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—Mía, ¿estás preparada? —me susurró al oído, antes de besarme detrás de éste.
Las piernas me flaquerón.
¿Estaba preparada? ¿Preparada para hacer el amor solos él y yo? Había deseado que llegase aquel momento desde que lo conocí, tanto él como Joana, me habían hecho llorar algo que según ellos nunca llegaría, pero allí estaba, con Hunter a punto de dar el paso, de estar dentro de mí, fueras terceras personas, solos él y yo.
No era yo la que no estaba preparada; yo lo había estado desde el momento cero.
—¿Lo estás tú? —Hunter apartó la colcha y las sábanas blancas.
La luz de la luna entraba por el ventanal alumbrando tenuemente la alcoba.
Le pasé las manos por la espalda perlada de lunares y gotas de agua; tenía los músculos engarrotados. Posé ambas manos en la zona dorsal de su espalda y recorrí con besos húmedos su piel tersa y cálida.
Hunter exhaló con fuerza y todo su cuerpo tembló.
Me preocupaba. No quería que se echase para atrás, no ahora, no llegados a este punto.
—Lo estoy —se volteó y me tomó entre sus brazos fuertes.
Le sonreí y hundí las manos en su tupé de mechones rebeldes y peiné su pelo hasta acabar en su nuca.
Hunter cerró sus párpados, relajado. Me agarró por los muslos y me aupó, rodeé sus caderas y comencé a besarlo: detrás de la oreja, a lo largo de su cuello; le mordí, contra todo pronóstico, la mandíbula —mientras reíamos—, la piel sensible de su cuello, su hombro... Su boca no fue menos y me besó y chupó el cuello. Joder. Gemí y eché la cabeza para atrás, dándole paso a la garganta. Su lengua de terciopelo, lamiéndome aquí y allá, me puso la piel de gallina.
Me tumbó en la cama y él se paró frente a ésta, contemplándome embelesado desde su metro ochenta y ocho.
La luz de la luna se plasmada en la cama, como la sombra de su cuerpo desnudo y perfecto. Pasé la palma de las manos por las sábanas blancas y cerré los muslos, apretándolos con fuerza, deseando tener a Hunter dentro de mí. Quería su contacto, quería estar llena de él, de todas las maneras posibles.
Hunter se llevó a la boca el envoltorio de un preservativo.
Quería besarlo... ahí.
Gateé por la cama hasta llegar al borde. Hunter rasgó el papel metálico y me escrutó divertido.
—¿Qué haces? —me arrodillé y coloqué ambas manos en sus muslos.
—Besarte.
Le pasé la lengua por el tallo de su pene erecto, desde la base hasta el capullo.
—Mía... —siseó.
Lo agarré con una mano, me metí el glande en la boca y lo chupé lentamente, dos, tres y hasta cuatro veces antes de metérmela un poco más en la boca.
Él me apartó el pelo húmedo de la cara.
Enloquecí saboreando su piel aterciopelada, cálida como la arena del desierto al atardecer; sentía sus venas, grandes y pesadas.
Su sabor... sabía tan bien. Quería grabármelo a fuego.
Hunter me pasó las manos por los hombros y me separó de él. Gemí a modo de protesta, mirándolo cabreada.
—No voy a correrme así —sacó el condón y observé embelesada cómo se agarraba el tallo de su pene para ponérselo. Yo podría haberlo hecho, es más, quería hacerlo: tocarlo. Me ardían las manos de no estar en contacto con él—. No hoy, honey.
—Ven aquí —extendí mi mano y él me la cogió, tiré de él y se acostó sobre mí.
—Estoy aquí —me susurró al oído y me besó el cuello, la garganta, la mandíbula y la clavícula. Gemí, le rodeé la cadera con los muslos y con las manos en la espalda lo acerqué más a mí. Me besó en la boca, fue un casto beso, pero lo noté tenso y su cuerpo tembló a modo de respuesta. Tenía los párpados cerrados y la frente arrugada.
—Hunter —lo llamé y hundí las manos en su cabello negro azabache—. Cuéntamelo.
Negó y se apartó de mí, aún con los párpados cerrados y se sentó en el borde de la cama, apoyando los antebrazos sobre sus muslos desnudos.
Las ganas a llorar borbotaron, me acerqué a él tan pronto como pude pues el cuerpo me flaqueó y besé toda su espalda. Vamos, Hunter, vuelve. Lo abracé por la espalda y apoyé el mentón en su hombro.
—¿Qué te pasa? —le pregunté con la voz quebrada—. ¿Es ella? —pregunté y sentí un nudo en el estómago y un dolor punzante en el corazón—. No me temas, Hunter. No soy ella. Lo haremos de mutuo acuerdo. Pararemos cuando no puedas más. Sólo concédeme amarte, aunque sólo sea esta noche.
Le besé el hombro.
No quería derrumbarme, pero verlo en aquel estado desolador me enfurecía. Ella nunca fue su cura, fue su enfermedad. El sexo no era la cura a los problemas, no al menos a los suyos.
—No es eso Mía —su voz era suave y rota.
—Entonces, ¿qué es? —sonaba desesperada y tan rota como él.
Alzó su cabeza y nos contemplamos durante no sé cuánto; sólo éramos miradas, dos completos estúpidos, enamorados hasta las trancas, con un pasado arrollador sobre nuestras cabezas.
—Temo no estar a tu altura —colocó sus dedos en mi mentón. Su rostro seguía siendo las dos caras de la luna, una era luz, la otra, sin embargo, era penumbra. Sentí dolor, uno muy fuerte y embargador—. Temo no corresponderte como tú esperas. Temo fallarte. Temo no hacerte el amor como anhelas.
Su voz... su voz al borde del llanto lo fue todo.
Me senté a horcajadas sobre él.
—Eres todo lo que deseo —le rodeé el cuello con los brazos—. Me has dado todo cuánto deseo.
Me lo comí a besos: le recorrí la cara y el cuello.
Reímos, así lo quería: feliz.
—Déjame a mí —le rogué, enredando una mano en su pelo y agarrando con la otra su pene erecto—. Este es mi mundo, ¿recuerdas?
Lo besé en la boca; me senté sobre su pene y poco a poco fue entrando en mí: su glande y su tallo, hasta la base, abriéndome a su paso. Dolor y placer. Me agarré con fuerza a su pelo y a su hombro y Hunter me rodeó el cuerpo con sus brazos tenaces.
Lo tenía dentro de mí.
Solos él y yo.
Nos quedamos así: abrazados, con él dentro de mí, lo que parecía una increíble eternidad.
—Ahora nuestro mundo —me levantó por las caderas y me penetró lenta y pausadamente. Ambos nos abrazamos con fuerza y cabalgué sobre él.
Arriba y abajo. Arriba y abajo... muy lentamente.
Hunter me observaba embelesado; me besó la punta de la nariz y me mordió el cachete. Me reí; me agarró del muslo, me levantó y me acostó en la cama y él sobre mí. Era enorme y su cuerpo tapaba completamente el mío.
—Ahora tú... eres mi mundo —ronroneó y me embistió. Gemí, arqueé la espalda y hundí los dedos en sus brazos.
Hunter comenzó a moverse dentro de mí, le rodeé las caderas con los muslos y besé su cuello. Él se mantenía sobre mí, a escasos centímetros, apoyado en sus antebrazos. Me retorcí de placer.
El placer carnal que sentía por él no me cabía en el pecho.
Me sentía llena, colmada por él y su amor.
Su olor, sus besos en el cuello, sus rápidas embestidas...
—Hunter —gemí y ambos sonreímos, mirándonos directamente a los ojos.
Tenía la frente perlada de sudor y arrugada. Los mechones de su tupé me caían en la cara, le pasé la mano por él y halé de su pelo. Hundió su rostro en mi cuello, mordiéndolo, mientras gemíamos.
Hunter arremetió contra mí, joder, no podría aguantar mucho más. Los pliegues de mi piel íntima estaban hinchados.
Recorrí su espalda, arañándolo, hasta sus glúteos tensos, mientras me penetraba. Se apretó contra mí y los muslos me empezaron a temblar. Hunter me observó locamente enamorado.
—¿Vas a correrte? —nos sonreímos. Asentí con la cabeza y le pasé los dedos por su boca gruesa de dentadura blanca. Me mordió el dedo, riéndose y aumentó, aún más, sus embestidas.
Cerré los párpados con fuerza y me empapé de él, del nuevo Hunter.
—Eres mío —gemí y un escalofrío me abrasó el cuerpo.
—Soy tuyo —me besó en la boca—. Eres mía.
Eres mía.
Eres mío.
Lloré, lloré de felicidad, mientras me corría gritando su nombre. El orgasmo creció en mi interior, desolando todo a su paso.
Lloré, gemí y me abracé a él, temblando por el llanto y los espasmos del orgasmo arrollador.
—Mía —su cuerpo se tensó—, eres mía. Mía y sólo mía.
Su orgasmo provocó en mí otro y ambos acabamos a la vez.
Éramos lágrimas, sudor y placer.
Éramos uno.

