado a @HatsueFedor

Espero que te guste. Va con todo mi cariño, y me queda un drabble más, pero ese sería para la siguiente semana. Lo siento. El trabajo se interpone.

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