Capítulo 30

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POV. Steve

- Dos rubios juntos no pueden hacer nada bueno.- me crucé de brazos y observé cómo Sab y Smith colocaban la cuerda que accionaría la trampa.

- Oh, cállate, todo el mundo sabe que los pelirrojos sois más huecos que los rubios.

Alcé una ceja en dirección a la playgirl, y Smith dejó de concentrarse en el nudo que unía un extremo de la cuerda al marco de la puerta para mirarla con el ceño fruncido.

- Sab, en realidad...

- Shhhh. No lo digas. No lo digas.

Reí por lo bajo y apoyé mi cadera contra la pared del pasillo en el que se encontraban las aulas de los alumnos de último curso.

Nos encontrábamos en la universidad, tras haber tenido una charla un tanto extraña con el rector. Nos costó más de media hora de bronca por parte de una Sab rabiosa, pero al final cedió y nos dejó hacer la broma con la condición de que después tendríamos que limpiar. Obviamente, Sab ya tenía alguien a quien encargarle esa última parte. ¿Quién? Ni puta idea.

El plan diabólico de la rubia era el siguiente:

Bañarlos a todos en pintura fosforita amarilla. ✔ Preparado

2° Colocar bocinas debajo de todas las sillas. ✔ Preparado

3° Cerrar las puertas con llave desde fuera y accionar la bomba de peste con calcetines de Steven, calcetines de Sab y de todos los chicos de la fraternidad. ✔ Preparado

Estaba todo listo, aunque según la playgirl aquella cuerda necesitaba unos retoques. Suspiré, aburrido, a la par que ambos rubios se levantaban y se sonreían malévolamente. Me aclaré la garganta, un poco asustado.

- ¿Ya está?

Sab me miró con ambas cejas alzadas.

- Me sorprende tu poco interés en la broma. ¿No te parece una injusticia que los veteranos puedan bañarnos en frutas y nosotros no podamos contraatacar?

Recé mentalmente para que no comenzara de nuevo con su discurso de defensa de las razones por las que debemos hacer la broma, y por primera vez en mi vida alguien pareció oír mis plegarias ya que sólo estuvo intentando convencerme todo el camino de vuelta a la casa de Meredith, lo que supondrían unos quince minutos.

Aparqué el viejo Chevrolet del 56 en una de las numerosas plazas de garaje, y cuando los tres estuvimos fuera tapé la boca de la rubia con mis dos manos y la miré a los ojos.

- Como no cierres el pico, playgirl del demonio, te meteré uno de los calcetines que estoy usando en la boca y nunca más podrás volver a distinguir los sabores. ¿Capicci?

Ella asintió efusivamente y suspiré par luego sonreir ampliamente con picardía.

- ¡El último en llegar al salón grande ayuda a los encargados de Sab a limpiar el desastre que la broma causará mañana!

Salí corriendo, subiendo las escaleras grises que daban acceso al garaje de dos en dos, con la intención de llegar el primero a alguno de los sofás, pero algo me agarró del tobillo y caí de cara contra el suelo. Se escuchó un 'crack' a la vez que sentí el impacto contra mi cara y dejé escapar un gemido. La rubia del demonio, quien había sido la culpable de mi situación y me observaba debatiéndose entre ayudarme o seguir corriendo tras Smith, me tendió una mano con gesto de arrepentimiento.

- ¿Estás bien, pelirrojo?

Hice un puchero mientras me servía de su mano extendida para levantarme, y saqué lo que se había roto del bolsillo delantero de mis vaqueros.

¡Playgirl a la vista!Where stories live. Discover now