Su boca me despertó dándome besos a lo largo de la espalda; abrí los párpados con pesadez: era de noche, veía la luna a través del ventanal y cómo su luz se plasmaba en el mar negro y entraba en la alcoba.
Estaba acostada con el pecho pegado al colchón y los brazos abrazando la almohada. La sábana me cubría el cuerpo hasta el trasero. Tenía el cabello húmedo y Hunter me lo había apartado de la espalda desnuda para besarme aquí y allá y recorrerme las pecas con el dedo.
Contemplé embelesada la noche estrellada y a Hunter, al otro lado de la cama, con su pelo revuelto, con su pecho desnudo, apoyado en su codo y besándome la espalda y el hombro. Me reí y me observó con sorna.
Contemplé embobada su verde esmeralda.
—Me has despertado —ronroneé.
Su mano se adentró entre las sábanas, me apretó las nalgas y me besó el cuello.
—Una pena —ronroneó socarrón—. Ahora tendré que hacerte el amor.
Me volteó y se acostó sobre mí; me pasó la mano a lo largo del gemelo y se rodeó la cadera con él.
—Hunter —gemí; su amor me henchía el corazón.
Entró en mí.
—Mía —me contempló encantado; hundí las manos en su pelo y escondí el rostro en el hueco entre su cuello y su hombro.
Su olor.
Sus besos.
Su forma de hacerme el amor. Sólo éramos cuerpos y amor y me entregué a él por segunda vez esa noche.
Gemí y me abandoné a él por completo.

❤️ FELIZ SAN VALENTÍN ❤️
Espero que os haya gustado estos tres capítulos tanto como me ha gustado a mí escribirlos; me moría de ganas por enfrascarme en la relación amorosa entre Hunter y Mía, ¿os está gustando?
El sábado tendréis nuevo capítulo.

Ya solo quedan de 10 a 15 capítulos para el desenlace. ¿Cómo creéis que acabará? ¿Qué fin esperáis?

MAÑANA JUEVES 15/02/2018 ESTARÉ EN DIRECTO EN LA RADIO
HABLANDO DE CROSS Y SU SEGUNDA ENTREGA

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(Emisora de radio: 107.6 Fm sólo en Canarias)
Programa: Arrejúntate al humor. 

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UN BESO ENORME

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