PRÓLOGO

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No temáis a los malvados. Tarde o temprano
acaban por desenmascararse.
Ferdinand Galiani.

00:00

Agarré el volante con fuerza antes de bajarme del coche; fuera los árboles parecían susurrar entre ellos. Cerré la puerta y me apoyé sobre el capó del CLS Coupé negro a la espera. Segundos más tarde los faros de xenón del Mulsanne arrojaron luz a la tenue carretera rodeada de hectáreas de denso bosque. Me erguí cuando éste paró a escasos metros de mí. Dentro del vehículo a oscuras una llama se encendió en la parte trasera y, entre el humo, su rostro esbozó una tenebrosa mueca antes de llevarse el puro a la boca y apagar el mechero. Aquel cabrón tenía de todo menos compasión. Sus dos guardaespaldas bajaron del coche con un sobre de papel marrón y se acercaron a mí.
—Emer —saludó Caden, el más tosco de los dos, entregándome el sobre—. No falles al señor Cross.
Me reí. Fallarle suponía acabar en una puta zanja. Sus propuestas de trabajo eran de todo menos éticas, por no hablar de la ilicitud de las conductas demandadas. Por un momento me paré a pensar en qué se me estaba pasando por la cabeza cuando acepté trabajar con el señor Cross; un inglés tan poderoso como cabrón.
—¿Cuándo le he fallado? —les pregunté a ambos grandullones con sorna, sonriéndoles—. Decidme.
—Nunca en los tres últimos años —añadió Dan—, pero no te confíes. Suerte.
Poco después desaparecieron en la penumbra de la noche.

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