➕ 3 ➕

188 14 2
                                    

EMER

Aparqué al otro lado de la calle, a pocos metros del coche, apagué las luces y esperé. La había encontrado, había dado con ella ocho meses después de aceptar el caso. El señor Cross o sus lacayos me habían llamado semana tras otra esperando respuesta.
Del Porsche color rojo se bajó y apoyó su mano sobre el techo, y habló con el conductor. Mía Anderson con su pelo color cobre y sus ojos color ámbar era mía y pronto lo sería del señor Cross y él sabría qué hacer con ella.
El señor Cross actuaba en nombre de un tercero. Y yo actuaba para ese tercero. Un cabrón en la sombra.
Tras el casco la observé, apreté las manos enfundadas en los guantes de cuero en torno a los mandos de la moto.
Mía cerró la puerta del coche y entró al bloque de edificios de ladrillo blanco.
El hombre de pelo castaño arrancó, las luces de xenón alumbraron los coches de enfrente y la carretera. Segundos más tarde con un rugido de motor desapareció a lo largo del paseo.
Al otro lado de la carretera los árboles del parque se zarandeaban de un lado a otro.
Me acomodé en la moto y me remangué la chaqueta de cuero, toqué la pantalla del Apple Watch color crudo, busqué su contacto y marqué. Segundos después su voz sonó a través del auricular en mi oído.
—Cross —su tono cortante y áspero me heló la sangre.
—Señor —respondí y deseé ocultarle la información.
—Emer —no era una pregunta, tampoco un saludo. Su voz sonaba cauta.
—He dado con ella, señor Cross —lo puse al tanto con la voz temblándome—. Tengo a Mía Anderson.
No escuché nada al otro lado de la llamada más allá del oleaje. El señor Cross se levantó, sus zapatos resonaron por el suelo.
—Buen trabajo —su voz sonó tosca—. Ocho meses después.
Había enfado en su tono. Fallarle suponía acabar en una zanca. Lo recordé fumando su puro dentro del Bentley. No sabía el color de su pelo, tampoco de sus ojos. Su aspecto. ¿Sería mayor?
—Perdóneme, señor Cross.
Resopló al otro lado de la línea. No sé qué había hecho Mía. Y el señor Cross tampoco.
—Caden se pondrá en contacto contigo más adelante —me comentó y lo escuché tragar—. Hasta entonces mantente al tanto.
Dicho esto cortó la llamada. Ni un adiós ni nada. Cross era un ser frío, pero más frío era aquel tercero, un cabrón había pagado una cantidad indeterminada de dinero por Mía Anderson y yo la había entregado al mejor postor.

CROSSWhere stories live. Discover now