Eran las once de la noche y Claudia se sentía intranquila. Nadie le había querido comentar qué era lo que estaba ocurriendo. Sabía que tenía que ver con la conexión, pero no terminaba de entender qué había pasado. Algo muy grave debía de ser para que su madre y el señor Jaquinot estuviesen allí. Hacía casi más de un año que no veía a la gran Angélica Vargas, la increíble Domadora, la mujer perfecta... Siendo sinceros Angélica no era demasiado sentimental ni familiar, nunca se había preocupado por sus hijos en exceso y, desde luego, jamás les había dado ni una pizca de cariño... Quizá por eso ella y su hermano habían salido así, y eso que a Nathaniel lo tenía en mejor estima que a ella. Claudia sabía que para su madre solo era una gran deshonra, alguien de quien se avergonzaba y de quien prefería no hablar.
Necesitaba tomar aire, respirar. Sabía que si su madre se quedaba ahí mucho tiempo las cosas iban a cambiar, y no para bien precisamente. Ya no podría seguir con su estilo de vida, ya que su madre, las pocas veces que la veía, siempre se esforzaba por dejarle claro lo mucho que humillaba a la familia con su comportamiento despreocupado e infantil.
Tenía 17 años, ¿qué quería? Ella no era como su hermano. No podía, y, aunque no lo quisiese admitir, eso le dolía. Claro que le encantaría ser la perfecta Domadora que todos esperaban que fuese. La chica perfecta a quien admirar, esa que recogería el legado de su madre, pero esa no era ella...
Salió al pasillo y se encontró con Beatriz. Un silencio incómodo invadió el pasillo. Las dos se miraron sin saber muy bien qué decir. Claudia suspiró y pasó por su lado golpeándola con el hombro de forma indiferente.
—¿Eso es todo?, ¿ni siquiera un hola? —preguntó Bea algo dolida.
Claudia se giró encogiéndose de hombros, ¿qué esperaba? Podía ser que en el pasado Beatriz hubiese sido importante para ella, pero eso era el pasado. En la vida había que mirar hacia delante, no se podía vivir en el pasado. Los sentimentalismos no eran para ella.
—Eres increíble, de verdad. No agradeces nada. No te importa que la gente se preocupe por ti. Solo te importas tú y tu grupito de idiotas —La voz de Bea sonaba algo quebrada.
Parecía que de un momento a otro las lágrimas comenzarían a derramarse, pero la Natura no estaba dispuesta a permitir que la Domadora la viese llorar, así que se esforzó por reprimirlas.
—¿Qué esperabas? Yo nunca te prometí nada —dijo Claudia con voz serena.
—Olvídalo. No sé cómo pude estar enamorada de ti —susurró Bea con apenas un hilo de voz.
Se sentía tan dolida. Había pasado casi un año desde que ellas dos habían tenido algo, pero Bea cada vez que la veía aún sentía como su corazón le daba un vuelco. Siempre habían mantenido la relación a escondidas. No porque Claudia no quisiese que la gente se enterase de que estaba con una chica. Ella se enamoraba de las personas. Le daba igual chica que chico. Lo que no se podía permitir era estar con una Natura. Eso era toda una vergüenza para una Domadora.
—¿Qué quieres que te diga? ¿De verdad pensabas que entre tú y yo podía haber algo serio? —preguntó Claudia en tono burlón.
La verdad era que sí que le dolía la situación, pero no podía mostrar evidencias de aquello, ella era una Domadora. Sin embargo Bea había sido especial para ella, aunque ninguno de sus amigos lo supiese. Y, a decir verdad, a veces la echaba de menos. Le gustaba esa dulzura con la que la Natura miraba la vida. Contrastaba mucho con su propia visión.
Una lágrima se deslizó por el rostro de Bea. No entendía cómo podía querer a esa arrogante, engreída, superficial, y cobarde niñata. Para ella había sido una relación seria e importante. La más importante de su vida, sin embargo, al parecer, para Claudia todo había sido un juego. Una más de su lista par alardear...
Bea la miró con todo el odio que había guardado en su interior y se fue corriendo por el pasillo. No quería que Claudia la viese así de destrozada. No podía darle la satisfacción a la Domadora de demostrarle que era tan importante en su vida.
Una punzada atravesó el vientre de Claudia. Meneó su cabeza. No debía pensar en eso. Era pasado. Tenía otras cosas que hacer. Debía descubrir qué era lo que estaba ocurriendo en el Morsteen, así que trató de dejar de lado esos pensamientos y centrarse en lo que de verdad importaba, o al menos en lo que se suponía que le debía importar.
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Domadores | #1 | (En Amazon)
FantasyDesde tiempos inmemoriales, todos los chicos de entre 7 y 18 años con habilidades especiales son llamados a asistir al internado Morsteen, una institución seria y privilegiada que los forma según sus poderes para que sirvan al régimen el día de maña...