2. Distorsión

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Mientras estuvo dentro del bar sólo los observó con una curiosidad innata pero sin ningún propósito. Era difícil no notarlos, después de todo. Se encontraban jugando cartas y apostando. El jefe, presumía, era un hombre alto, moreno y regordete.

Portgas D. Ace tomaba su quinta cerveza mientras contemplaba de reojo. Para la sexta cerveza el tipo de la izquierda, con el sombrero de tapa alta, parecía un mimo en un traje de baño de un corte extraño. En la séptima cerveza se preguntó si el hombre del abrigo no tenía calor, y para cuando la cantidad de cervezas alcanzaron los dos dígitos se encontraba riéndose porque creía que había un caballo dentro del bar. Después de eso lo echaron fuera. No eran muy amables con los forasteros ebrios.

Su diversión y buen rato a costa de aquel grupo había sido tan evidente que lo siguieron. Ni siquiera se percató del golpe hasta que su trasero aterrizó sobre la banqueta. Voces llenas de desprecio y socarronería llenaron sus oídos pero no lograba descifrar las palabras, sólo los tonos. La risa del jefe resonó en su mente, alta, mandona y llena de superioridad. No era parecida a la del viejo en nada, pero en el estado en que estaba era como ver al militar en su traje blanco inmaculado riéndose a costa de él. Fue entonces que decidió responder a la agresión.

Las condiciones no estaban a su favor, pero tenía la ventaja de ser más ligero y sentir que podía derribar el mundo con un solo golpe. Se puso en pie lo más rápido que pudo, Cara de mimo iba a usar la cabeza de Ace como pelota de béisbol y cuando se disponía a batear, Ace sostuvo el bastón casi por inercia. Ambos quedaron perplejos porque en su estado de ebriedad el chico fue capaz de atajar el golpe. Ace contempló por un momento el bastón, para después, sin ninguna explicación, golpear en el estómago con la punta del mismo a su atacante para que éste soltara su bate improvisado. Casi de inmediato, Ace golpeó la cabeza de Moribundo abrigado con todas sus fuerzas. Cayó como un árbol hueco y seco.

Su visión intoxicada no lo dejaba visualizar más allá de la sombra de un hombre enorme que parecía la silueta de un grizzli. El chico tomó posición de ataque mientras el gigante reía y sus manos formaban puños. Ace preparó su embestida y cargó toda su fuerza en el bastón que sostenía con ambas manos. Dio de lleno con la espalda del otro, pues el hombre se había girado para protegerse, y el chico, embrutecido por el alcohol, sólo alcanzó a escuchar un CRAK. El oso grizzli seguía de pie y no parecía tan afectado por el golpe.

— ¡Mocoso! — gritó enfurecido el hombre.

Ace apretó los dientes y cerró los ojos, cubriéndose inútilmente con los brazos la cara.

— ¡Teach!

Dos hombres entraron a la escena y sometieron al grandote en el suelo. No eran tan altos ni corpulentos, pero sí que tenían fuerza. Un pensamiento claro atravesó la mente de Ace: correr. Y eso hizo, excepto que no llegó muy lejos.

— ¡Oh, por Dios! ¡Está vomitando! — dijo con un falso tono de preocupación la persona que se había acercado. Incluso pretendió estar vomitando él mismo.

— ¡Suéltame, Marco! — vociferó Teach mientras trataba de sentarse en el suelo.

— ¡Deja de buscar peleas! — gritó con un tono de autoridad. Luego, se acercó para susurrarle —: y menos con los militares en la ciudad.

Ace escuchó movimiento detrás de él, y los gruñidos de dolor mientras se levantaban los hombres a los que había golpeado. No pudo concentrarse mucho en que fueran una amenaza pues una nueva ola de vomito lo atacó. Pasaron varias hasta que solamente se arqueaba pero ya no salía ningún líquido. Se quedó inmóvil, recobrando el aliento, y no escuchó ningún otro ruido.

— Creí que ibas a estar devolviendo toda la noche, yoi.

El chico se volteó y vio a un hombre en cuclillas a su lado que le tendía una botella de agua. Lo miró con desconfianza un momento para después tomar la botella. El otro no comentó nada, solamente golpeteó la base de su cajetilla de cigarros para extraer uno. Lo colocó entre sus labios, jugando con él mientras sus manos buscaban un encendedor en sus ropas. Se detuvo al oír un sonido metálico muy característico.

Ace observaba al extraño, tan apático, como si aquello fuera cosa de todos los días. Dio otro sorbo al agua para hacer gárgaras. Sentía un sabor asqueroso y agrio. Cuando escuchó al otro remover sus ropas en busca de un encendedor, el chico recordó lo que siempre cargaba en la bolsa de sus pantalones: el encendedor de Dadan, la cuidadora del orfanato.

Marco inclinó su cabeza y acercó el cigarrillo a la débil flama. Dio un par de caladas antes de observar de nuevo al chico y el desastre que había creado. No olía precisamente a rosas.

— Doma estará furioso mañana cuando vea esto — exhaló, mezclando el humo del tabaco con el vaho que se formaba al exhalar a causa del frío.

A pesar de que el pelinegro había visto la fuerza que tenía Marco, en ese momento no se sentía amenazado por su presencia. Sentía la mente nublada y confusa, no tenía ganas en absoluto de levantarse, menos caminar.

Marco tenía otras ideas en mente. Se incorporó del sitio en que estaba y una vez más extendió su mano a aquel chico desconocido que su conciencia le dictaba no abandonar en la helada noche.

Ace frunció el ceño. Estaba demasiado ebrio aún para pensar qué significaba ese gesto, pero tomó su mano de todos modos.

— Sería un problema que los militares encontraran a uno de los suyos congelado afuera del bar de mi hermano, yoi — contestó Marco haciendo que Ace se recargara en él de forma que pudieran avanzar sin problemas.

— No tengo nada que ver con esos bastardos — masculló de forma pausada, casi adormilado —. ¿A dónde vamos?

— A las residencias de los militares. Es un fraccionamiento privado — comentó de forma casual, tratando de que no se cayera el cigarrillo de sus labios.

— No... — trató de detenerse pero Marco lo forzó a continuar —, no quiero volver.

— Perteneces a tu familia, yoi.

El cigarro cayó al suelo y Marco maldijo.

— No es mi familia — dejó escapar Ace de sus labios, y sus ojos se iban cerrando mientras sentía la cálida firmeza del cuerpo que lo arrastraba como un peso muerto por la noche. 

No es un crimen (aunque lo parezca) [Marco/Ace]Where stories live. Discover now