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Con el cuerpo laxo, prueba de los dos orgasmos colosales, apoyé la cabeza en el hombro de Hunter y éste entró a la ducha del cuarto, rodeándome con sus fuertes y sudorosos brazos. De la alcachofa comenzó a caer el agua templada sobre nosotros. Seguí abrazada a él rodeados por una nube densa de vapor. Enredé las manos en su pelo empapado por el agua, suave y sedoso. Gemí, acercándome más a su cuerpo y Hunter me soltó el muslo para rodearme las caderas y pegarme más a él. En todo momento me había proclamado suya durante el trío y prueba de ello era el haber desplazado a Kenneth a un segundo plano como lo había hecho; algo fuera de lo común, según el fundador de Hughes S.A.
Hunter me había abrazado, sonreído, susurrado al oído; me había mostrado el Hunter dulce y entregado de Las Ramblas con un plus de amor; deseaba verlo así a todas horas y ese era el problema. Yo me había entregado al trío y él me apremió por ello con aquellas muestras. No había más nada entre ambos, sólo sexo. Lo quería todo de él, desde noches de sexo cuando llegase a casa hasta abrazarlo cuando me fuese de su lado para más tarde volver y entregarme a él de nuevo. Besarlo. ¿Podría llegar a besarlo algún día?
Hunter tenía los párpados cerrados y la frente apoyada en la mía. Kenneth lo había retado a besarme, pero no se trataba de retar a nadie, se trataba de dar el paso, aunque fuese en falso. Me había gustado el trío, lo había disfrutado.
Sólo una persona enamorada hasta las trancas de otra se entregaba a algo como aquello. Sólo una persona tan enamorada como yo lo estaba de Hunter luchaba contra un pasado tormentoso y cruzaba la línea.
Deslicé las manos por su pelo negro azabache hasta su nuca. Me había adentrado en su mundo y ello había supuesto acabar con el mío, pero no había llegado hasta allí para abandonar. No me iría sin luchar, sin dar el último paso.
Agarré su nuca y, contra todo pronóstico, sellé su boca con la mía. Estaba besando a Hunter, y un segundo después estaba de cara a la pared de la ducha, Hunter me acorraló contra ésta, doblándome la mano en la espalda con la fuerza de un huracán y aplastando su cuerpo contra el mío. Tenía la cara derecha del rostro pegada a las baldosas frías de la ducha y las gotas de agua resbalaban por ellas. Coloqué la mano libre en la pared, intentando separarme.
—¿Qué coño acabas de hacer? —bramó Hunter con una voz ruda. Temí por mí y me arrepentí de haberlo besado. Gemí dolorida, no podía respirar—. Respóndeme Mía.
Su grito fue el último empujón que necesité para romper en un llanto desolador.
—Me haces daño —sollocé con un nudo en la garganta—. Me prometiste que no me lo harías. Nunca. Le recordé su confesión de horas antes. La presión en el pecho era insoportable. ¿Qué había hecho?
Hunter me soltó, liberándome del dolor físico, pero el dolor psicológico ocupó su lugar y no tenía pensado marcharse de allí.
Me volteé para verle la cara. Su rostro era sombrío y frío, tan frío como el agua del ártico.
—Tú me prometiste que nunca me besarías —su susurro entonaba una sola cosa: ira. Le miré parpadeando y me acerqué a él. Tenía razón, pero ¿qué podía hacer? Anhelaba besarlo. Deseaba besarte Hunter. Su mano fuerte y temblorosa se amoldó alrededor de mi cuello, parándome en el acto, y retrocedió con paso lento hasta acorralarme contra la pared. Su mano ejercía presión en torno a mi garganta, pero seguía permitiéndome respirar, sin embargo, me sentí presa del pánico. Me eché a temblar como un flan y lloré en un llanto quedo. Hunter agachó su cara hasta ponerla a la altura de la mía. Los mechones de su pelo negro azabache, oscuro como la noche, caían sobre su frente arrugada y su boca formaba una línea recta. Hunter, nunca antes lo había hecho, pero en aquel momento sentí miedo de él. Me sonrió petulante, acercando su boca a la mía—. Las promesas están para incumplirlas ¿no, Mía?
Me soltó y se marchó de la ducha y de la alcoba dando un portazo. Yo me deslicé por las baldosas hasta acabar sentada en el suelo de la ducha y me pasé allí, abrazándome, hasta temblar de frío. El agua fría caía sobre mí como una tormenta, cortándome la piel. Las gotas de agua salpicaban al colisionar contra el suelo, formando ondas en los charcos. Tenía el corazón roto.
Salí de la ducha, me vestí con un albornoz de algodón blanco y me acosté en la cama. Me abracé a un almohadón azul y seguí llorando en un llanto desolador.
Le había fallado a Hunter. Había traspasado su límite infranqueable, pero él también tenía parte de culpa, él había acabado conmigo. Cegado por el deseo de tenerme no fue consiente del daño que podía hacerme.
Mi Samsung se encendió, iluminando la habitación a oscuras. El nombre de Isobel apareció en pantalla. No podía contestarle. No podía formular una sola frase coherente.
No podía hacer nada, sólo llorar y entregarme a los brazos de un Morfeo tan desolado como yo.

CROSSWhere stories live. Discover now