Cita [Higuchi x Gin]

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Oh, por todos los...

Higuchi se quedó en blanco, la boca ligeramente abierta y la mirada fija en Gin. Ni siquiera se molestó en respirar, menos en pasar saliva, y de disimular ni se hable.

Tan descarada fue su reacción de embelesamiento con la menor de los Akutagawa, que Ryunosuke tuvo que carraspear violento, casi arrancándose las cuerdas vocales, para sacarla de su lapsus.

Boqueó varias veces, muda, perdida en la radiante asesina de Black Lizard.

—Once en punto —señaló, áspero, su superior.

—¡Hermano! —reclamó Gin—, sé cuidarme bien, así que volveré cuando tenga que hacerlo.

—Puedes cuidarte bien, pero —acuchilló por el rabillo del ojo a Higuchi—... aun así hay criaturas peligrosas e inmundas que pueden intentar ponerte las manos encima, y mi deber es protegerte.

Digna e imponente, luciendo la fuerza y seguridad con que manejaba los cuchillos, orgullosa integrante de la mafia más peligrosa de Japón; avanzó hacia Higuchi tomándola del brazo.

—Si dejo que me pongan una mano encima o no, será por mi voluntad, no porque no pueda defenderme.

La atrevida sentencia pasmó tanto al hermano, que para cuando este salió de su estupor, ya la había arrastrado fuera del departamento.

Encerradas en el elevador, Gin suspiró y acomodó su largo cabello liso y negro tras de sus hombros, ajustando la diadema a juego con el vestido de primoroso encaje rosado y el suéter blanco.

—Lamento el alboroto.

Notando que se dirigía a ella, volviendo la vista al suelo, Higuchi se apresuró a hacer un movimiento negativo. Junto a Gin se sentía tan simple —sobrio conjunto de mezclilla, blusa blanca y chamarra de cuero—, que le costaba hablar con propiedad, o al menos coherente.

—Él se preocupa por ti —la observó de reojo. El atisbó fue atrapado por Gin, y su sonrisa la paralizó de cuerpo entero—. De-deberíamos apresurarnos o la película empezará sin nosotras.

Gin asintió, tiró de la manga de su chamarra, la hizo girar y doblarse los grados suficientes para salvar la distancia y la altura, y alcanzó sus labios. Un beso. Un terso beso cargado de la provocación recia de una asesina y la ternura inocente de un ángel.

Abiertas las puertas fue por delante, y Higuchi, en la novena nube, no se movió de su sitio sino hasta que se cerraron. Gin se quedó riendo bajito en el recibidor por su torpeza; y el Akutagawa mayor, preparado para espiarlas, entró al elevador cuando regresó a su piso.

Momento incómodo.

La noche iba a ser larga, divertida, y sin duda espectacular, pese a los errores y el chaperón.

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